El pasado fin de semana se han producido multitudinarias manifestaciones en diversas poblaciones del Estado, de ciudadanos indignados ansiosos de que sus reivindicaciones sean escuchadas. La más numerosa ha sido, como era previsible, la de Barcelona. Esta era la que debía recuperar la credibilidad, después de los hechos ocurridos hace unos días alrededor del Parlamento de Catalunya, objetivo que fue sobradamente alcanzado.
Los indignados lanzan sus reivindicaciones a los gobiernos que han puesto a la sociedad bajo los cascos de los caballos del mercado, para que la resolución de la crisis no recaiga sobre los hombros inocentes de los ciudadanos, a su costa y con el dinero de los impuestos que continúan pagando religiosamente.
La lucha, iniciada hace algunas semanas, ha retomado impulso. Esta es la razón por la cual entre los ciudadanos se aprecia incertidumbre, incluso temor, pero también esperanza e ilusión. Entre la clase política y los medios de comunicación puede observarse desconcierto y aparecen con toda claridad los miedos por la pérdida del control de la situación, ante la fuerza que va adquiriendo el movimiento de revuelta de los ciudadanos, cansados de ser engañados y manipulados por el mercado y los poderes fácticos que les brindan su apoyo.
Los indignados, pero, deberán modificar su actitud, si quieren obtener el éxito en sus justas demandas. No pueden seguir siendo un movimiento antipolítico(s), trufado por elementos okupas y anti-sistema. Deberán ensanchar sus horizontes y aceptar que el independentismo, entre otros, tiene mucho que aportar, en todos los ámbitos. Pueden incidir positivamente tanto en regeneración democrática, como en el campo económico y social, puesto que su lucha hace tiempo viene desarrollándose en estas (y otras) facetas. La asamblea debe debatir seriamente si un posible camino que sea revulsivo y motor para superar la actual crisis en el estado, es la independencia de Catalunya. De ahí la importancia de que el derecho de autodeterminación de los pueblos sea recogido con absoluta claridad entre las principales reivindicaciones. La fuerza que adquiriría el movimiento sumando nuevas sensibilidades, sería imparable. Así mismo, los indignados deben proceder a elegir los lideres y portavoces que puedan negociar con el mundo político, con los partidos, al objeto de plasmar por vía parlamentaria todos los acuerdos, las reivindicaciones, en definitiva, que emanen de las asambleas. Los indignados deben definir con nitidez y concreción cuales son las demandas y qué caminos deben seguirse para alcanzarlas. Deberán olvidarse de aventuras ácratas y comprender que ni todos los partidos políticos son iguales, ni todos los políticos son corruptos.
La tarea que tienen los indignados es ardua. Requiere pacifismo, constancia, paciencia, generosidad y pactismo. Pero sobre todo requiere inteligencia, organización y democracia.
En manos nuestras, de los ciudadanos, se encuentra la resolución de los problemas que sufrimos. No podemos auto-defraudarnos. Realmente, este es un tiempo de esperanza. Histórico. Seamos realistas, pidamos lo imposible.
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