Sabemos lo que está haciendo Europa. Está asesinando el Euro; es decir, se está suicidando. ¿Para renacer, como el ave fénix?. Conocemos el lugar en que se encuentra España. Arruinada y al borde del abismo. Visto este demoledor escenario, cabe preguntar: ¿Y tu qué quieres, Catalunya?. ¿Adonde vas?
El actual ministro del Interior de gobierno de las Islas Salomon.... perdón, de España, Don Jorge Fernández Diaz, afirma contundentemente: "la hora de nosotros solos ha pasado a la historia. No es momento de la independencia". Previamente había señalado, perplejo, que "la gente habla en los bares de la prima riesgo. Vivimos en un mundo donde no hay lugar para las independencias". Finalmente, como no, ha hecho una apelación a la responsabilidad, al recurrente y manido seny catalán: "debemos remar todos al unísono, porque el país (España) lo requiere. Y Catalunya ha de colaborar en el proyecto colectivo español con lo mejor de sí misma".
De entrada, se me ocurre contestar al ministro Fernández que si no es momento y no hay lugar para independencias, ¿porqué se resisten todas las naciones de la Unión Europea a ceder soberanía?. ¿Será acaso porqué no quieren perder independencia?. Puede entenderse que España, Francia, Alemania, incluso Italia, o Portugal...., no vean urgente conseguir la independencia, puesto que ya la tienen. Por ello, resultará más fácil comprender la aspiración de Catalunya, que no es otra que conseguir el mismo grado de soberanía que el resto de países de la Unión. Alcanzar la misma independencia, es decir, el mismo nivel de interdependencia que disfrutan todos ellos. Pero, ¿para hacer qué?. ¿Porqué la independencia?. Muy sencillo. Seguidamente citaré algunas razones.
Cuando un colectivo de seres humanos que forman parte de un estado, es sistemáticamente discriminado y hostigado por los sucesivos gobiernos de este estado, estos ciudadanos tienen todo el derecho del mundo a buscar y alcanzar la libertad de quienes les oprimen. Tal es el caso de los catalanes. De Catalunya. Discriminados en las inversiones de obra pública responsabilidad del gobierno estatal; por ejemplo, no transformando en autovías las carreteras nacionales -como sí ha hecho en España- que discurren por Catalunya, con las cuales paliar los onerosos peajes de las autopistas catalanas, prorrogados indefinidamente. Ciudadanos esquilmados por un exagerado e insostenible déficit fiscal, para beneficio de una España que se cree grande y que desdeña sentirse libre, puesto que niega tal cualidad a naciones secularmente oprimidas. Expolio fiscal que está condenando a la pobreza a centenares de miles de familias catalanas, es decir, a niños, jóvenes, mayores y ancianos. Maltratados a causa de la deslealtad de un gobierno -de España- que incumple flagrantemente su propio ordenamiento jurídico, que obliga a todos, incluso a él mismo, negándose a pagar miles de millones de euros adeudados al gobierno de Generalitat. Cuya transferencia permitiría mitigar los dañinos efectos de los recortes presupuestarios en sanidad, educación, función pública, dependencia, etc...., implementados y exigidos desde Madrid. Engañados por este mismo gobierno, que no cumple sus propios compromisos adquiridos, una vez más, con Catalunya, no invirtiendo en la red ferroviaria de cercanías de Barcelona, accesos al puerto y corredor mediterráneo; incumplimientos, que se suman a otros muchos, por la crónica desatención de obras públicas aprobadas en los presupuestos generales del Estado y para desgracia de los catalanes, nunca ejecutadas en su totalidad.
La desconsideración a personas, instituciones, empresas, es decir, a toda la Nación catalana, es incuestionable. Es general y transversal. Abarca todos los ámbitos de la sociedad. A la política, a la economía, a las finanzas, los impuestos, las infraestructuras, las becas, etc.... Incluso afecta a los discapacitados catalanes. La Generalitat anuncia que reclamará judicialmente los recursos financieros que son escamoteados con absoluta desvergüenza por Madrid, para poder cumplir así la legalidad española. Recursos económicos que deberían ser destinados a cubrir la mitad -50%- del salario mínimo interprofesional de los empleados en centros especiales, que el Gobierno de España solo garantiza en un 37%. Así mismo, el ejecutivo español ha decidido incumplir nuevamente, una sentencia que obliga a territorializar el importe de la casilla del 0,7% de la declaración de renta. Los catalanes representan el 19% de la población del Estado, aportan el 25% sobre el total recaudado para fines sociales y reciben tan sólo el 14%, con las graves consecuencias que este hecho tiene en la financiación de las ONG catalanas.
