Cuando una personalidad política efectúa variopintas declaraciones públicas, que admiten múltiples interpretaciones, cuyo contenido resulta carente de rigor, que son difusas y además realizadas en función de la conveniencia del receptor del mensaje, nos hallamos ante el presidente del Gobierno de España. Concretamente, en la actualidad se trata de Don Mariano Rajoy Brey, registrador de la propiedad, gallego, fumador de cigarros puros y de carácter flemático. Es decir, parsimonioso, cachazudo. Su arma preferida en la toma de decisiones consiste precisamente, en no tomarlas; en dejar que el paso de los días y las semanas arreglen espontáneamente los problemas. Diríase que el lema de su escudo de armas es "el tiempo lo cura todo". Sin embargo, el peligro que encierra adoptar esa actitud es que, a menudo, el tiempo lo pudre todo. Un hombre que goza de tales virtudes, tiene que estar necesariamente arropado en su entorno inmediato por personas predispuestas a descollar menos que él. Tienen que ser más mediocres y tan grises como el jefe, para permitir que figure como primus inter pares. La presidencia del ejecutivo español consolidó tal característica con la ascensión del señor José Luis Rodriguez Zapatero a tan alta magistratura. Un personaje patológicamente optimista y a la vez un redomado y empedernido fabulador socio-político, notablemente inverosímil que, ingenuamente, se creía capaz de aprender los secretos de la economía y las finanzas, estatales e internacionales, en dos tardes de lecciones intensivas. Sería terriblemente injusto no mencionar, también dentro de la nómina de mediocridades gubernamentales, a José Maria Aznar López, socio fundador del club al que pertenecen la pléyade de personajes políticos marcadamente anodinos, que se han esforzado sistemáticamente los últimos dieciséis años, con todo su leal saber y entender, en colocar el Estado Español en el sitio que ocupa en la actualidad: al pairo, aguantando los envites del temporal que amenaza con hacer zozobrar la galera española. Proa al oleaje, con poco trapo.
Los tres presidentes, Aznar, Zapatero y Rajoy, con menguado sentido de estado en su haber político, evidentes carencias culturales e idiomáticas y penurias en inteligencia política y emocional, son los culpables de haber propiciado que toda la población estatal reciba en el presente fuertes puñetazos por cuenta de los mercados, asfixiantes abrazos germánicos y elocuentes y sonoros bofetones de ominosos Comisarios europeos. Mercados, Merkel y Durao Barroso, ejecutores de una supuesta representatividad jamás delegada por los ciudadanos del Estado, los cuales impávidamente resisten abusos, injusticias y trapicheos mil. Y todo ello, por el bien de la patria, sea española, europea o incluso -y sobretodo- por el bien de la patria del dinero.
Los gobiernos del hidalgo Aznar ( arquetipo de castellano rancio), favorecieron lo que más tarde acabaría siendo una enorme burbuja inmobiliaria. Liberalización absoluta del suelo; legislación urbanística laxa; usurpación del paisaje, del medio ambiente y del equilibrio ecológico; favoritismo hacia las grandes, medianas y pequeñas empresas constructoras; privatización de empresas públicas a favor de amigos y conocidos. Estas fueron algunas de las características que inspiraron los gobiernos populares. Propiciaron que los ayuntamientos se financiaran gracias a la especulación y recalificación del suelo y con promociones urbanísticas, con el único sentido económico del enriquecimiento desmesurado de los promotores. Igual que muchas de las inversiones en obra pública manifiestamente antieconómicas, promovidas y ejecutadas por aquellos ineptos, pero espabilados lazarillos aprendices de brujo. Lo cual enriqueció a unos pocos. Y enredó