Por lo que atañe a Catalunya, la independencia acarrearía a muy corto plazo cierto retroceso económico, e incluso una cierta parálisis inicial. Pero casi de inmediato, la actividad sería retomada con más ímpetu, si cabe, y con más éxito. En efecto, superado el golpe inicial que provocaría el presumible boicot comercial de España, la rueda económica comenzaría su andadura sin pausas, con seguridad. Porque no me cabe duda que dicho boicot sería respondido por la sociedad catalana, pagando con la misma moneda, sustituyendo los productos españoles por los de otros países y poniendo en marcha toda la experiencia acumulada en anteriores boicots, que han obligado, afortunadamente, a las empresas catalanas a vender más y mejor al extranjero (actualmente, más del veinticinco por ciento sobre el total del Estado).
Así pues, el choque inicial sería superado rápidamente. No cabe decir que fiscalmente, la hacienda pública catalana recibiría una inyección muy importante de nuevos recursos. Aunque el déficit fiscal (actualmente de 22.000 millones de euros anuales) "disminuyera" por causas obvias de inicial retraimiento comercial, seguiría siendo una aportación neta de recursos que ahora escapan a nuestro control y que serían utilizados en beneficio exclusivo de los ciudadanos de este "nuevo" y "joven" país.
Existen , además de buenas perspectivas económicas y fiscales, otros efectos colaterales que deberemos tener en cuenta: el reparto de activos del antiguo estado entre la nueva España y Catalunya, las relaciones internacionales y la previsible falta de mano de obra por causa de la drástica disminución de la inmigración que presumiblemente se producirá en Catalunya.
El reparto de activos (y pasivos) entre España y Catalunya permitiría reparar algunas arbitrariedades que la dominación española ha causado en el patrimonio cultural catalán. No ha sido justo que el legado de Salvador Dalí fuera depredado por el estado español en una turbia maniobra, que provocó que el genio de Port LLigat cambiara misteriosamente el testamento en el que legaba su obra al pueblo catalán, después de recibir la visita del rey y pocos días antes de morir (esta información fue publicada en varios periódicos, hasta que esta noticia desapareció sospechosamente al poco tiempo de que el estado procediera al subjetivo reparto del legado). También se procedería a investigar a fondo la compra del legado Centellas por parte de un Ministerio de Cultura español, sin competencias pero con cuantiosos fondos y el traslado del mismo al Archivo de Salamanca, para escarnio del pueblo catalán que todavía espera la devolución completa del botín que las tropas franquistas hurtaron, robaron y expoliaron a ciudadanos e instituciones de Catalunya. Asimismo, igual impugnación podría hacerse sobre el archivo Balcells y todas aquellas obras de arte que el Ministerio de Hacienda ha ido recaudando como pago de deudas fiscales y que sistemáticamente han ido a parar a Museos e instituciones con domicilio social madrileño, sin tener en cuenta al resto de entidades de fuera de Madrid, en Catalunya, por ejemplo y solo en la parte catalana de dicha recaudación fiscal.
Este reparto de activos debería efectuarse con el pacto y conversaciones leales entre Catalunya y España, al objeto de satisfacer, en justicia, a ambas partes. Por supuesto que este pacto global debería abarcar todo, activos y pasivos del antiguo estado y su justo reparto entre los dos nuevos estados: deuda pública, obligaciones y representaciones internacionales, tratados, bienes públicos, fondo de pensiones, etc...
En inmigración, es previsible que sufra una drástica disminución, ya que la España actual no cesa de repetir que no aceptaría que Catalunya fuera acogida en el seno de Europa como miembro de pleno derecho. Esto provocará en los inmigrantes la necesidad de optar por quedar dentro de Europa, como en la actualidad, o bien sufrir el destierro que auguran a los catalanes y por tanto quedar a la intemperie, fuera de la Comunidad. De nada servirá que se les informe de la inconsistencia y falacia de tal supuesto. Tanto España como Catalunya serán dos nuevos estados, ambos europeos, con los mismos derechos y deberes que el resto de naciones europeas. En definitiva, miembros de pleno derecho de la Comunidad Europea.
En lo referente a las relaciones internacionales, es de esperar que las autoridades catalanas buscarán la complicidad, primero de aquellas "regiones" europeas (de Alemania, Bélgica, Italia y/o Gran Bretaña) que tienen planteadas, por ejemplo, agravios fiscales con sus capitales, caso de Alemania, cuyos landers reivindican la limitación de su cuota solidaria, o Escocia, en un proceso soberanista similar. Al tiempo, deberán buscar el reconocimiento internacional y el aval para el ingreso de Catalunya en las instituciones mundiales. Por supuesto, será primordial dar todo tipo de explicaciones a la Comunidad Europea y adquirir aquellos compromisos que sean beneficiosos para los ciudadanos catalanes y no sean onerosos para Europa.
En definitiva, la tarea es inconmensurable. El trabajo que tienen las autoridades catalanes es inmenso. Requerirán no solo todo su leal saber, también precisarán el apoyo inequívoco e ilimitado de los ciudadanos de Catalunya. No cabe ninguna duda que lo obtendrán y nuestra recompensa: beneficios económicos, comerciales, culturales, en calidad de vida y cohesión social; en el Estado del bienestar, que tan amenazado se encuentra por la grave crisis económica que padece España, dueña hasta la fecha de todos los instrumentos necesarios para poder superarla. Asumiendo estos instrumentos de combate contra la crisis, Catalunya estará no solo en disposición de superarla, sino también de ayudar a España en tan dura tarea. Que así sea.
menuda gilipoyez....
ResponEliminaEspero que concretes que parte de los tres escritos, según tu "docta" opinión, son una tontería. Por mi parte, considero que la única "gilipoyez" que se ha escrito se encuentra, precisamente, en los comentarios. Es lógico ocultarse tras la firma de Anónimo cuando se confunde la LL con la Y. Se escribe GILIPOLLEZ.
ResponEliminaDe nada.