Sin embargo, el hostigamiento mayor que recibe Catalunya por parte de esta España hiper-nacionalista y profundamente refractaria al pluralismo, se da en el ámbito lingüístico y cultural. Se ha convertido en una tradición típicamente española la persecución del catalanismo por tierra, mar y aire, mediante todo tipo de argumentos. Jurídicos, sociológicos, educativos, políticos, administrativos, periodísticos; todos ellos falaces y sectarios. Especialmente utilizados por parte del Partido Popular y sus cómplices jurídico-mediáticos. El empleo de cualquier tipo de argucias para combatir la lengua y cultura catalanas, en manos de los conservadores, se ha convertido en todo un (despreciable) arte. No es necesario perder tiempo en mencionar la ignominia que representa la sustracción de los llamados "papeles de Salamanca", propiedad de Catalunya, saqueados por las tropas franquistas y depositados en el Archivo de Salamanca desde 1939; buena parte de los cuales continúan secuestrados allí, 73 años después. A pesar de existir un acuerdo -uno más- de restitución a los legítimos propietarios, naturalmente incumplido por España. Tampoco mencionaré la presunta malversación del Estado Español respecto el legado Dalí. Ni tan siquiera me detendré en el curioso reparto -madrileño- que se hace desde la Villa y Corte, de las obras de arte en poder del Estado por el pago de impuestos. Me ceñiré en las hostilidades desatadas contra en idioma catalán.
La unidad de la lengua catalana, compartida por Catalunya con el País Valenciano, Islas Baleares y la Franja de Aragón limítrofe con el Principado, viene siendo puesta en cuestión por los sectores más ultramontanos del nacionalismo español, patrocinados directamente por el Partido Popular, a los cuales solícitamente cobija en su maternal seno. Fomentar la ruptura de esta unidad lingüística que se extiende a casi la totalidad de la antigua Corona de Aragón, es el objetivo predilecto de aquellos que niegan la realidad histórica y desoyen las opiniones académicas, o simplemente, van contra el sentido común. Es una reacción propia de quienes sienten un terrible complejo de inferioridad. Todo empezó en la comunidad valenciana, hace ya muchos años; cuyo resultado ha sido colocar el valenciano (catalán), en una situación política y una consideración ciudadana, propias de los tiempos de la dictadura. Diríase que los conservadores, en un ataque de irrefrenable nostalgia, han intentado poner la lengua catalana en el lugar que Franco hubiera deseado: al borde de la extinción. Pero como era previsible, la fortaleza del valenciano se ha incrementado a causa de estas hostiles intenciones y desaforadas agresiones populares. Esta política anticatalana se ha extendido recientemente a las Islas Baleares. Política caracterizada por promover la división -divide y vencerás-, marginación del catalán en la función pública e impulso del ostracismo lingüístico de este idioma en la escuela pública, concertada y privada. Sin embargo, la respuesta, nuevamente de los ciudadanos, ha sido inequívoca y contundente a favor del catalán. Incluso dentro de las filas populares se están produciendo enfrentamientos y divisiones. La dirección de los conservadores isleños se ha metido en un absurdo conflicto lingüístico de imprevisibles consecuencias para la cohesión de su formación política. Los efectos en Aragón son también, tan absurdos como esperpénticos. En una pirueta propia del marxismo -de los hermanos Marx-, la consejera de cultura de la región, ha decidido cambiar el nombre del idioma -catalán- que se habla en la Franja, por lengua aragonesa oriental. O algo así. ¿Cabe mayor ridículo?. ¿Tan devastadora es la enfermedad mental que causa el sencillo y humilde idioma catalán entre las pocas neuronas que utilizan habitualmente los nacional-españolistas, que deben promover el cambio de nombre?. Afortunadamente, no todos los españoles piensan y actúan como los talibanes del PP, si bien cada vez son más. Incluso algún militante o simpatizante de los conservadores, discrepa del discurso oficial.
