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dijous, 7 de juliol del 2011

HIPER-NACIONALISTAS.

El Partido Popular y Ciudadanos han intentado reabrir el debate sobre la ley aprobada por el Parlamento de Catalunya, ahora hace un año, que prohíbe las corridas de toros. Nuevamente, los populares, intentan cambiar una ley que han perdido en buena lid política, con argumentos tan falaces como pedir una moratoria en la aplicación, debido a que la Generalitat de Catalunya a causa de la precaria situación financiera, no será capaz de hacer frente a las indemnizaciones (¡de hasta 400 millones de €! según sus propios y exagerados cálculos), a las empresas afectadas. Por supuesto, mantienen recurrida en su Tribunal Constitucional dicha ley, esperando que los magistrados españoles vuelvan ha hacerle el trabajo de cambiar un texto, aprobado con absoluta legalidad, para obviar, una vez más la voluntad democrática del parlamento catalán.  En el reciente pasado ya lo hicieron (con el esquifido Estatuto de Autonomía vigente), que, una vez había sido refrendado por los ciudadanos de Catalunya,  fue adulterado vergonzosamente por el inefable Tribunal Constitucional Español, a pesar de tener a un buen número de los magistrados integrantes, con el mandato caducado, un fallecido y  otro recusado y, por tanto, de no gozar con un mínimo de credibilidad y objetividad, por lo menos a ojos de una de las partes en litigio, es decir, de la mayoría de los catalanes.

No se atreven, como siempre, a reconocer como motivación principal para defender sus posturas, que son victimas de aquello que acusan a buena parte de los catalanes, a saber, de nacionalismo (hispano). Tanto el PP como C's, llevan de forma vergonzante su hiper-nacionalismo, sabedores como son que la historia de España, precisamente, ha estado marcada especialmente durante todo el siglo XX por esta circunstancia, con los trágicos (y tétricos) resultados de sobra conocidos por todos. Y como ellos consideran que la medida de todas las cosas es España, reflejan sus fobias, sus defectos, su experiencia vital como nación (en perpetua e inacabada consolidación), en el resto de naciones, haciendo bueno el refrán que dice: "cree el ladrón que todos son de su condición".

Pues no, existen nacionalismos tranquilos, integradores, amables y de amplia base. Son nacionalistas que a veces se reconocen como tales pero a menudo no, ni sienten necesidad de hacerlo, porque no dudan de su historia, de su fortaleza actual ni futura. No intentan imponer su ideología, su patriotismo a nadie que no quiera abrazarlo. Respetan al resto del Mundo, y no pretenden ser más y mejores que el resto de la humanidad. Están orgullosos de su lengua, de su cultura, de su historia, de sus conciudadanos, de su trabajo, de sus empresas, del paisaje de su país, sin que este legítimo y modesto orgullo sea una amenaza para nadie. Es un orgullo que nunca se transformará en soberbia, ni altanería, o en una especie de losa que aplaste a nadie que sienta y viva distinto. Este es el tipo de nacionalismo que usamos en Catalunya y que sin duda se fortalecerá al amparo del nuevo estado que está a punto de nacer. No es nada más que simple patriotismo.

Los populares y ciudadanos son las formaciones políticas más nacionalistas del espectro parlamentario de Catalunya. Que no se acepten así mismo como tales es su problema. Es un problema por lo visto, compartido por muchos españoles. Pero es un problema ajeno a la mayoría de catalanes. Por favor, acepten la democracia en toda su plenitud, sin calificativos que la empequeñecen, como española o real. Porque sino, en los tiempos que se avecinan, cuando la mayoría del pueblo de Catalunya decida democráticamente que asume la independencia, necesitaran grandes dosis de laxante para aliviar el vientre por el resultado de un referéndum que ni siquiera será capaz de vulnerar su bien amado (y auto-deslegitimado) Tribunal Constitucional.

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