La verdad es que inicio la escritura de este artículo sin tener muy claro lo que debo expresar. No quiero caer el la reiteración sin fin. Tampoco deseo desistir en mi empeño de informar, opinar y especular sobre el futuro de Catalunya, en sus relaciones con un estado que persiste en su cruzada anti-catalana, en un afán de irresponsable sectarismo, disfrazado en ocasiones de sutil pero inequívoca manipulación, cuanto no pura y lisa falsedad.
Las pretensiones de la España socialista, así como la popular, pasan por suprimir cualquier indicio de diferencia, de ningunear cualquier tipo de derecho que pudiera asistir, ahora o en el futuro, a los ciudadanos catalanes. Creen que la igualdad, la solidaridad, la justicia y la libertad del pueblo español, pasan por negar los derechos de Catalunya. Los catalanes no tienen ni tendrán jamás ningún tipo de derecho como pueblo, ya que no pueden ser considerados diferentes al resto de los españoles. De nada sirve que tengan una lengua propia, el catalán, que nunca permitirán que sea equiparada al castellano. No deben considerar como singular la historia, la economía, la política, la cultura o la lengua de Catalunya, a la cual se le niega el pasado, las vivencias presentes y los anhelos futuros. Todo, absolutamente todo, queda subsumido por la historia de España, por los intereses económicos de España, por la política española, así como por la cultura y la lengua castellana. España es Una, Grande y Libre, mientras que Catalunya, solo es una región, pequeña y sometida colonialmente, para mayor gloria y prosperidad de un estado, que nunca ha renunciado a ser una nueva ciudad-estado, como si de la Grecia clásica se tratara. Efectivamente, Madrid no solo es el centro de la península -casi del mundo- y por tanto acreedora de todos los beneficios que los predios que la rodean puedan proporcionarle, Madrid es el único centro de real poder político, financiero y sede única en el que reside la Justicia y La Verdad absoluta, en definitiva, el Estado.
Se que referirse al poder del estado, de los partidos políticos, de los financieros y la justicia, como "Madrid", molesta soberanamente a los madrileños, pero la realidad es que así lo han promovido, queriendo o no, los llamados poderes fácticos, incapaces de considerar que el Estado no tiene como domicilio social únicamente a Madrid, que la prosperidad y la competitividad debe estar al alcance de toda la ciudadanía, además de la madrileña. Son estos poderes los culpables de que, para un catalán, España sea sinónimo de Castilla, ya que es la historia castellana la predominante, es el castellano el idioma de los derechos y obligaciones, de la imposición. Son los intereses económicos, financieros, culturales... de la ciudad-estado en la que han convertido a Madrid, los que les merecen una especial consideración, cuando no favoritismo. El mundo de la información madrileño se ha encargado de trasmitir sus filias y fobias, simpatías y antipatías, juicios y prejuicios, verdades y mentiras, realidad y virtualidad. Solo es válida su opinión. La tiranía, la ignominia de esta actitud, ha configurado una realidad virtual española, capaz de repeler cualquier tipo de credibilidad que antaño pudieran haber gozado lo que hoy, con justicia, es considerado como "la caverna".
España es un estado en rotundo fracaso. La soberbia de sus dirigentes, de sus instituciones, han provocado que muchos centenares de miles de ciudadanos catalanes tengamos como objetivo prioritario deshacernos de este estado que no solo nos esquilma fiscalmente, también niega nuestros derechos como pueblo y ningunea nuestros anhelos y nuestras necesidades. Solo la independencia nos librará de semejante carga.
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