Tal es el caso del ex-diputado del Partido Popular, Manuel Milián Mestre, que ha lamentado las políticas lingüísticas desarrolladas por los conservadores en Aragón, Baleares y País Valenciano. "Hay gente del PP que han perdido la chaveta". ¡En el PP algunos se han vuelto locos!. Remacha el clavo, cuando acusa "el PP ha entrado en la reducción al absurdo, entró con José María Aznar, porqué no se han dado cuenta que quieren imponer una realidad que no se corresponde al esquema de la realidad. La política cultural que quieren hacer está fuera de registro". "Hay personas que no quieren entender la realidad histórica de este país y se empeñan en hacer algo que es imposible, que es impracticable". El señor Milián cree que "hay gente que está histérica por razones absurdas", lo cual obedece a la intención de "redefinir una vez más qué es la unidad de la patria sobre supuestos culturales, cuando realmente los supuestos culturales son los que son, un mosaico de realidades culturales diversificadas". Finalmente califica las intenciones del PP aragonés sobre la lengua catalana de neurosis, imbecilidad y concluye explicando que "el servilismo del PP a las causas de Madrid -combatir contra el idioma catalán- es absoluto porqué de lo contrario no harás carrera". Manuel Milián Mestre es valenciano; fue estrecho colaborador de Manuel Fraga Iribarne, padre-fundador de la formación política de los conservadores españoles. Elegido diputado a Cortes en 1989, 1993 y 1996; miembro de la ejecutiva del PP entre 1989-2000.
¿Que quieres, Catalunya?. ¡Por supuesto, la independencia!.
El único argumento que tienen los españolistas contra las justas reivindicaciones catalanas, es acusarnos de ser victimistas. Jamás hacen, ni harán autocrítica, a causa de la trasnochada hidalguía que padecen. Por pura soberbia, nunca aceptarán que alguien ame y prefiera hablar, pensar, leer o escribir en su propia lengua materna, antes que en castellano. Los intereses económicos y financieros de Madrid siempre prevalecerán por encima de los generales del Estado y singular y especialmente, sobre los intereses de Catalunya y los catalanes. ¿Concierto económico a semejanza del vasco?. ¡Nunca; jamás!. ¡Sería la ruina de España, es decir, de Madrid!. ¿Tribunales justos e independientes?. Solo cuando la independencia judicial no signifique recortar privilegios gremiales y permita seguir ajusticiando en clave castellana, como siempre.
¡Qué pocas alternativas le quedan a Catalunya!. En realidad, solo una: la independencia. Y más, si se consuma la implosión de la Unión Europea y el hundimiento del galeote español. En definitiva, con o sin Europa y con o sin España, soberanía e independencia equivalen a supervivencia. Y lo demás, son pamplinas.
El actual ministro del Interior de gobierno de las Islas Salomon.... perdón, de España, Don Jorge Fernández Diaz, afirma contundentemente: "la hora de nosotros solos ha pasado a la historia. No es momento de la independencia". Previamente había señalado, perplejo, que "la gente habla en los bares de la prima riesgo. Vivimos en un mundo donde no hay lugar para las independencias". Finalmente, como no, ha hecho una apelación a la responsabilidad, al recurrente y manido seny catalán: "debemos remar todos al unísono, porque el país (España) lo requiere. Y Catalunya ha de colaborar en el proyecto colectivo español con lo mejor de sí misma".
De entrada, se me ocurre contestar al ministro Fernández que si no es momento y no hay lugar para independencias, ¿porqué se resisten todas las naciones de la Unión Europea a ceder soberanía?. ¿Será acaso porqué no quieren perder independencia?. Puede entenderse que España, Francia, Alemania, incluso Italia, o Portugal...., no vean urgente conseguir la independencia, puesto que ya la tienen. Por ello, resultará más fácil comprender la aspiración de Catalunya, que no es otra que conseguir el mismo grado de soberanía que el resto de países de la Unión. Alcanzar la misma independencia, es decir, el mismo nivel de interdependencia que disfrutan todos ellos. Pero, ¿para hacer qué?. ¿Porqué la independencia?. Muy sencillo. Seguidamente citaré algunas razones.