a otros muchos en la tela de araña que unos personajes desalmados, avariciosos y usureros iban tejiendo a su alrededor. También fue en este tiempo cuando se inició la agresiva política descaradamente nacional-españolista y profundamente desleal con las comunidades autónomas. Ciertamente, la hostilidad hacia Catalunya, adquiere durante los gobiernos de Aznar los impulsos más notorios, especialmente con la utilización del disolvente café para todos, insidiosamente promovido y extendido en aquellos días. También desarrolló una política internacional cargada de pretensiones económicas neo-coloniales con América Latina, actuando así mismo como un ridículo y arrogante conquistador de tiempos pasados, quijotesco comparsa de EE.UU y sus pulsiones bélicas. Estas políticas aznaristas favorecieron el incremento de la corrupción en empresas, instituciones, formaciones políticas y en general, de múltiples y variados arribistas. Debilitó y desreguló la economía en el ámbito privado. Y fundamentalmente público, sector que prácticamente desapareció a favor de los afines. Fue este trasvase de funcionarios -antiguos colegas del presidente-, arribados a la empresa privada a través de convulsas privatizaciones de empresas públicas (siguiendo el modelo ruso), lo que debilitó la musculatura de los emprendedores (privados) españoles. Y también puso las bases que dieron lugar al fortalecimiento de la renovada y menguada casta dirigente española de origen madrileño; aquella que se cita en el palco presidencial del Santiago Bernabeu, cuna del Real Madrid; y donde hace y deshace negocios e intercambia cromos e influencias. Alea iacta est. También despertó los anhelos soberanistas de los catalanes, alertados ante la arrogancia y avasallamiento mostrados por Aznar y los suyos. Las consecuencias de estas señas de identidad tan populares, esto es, corrupción, hostilidad autonómica, precariedad, insolvencia y pedantería económica e indisimulada arrogancia en política interna e internacional, se han prolongado y acentuado hasta nuestros días.
¡Que decir del Presidente Zapatero!. Destacar, una vez más, la inconsistencia ideológica, la falta de credibilidad y un optimismo exacerbado y enfermizo, que le ha mantenido muy alejado de la realidad. En el ejercicio de su magistratura, desarrolló un discurso notablemente vacuo, superficial, nimio. Naif en definitiva. Era capaz de prometer cosas a todo el mundo, aunque incurriera en flagrantes contradicciones y por tanto, frecuentemente incumplía los compromisos y las palabras dadas por doquier y a todo quisque. Y tal vez lo más grave es que su mal resultó contagioso. Prácticamente afectó a todos sus ministros, al aparato del partido y se extendió a buena parte de los militantes de base socialistas, que supuestamente eran de izquierdas. Capaz de comprometerse con el texto del "Estatuto que apruebe el Parlamento de Catalunya", acabó incumpliendo desvergonzadamente el pacto establecido -¡motu proprio!- con el pueblo catalán. Pasó de la negación de la crisis económica, a traicionar sus propios principios socialdemócratas, sustituyéndolos por la ortodoxia más recalcitrantemente liberal-conservadora existente, de clara influencia franco-alemana. Esta dispersión ideológica fue una constante en él. Especialmente durante su segunda legislatura. La actitud inicial de Zapatero respecto la virulencia de la crisis económica mundial que ya azotaba al Estado, conllevó la pérdida de muchos meses durante los cuales no se adoptaron las medidas, ni se tomaron las decisiones, que hubieran podido amortiguar la nefasta intensidad que posteriormente adquiriría. Virulencia e intensidad que se han prolongado y acentuado en nuestros días, hasta colocar a todo el Estado Español al borde del abismo.
