Es realmente descorazonador observar el poco sentido histórico que nuestros actuales políticos tienen. Siendo Catalunya un país pequeño, aunque densamente poblado, carecen de autentico sentido de estado. En realidad y teniendo en cuenta la nimiedad que representa el actual autonomismo, nuestros servidores públicos no son siquiera políticos. Se limitan a gestionar las migajas que sobran en el Madrid político, si bien bajo el marcaje y dictado castrante que desde el gobierno de España, desde su Parlamento y de sus múltiples instituciones (algunas escandalosamente deslegitimadas), se permite, se tolera (aun a regañadientes). En definitiva, Catalunya para España, no es más que una mera colonia de la cual sacan todo lo que pueden y más. Reprimen los anhelos de libertad, de democracia, de europeismo que, sin duda, caracterizan a la inmensa mayoría de ciudadanos catalanes. Y lo hacen con todo tipo de herramientas: expolio fiscal, preeminencia lingüística castellana, cotillas económicas que dificultan las exportaciones, falta de inversiones en infraestructuras vitales para los catalanes, desprecio hacia la cultura y la lengua catalanas...
El estado español, en su obsesión hacia una pretendida unidad centralizada en la capital, cree que no existe otra vía que uniformar a todos los ciudadanos y territorios entorno a la lengua y cultura de Castilla, prescindiendo de las realidades distintas de la península, ignorando la pluralidad, la historia, los dominios lingüísticos, los intereses económicos, la diversidad social, las necesidades de los diferentes colectivos.
En esta tesitura, los políticos catalanes se limitan a la gestión administrativa, a la sumisión al dictad madrileño y a arrugar de vez en cuando la nariz para que no puedan reprocharles que no defienden los intereses de sus conciudadanos. Viven en una realidad virtual. Creen que en su parlamento de juguete podrán decidir asuntos importantes, que incidan en bienestar de la población.
¿Dispone Catalunya de capacidad jurídica, de recursos económicos suficientes, para resolver el paro que sufre?. ¿Puede la Generalidad invertir lo necesario en todo tipo de infraestructuras; acaso le está permitido elegir qué obras públicas, donde, como, cuando hacerlas?.¿Acaso puede decidir plenamente, en sanidad, en educación, en justicia, en cultura, en medios de comunicación, en becas, en peajes, en aeropuertos...?
Todas, absolutamente todas las escasas y limitadas decisiones de la Generalidad, están sometidas al poder unívoco de España, a sus leyes, a sus jueces, en definitiva, a su santa voluntad. Y de ello se encarga diligentemente el Tribunal Constitucional, formado por magistrados afines al partido popular y al partido socialista, cuya principal linea filosófica viene determinada por un rancio nacionalismo españolista, excluyente, ultraconservador y retrogrado, que padece, entre otras, la sociedad catalana.
Todo lo anterior produce decepción, desengaño. Pero también causa irritación, hartazgo. Esta mezcla explosiva, de desengaño, hastío, decepción, irritación, enojo, hartazgo, se ve bendecida por la esperanza, por los anhelos que toda circunstancia negativa que pueda padecerse, causa de forma imparable en los seres humanos, tanto a nivel individual como colectivo. Es así como antaño surgieron las revoluciones. En el presente, la esperanza y los anhelos que sentimos muchos ciudadanos catalanes, desembocarán en una estallido democrático y pacifico de libertad, de plena soberanía que no podrán detener ni las flaquezas, ni la lentitud, ni la desconfianza, ni los miedos de los "políticos" catalanes, ampliamente sobrepasados por la gran mayoría de ciudadanos que, impacientes, aguardan el momento para llegar con la máxima rapidez posible a la libertad que nos permita decidir nuestro futuro, de acuerdo con nuestros intereses y con nuestros propios recursos. Nada ni nadie podrá detenernos, ni políticos ensimismados, ni estados pletóricos de soberbia.
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