Cuando un colectivo de seres humanos que forman parte de un estado, es sistemáticamente discriminado y hostigado por los sucesivos gobiernos de este estado, estos ciudadanos tienen todo el derecho del mundo a buscar y alcanzar la libertad de quienes les oprimen. Tal es el caso de los catalanes. De Catalunya. Discriminados en las inversiones de obra pública responsabilidad del gobierno estatal; por ejemplo, no transformando en autovías las carreteras nacionales -como sí ha hecho en España- que discurren por Catalunya, con las cuales paliar los onerosos peajes de las autopistas catalanas, prorrogados indefinidamente. Ciudadanos esquilmados por un exagerado e insostenible déficit fiscal, para beneficio de una España que se cree grande y que desdeña sentirse libre, puesto que niega tal cualidad a naciones secularmente oprimidas. Expolio fiscal que está condenando a la pobreza a centenares de miles de familias catalanas, es decir, a niños, jóvenes, mayores y ancianos. Maltratados a causa de la deslealtad de un gobierno -de España- que incumple flagrantemente su propio ordenamiento jurídico, que obliga a todos, incluso a él mismo, negándose a pagar miles de millones de euros adeudados al gobierno de Generalitat. Cuya transferencia permitiría mitigar los dañinos efectos de los recortes presupuestarios en sanidad, educación, función pública, dependencia, etc...., implementados y exigidos desde Madrid. Engañados por este mismo gobierno, que no cumple sus propios compromisos adquiridos, una vez más, con Catalunya, no invirtiendo en la red ferroviaria de cercanías de Barcelona, accesos al puerto y corredor mediterráneo; incumplimientos, que se suman a otros muchos, por la crónica desatención de obras públicas aprobadas en los presupuestos generales del Estado y para desgracia de los catalanes, nunca ejecutadas en su totalidad.
La desconsideración a personas, instituciones, empresas, es decir, a toda la Nación catalana, es incuestionable. Es general y transversal. Abarca todos los ámbitos de la sociedad. A la política, a la economía, a las finanzas, los impuestos, las infraestructuras, las becas, etc.... Incluso afecta a los discapacitados catalanes. La Generalitat anuncia que reclamará judicialmente los recursos financieros que son escamoteados con absoluta desvergüenza por Madrid, para poder cumplir así la legalidad española. Recursos económicos que deberían ser destinados a cubrir la mitad -50%- del salario mínimo interprofesional de los empleados en centros especiales, que el Gobierno de España solo garantiza en un 37%. Así mismo, el ejecutivo español ha decidido incumplir nuevamente, una sentencia que obliga a territorializar el importe de la casilla del 0,7% de la declaración de renta. Los catalanes representan el 19% de la población del Estado, aportan el 25% sobre el total recaudado para fines sociales y reciben tan sólo el 14%, con las graves consecuencias que este hecho tiene en la financiación de las ONG catalanas.
Sin embargo, el hostigamiento mayor que recibe Catalunya por parte de esta España hiper-nacionalista y profundamente refractaria al pluralismo, se da en el ámbito lingüístico y cultural. Se ha convertido en una tradición típicamente española la persecución del catalanismo por tierra, mar y aire, mediante todo tipo de argumentos. Jurídicos, sociológicos, educativos, políticos, administrativos, periodísticos; todos ellos falaces y sectarios. Especialmente utilizados por parte del Partido Popular y sus cómplices jurídico-mediáticos. El empleo de cualquier tipo de argucias para combatir la lengua y cultura catalanas, en manos de los conservadores, se ha convertido en todo un (despreciable) arte. No es necesario perder tiempo en mencionar la ignominia que representa la sustracción de los llamados "papeles de Salamanca", propiedad de Catalunya, saqueados por las tropas franquistas y depositados en el Archivo de Salamanca desde 1939; buena parte de los cuales continúan secuestrados allí, 73 años después. A pesar de existir un acuerdo -uno más- de restitución a los legítimos propietarios, naturalmente incumplido por España. Tampoco mencionaré la presunta malversación del Estado Español respecto el legado Dalí. Ni tan siquiera me detendré en el curioso reparto -madrileño- que se hace desde la Villa y Corte, de las obras de arte en poder del Estado por el pago de impuestos. Me ceñiré en las hostilidades desatadas contra en idioma catalán.
La unidad de la lengua catalana, compartida por Catalunya con el País Valenciano, Islas Baleares y la Franja de Aragón limítrofe con el Principado, viene siendo puesta en cuestión por los sectores más ultramontanos del nacionalismo español, patrocinados directamente por el Partido Popular, a los cuales solícitamente cobija en su maternal seno. Fomentar la ruptura de esta unidad lingüística que se extiende a casi la totalidad de la antigua Corona de Aragón, es el objetivo predilecto de aquellos que niegan la realidad histórica y desoyen las opiniones académicas, o simplemente, van contra el sentido común. Es una reacción propia de quienes sienten un terrible complejo de inferioridad. Todo empezó en la comunidad valenciana, hace ya muchos años; cuyo resultado ha sido colocar el valenciano (catalán), en una situación política y una consideración ciudadana, propias de los tiempos de la dictadura. Diríase que los conservadores, en un ataque de irrefrenable nostalgia, han intentado poner la lengua catalana en el lugar que Franco hubiera deseado: al borde de la extinción. Pero como era previsible, la fortaleza del valenciano se ha incrementado a causa de estas hostiles intenciones y desaforadas agresiones populares. Esta política anticatalana se ha extendido recientemente a las Islas Baleares. Política caracterizada por promover la división -divide y vencerás-, marginación del catalán en la función pública e impulso del ostracismo lingüístico de este idioma en la escuela pública, concertada y privada. Sin embargo, la respuesta, nuevamente de los ciudadanos, ha sido inequívoca y contundente a favor del catalán. Incluso dentro de las filas populares se están produciendo enfrentamientos y divisiones. La dirección de los conservadores isleños se ha metido en un absurdo conflicto lingüístico de imprevisibles consecuencias para la cohesión de su formación política. Los efectos en Aragón son también, tan absurdos como esperpénticos. En una pirueta propia del marxismo -de los hermanos Marx-, la consejera de cultura de la región, ha decidido cambiar el nombre del idioma -catalán- que se habla en la Franja, por lengua aragonesa oriental. O algo así. ¿Cabe mayor ridículo?. ¿Tan devastadora es la enfermedad mental que causa el sencillo y humilde idioma catalán entre las pocas neuronas que utilizan habitualmente los nacional-españolistas, que deben promover el cambio de nombre?. Afortunadamente, no todos los españoles piensan y actúan como los talibanes del PP, si bien cada vez son más. Incluso algún militante o simpatizante de los conservadores, discrepa del discurso oficial.
Tal es el caso del ex-diputado del Partido Popular, Manuel Milián Mestre, que ha lamentado las políticas lingüísticas desarrolladas por los conservadores en Aragón, Baleares y País Valenciano. "Hay gente del PP que han perdido la chaveta". ¡En el PP algunos se han vuelto locos!. Remacha el clavo, cuando acusa "el PP ha entrado en la reducción al absurdo, entró con José María Aznar, porqué no se han dado cuenta que quieren imponer una realidad que no se corresponde al esquema de la realidad. La política cultural que quieren hacer está fuera de registro". "Hay personas que no quieren entender la realidad histórica de este país y se empeñan en hacer algo que es imposible, que es impracticable". El señor Milián cree que "hay gente que está histérica por razones absurdas", lo cual obedece a la intención de "redefinir una vez más qué es la unidad de la patria sobre supuestos culturales, cuando realmente los supuestos culturales son los que son, un mosaico de realidades culturales diversificadas". Finalmente califica las intenciones del PP aragonés sobre la lengua catalana de neurosis, imbecilidad y concluye explicando que "el servilismo del PP a las causas de Madrid -combatir contra el idioma catalán- es absoluto porqué de lo contrario no harás carrera". Manuel Milián Mestre es valenciano; fue estrecho colaborador de Manuel Fraga Iribarne, padre-fundador de la formación política de los conservadores españoles. Elegido diputado a Cortes en 1989, 1993 y 1996; miembro de la ejecutiva del PP entre 1989-2000.
¿Que quieres, Catalunya?. ¡Por supuesto, la independencia!.
El único argumento que tienen los españolistas contra las justas reivindicaciones catalanas, es acusarnos de ser victimistas. Jamás hacen, ni harán autocrítica, a causa de la trasnochada hidalguía que padecen. Por pura soberbia, nunca aceptarán que alguien ame y prefiera hablar, pensar, leer o escribir en su propia lengua materna, antes que en castellano. Los intereses económicos y financieros de Madrid siempre prevalecerán por encima de los generales del Estado y singular y especialmente, sobre los intereses de Catalunya y los catalanes. ¿Concierto económico a semejanza del vasco?. ¡Nunca; jamás!. ¡Sería la ruina de España, es decir, de Madrid!. ¿Tribunales justos e independientes?. Solo cuando la independencia judicial no signifique recortar privilegios gremiales y permita seguir ajusticiando en clave castellana, como siempre.
¡Qué pocas alternativas le quedan a Catalunya!. En realidad, solo una: la independencia. Y más, si se consuma la implosión de la Unión Europea y el hundimiento del galeote español. En definitiva, con o sin Europa y con o sin España, soberanía e independencia equivalen a supervivencia. Y lo demás, son pamplinas.
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