En la actualidad, Mariano Rajoy ciertamente ha heredado una realidad complicada. Los problemas que se han prolongado y acentuado en nuestros días, es decir, el estallido de la burbuja inmobiliaria -de orígenes aznaristas-; el revisionismo autonómico y especialmente la hostilidad contra Catalunya, culpabilizando a las comunidades de ser causantes de déficit, desmanes, despilfarros, en definitiva, ser la encarnación de todos los males; la acentuación de la crisis económico-financiera y consecuentemente el progresivo aumento del desempleo; el estallido del caso BANKIA, cuya onda expansiva alcanza y convulsiona al resto del sistema financiero del Estado. Todos estos problemas y otros no mencionados, requieren de gobernantes sólidos, osados, de firmes convicciones y principios, inteligentes. Capaces y predispuestos a enfrentarse a las dificultades, y como mínimo intentar vencerlas. Es lo menos que puede exigirse a un buen gobierno. Pero para desgracia de los ciudadanos de este maltrecho Estado, no tienen un protagonista adecuado en Mariano Rajoy y sus ministros, incapaces -por ineptitud- de liderar el camino que nos conduzca hacia la luz del final de túnel, objetivo que aún resulta inimaginable. Cuando los votantes de un país eligen a políticos mediocres, fútiles y arrogantes, devienen como ellos, es decir, como un pobre y mediocre país, a merced de los incontrolados avatares de la Historia. Y en tales circunstancias los ciudadanos, o reaccionan, o se hunden. Esta es la elección que deben efectuar los españoles. Los catalanes ya hemos elegido: independencia.
Los tres presidentes, Aznar, Zapatero y Rajoy, con menguado sentido de estado en su haber político, evidentes carencias culturales e idiomáticas y penurias en inteligencia política y emocional, son los culpables de haber propiciado que toda la población estatal reciba en el presente fuertes puñetazos por cuenta de los mercados, asfixiantes abrazos germánicos y elocuentes y sonoros bofetones de ominosos Comisarios europeos. Mercados, Merkel y Durao Barroso, ejecutores de una supuesta representatividad jamás delegada por los ciudadanos del Estado, los cuales impávidamente resisten abusos, injusticias y trapicheos mil. Y todo ello, por el bien de la patria, sea española, europea o incluso -y sobretodo- por el bien de la patria del dinero.
Los gobiernos del hidalgo Aznar ( arquetipo de castellano rancio), favorecieron lo que más tarde acabaría siendo una enorme burbuja inmobiliaria. Liberalización absoluta del suelo; legislación urbanística laxa; usurpación del paisaje, del medio ambiente y del equilibrio ecológico; favoritismo hacia las grandes, medianas y pequeñas empresas constructoras; privatización de empresas públicas a favor de amigos y conocidos. Estas fueron algunas de las características que inspiraron los gobiernos populares. Propiciaron que los ayuntamientos se financiaran gracias a la especulación y recalificación del suelo y con promociones urbanísticas, con el único sentido económico del enriquecimiento desmesurado de los promotores. Igual que muchas de las inversiones en obra pública manifiestamente antieconómicas, promovidas y ejecutadas por aquellos ineptos, pero espabilados lazarillos aprendices de brujo. Lo cual enriqueció a unos pocos. Y enredó a otros muchos en la tela de araña que unos personajes desalmados, avariciosos y usureros iban tejiendo a su alrededor. También fue en este tiempo cuando se inició la agresiva política descaradamente nacional-españolista y profundamente desleal con las comunidades autónomas. Ciertamente, la hostilidad hacia Catalunya, adquiere durante los gobiernos de Aznar los impulsos más notorios, especialmente con la utilización del disolvente café para todos, insidiosamente promovido y extendido en aquellos días. También desarrolló una política internacional cargada de pretensiones económicas neo-coloniales con América Latina, actuando así mismo como un ridículo y arrogante conquistador de tiempos pasados, quijotesco comparsa de EE.UU y sus pulsiones bélicas. Estas políticas aznaristas favorecieron el incremento de la corrupción en empresas, instituciones, formaciones políticas y en general, de múltiples y variados arribistas. Debilitó y desreguló la economía en el ámbito privado. Y fundamentalmente público, sector que prácticamente desapareció a favor de los afines. Fue este trasvase de funcionarios -antiguos colegas del presidente-, arribados a la empresa privada a través de convulsas privatizaciones de empresas públicas (siguiendo el modelo ruso), lo que debilitó la musculatura de los emprendedores (privados) españoles. Y también puso las bases que dieron lugar al fortalecimiento de la renovada y menguada casta dirigente española de origen madrileño; aquella que se cita en el palco presidencial del Santiago Bernabeu, cuna del Real Madrid; y donde hace y deshace negocios e intercambia cromos e influencias. Alea iacta est. También despertó los anhelos soberanistas de los catalanes, alertados ante la arrogancia y avasallamiento mostrados por Aznar y los suyos. Las consecuencias de estas señas de identidad tan populares, esto es, corrupción, hostilidad autonómica, precariedad, insolvencia y pedantería económica e indisimulada arrogancia en política interna e internacional, se han prolongado y acentuado hasta nuestros días.
¡Que decir del Presidente Zapatero!. Destacar, una vez más, la inconsistencia ideológica, la falta de credibilidad y un optimismo exacerbado y enfermizo, que le ha mantenido muy alejado de la realidad. En el ejercicio de su magistratura, desarrolló un discurso notablemente vacuo, superficial, nimio. Naif en definitiva. Era capaz de prometer cosas a todo el mundo, aunque incurriera en flagrantes contradicciones y por tanto, frecuentemente incumplía los compromisos y las palabras dadas por doquier y a todo quisque. Y tal vez lo más grave es que su mal resultó contagioso. Prácticamente afectó a todos sus ministros, al aparato del partido y se extendió a buena parte de los militantes de base socialistas, que supuestamente eran de izquierdas. Capaz de comprometerse con el texto del "Estatuto que apruebe el Parlamento de Catalunya", acabó incumpliendo desvergonzadamente el pacto establecido -¡motu proprio!- con el pueblo catalán. Pasó de la negación de la crisis económica, a traicionar sus propios principios socialdemócratas, sustituyéndolos por la ortodoxia más recalcitrantemente liberal-conservadora existente, de clara influencia franco-alemana. Esta dispersión ideológica fue una constante en él. Especialmente durante su segunda legislatura. La actitud inicial de Zapatero respecto la virulencia de la crisis económica mundial que ya azotaba al Estado, conllevó la pérdida de muchos meses durante los cuales no se adoptaron las medidas, ni se tomaron las decisiones, que hubieran podido amortiguar la nefasta intensidad que posteriormente adquiriría. Virulencia e intensidad que se han prolongado y acentuado en nuestros días, hasta colocar a todo el Estado Español al borde del abismo.
En la actualidad, Mariano Rajoy ciertamente ha heredado una realidad complicada. Los problemas que se han prolongado y acentuado en nuestros días, es decir, el estallido de la burbuja inmobiliaria -de orígenes aznaristas-; el revisionismo autonómico y especialmente la hostilidad contra Catalunya, culpabilizando a las comunidades de ser causantes de déficit, desmanes, despilfarros, en definitiva, ser la encarnación de todos los males; la acentuación de la crisis económico-financiera y consecuentemente el progresivo aumento del desempleo; el estallido del caso BANKIA, cuya onda expansiva alcanza y convulsiona al resto del sistema financiero del Estado. Todos estos problemas y otros no mencionados, requieren de gobernantes sólidos, osados, de firmes convicciones y principios, inteligentes. Capaces y predispuestos a enfrentarse a las dificultades, y como mínimo intentar vencerlas. Es lo menos que puede exigirse a un buen gobierno. Pero para desgracia de los ciudadanos de este maltrecho Estado, no tienen un protagonista adecuado en Mariano Rajoy y sus ministros, incapaces -por ineptitud- de liderar el camino que nos conduzca hacia la luz del final de túnel, objetivo que aún resulta inimaginable. Cuando los votantes de un país eligen a políticos mediocres, fútiles y arrogantes, devienen como ellos, es decir, como un pobre y mediocre país, a merced de los incontrolados avatares de la Historia. Y en tales circunstancias los ciudadanos, o reaccionan, o se hunden. Esta es la elección que deben efectuar los españoles. Los catalanes ya hemos elegido: independencia.
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada