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dijous, 6 d’octubre del 2011

EVIDENCIAS Y SOBERANÍA.

-Desempleados registrados en Catalunya: + de 600.000.
-Tasa de pobreza de Catalunya: 20% de la población.
-Deuda acumulada de la Generalitat: + de 40.000 millones de €.
-Déficit Fiscal Catalán sobre el P.I.B:  el 10%, + de 20.000 millones de € cada año, 60 millones diarios.
-Escasa inversión en infraestructuras, para paliar las carencias y modernizar adecuadamente ferrocarriles, aeropuertos, autopistas, carreteras y puertos. Las infraestructuras catalanas son victima de discriminación negativa del Gobierno de Madrid, desde tiempos inmemoriales
-Insuficiente financiación en Educación y Sanidad, así como en Bienestar Social, Dependencia y ayudas a las familias y a los jubilados, especialmente a las viudas. Recortes draconianos en el estado de bienestar catalán.

Este es el resultado de la dependencia de Catalunya. A esta lista, el lector puede añadir todo aquello que le plazca. Por ejemplo, la creciente hostilidad y persecución mediática hispana hacia el catalanismo; el acoso judicial de la lengua catalana; las amenazas contra el delta del río Ebro, con la resurrección del popular Plan Hidrológico Nacional; el inacabable peaje en las autopistas catalanas; la utilización, a modo de garrote, de la Constitución Española; la amenaza de nueva ley electoral para limitar la representación de las formaciones nacionalistas -catalanas y vascas, no las españolas-; el control y desmantelamiento del sistema financiero catalán a través del negligente Banco de España, autoproclamándose irresponsable de los desmanes financieros incontrolados que en otras zonas de España ha causado el desastre de ciertas Cajas de Ahorro y que han acabado pagando las cajas catalanas, etc....

Me pregunto, ¿es beneficioso, para Catalunya, seguir unida a España?. ¿Qué ventajas, qué réditos pueden esperar los catalanes en la presente situación de perniciosa dependencia de nuestra nación?. Alguien tendrá que explicar como, sin tener ninguna competencia decisiva en materia de legislación laboral el gobierno catalán, puede combatir con eficacia y contundencia, el desempleo que padecen el 18% de la población en edad laboral de Catalunya. También deberán explicar, de paso, como podrá la Generalitat disminuir el terrible endeudamiento de más de cuarenta mil millones de euros, sin poder utilizar el teórico superávit fiscal catalán que asciende cada año a más de veinte mil millones de euros. Con el importe de dos anualidades de déficit fiscal, el gobierno de Catalunya podría saldar la totalidad de sus deudas, sin necesidad de subir impuestos. Si pudiera disponer de este superávit, ¿alguien tiene alguna duda que no existirían carencias, retrasos ni recortes, en infraestructuras viarias, sanidad, educación, dependencia, bienestar social, en definitiva, no estaría en peligro nuestro estado del bienestar?.

El hecho de seguir unidos a España, significa que la Ley que nos rige es española y por tanto, hostil a cualquier manifestación mínimamente catalanista. Los jueces españoles no sólo aplican la legislación contra nuestra lengua y cultura, además sufren las fobias anticatalanas tan arraigadas en el inconsciente colectivo de los españoles. Las leyes que aprueba el parlamento español, lógicamente intentan ser favorables a los intereses españoles y, por tanto, desprecian las necesidades catalanas. Porque, ¿los intereses comerciales e industriales de Catalunya, con la necesidad de inversiones, agilidad administrativa, proyección exterior, exportaciones, investigación e innovación, son acaso semejantes a los intereses de Andalucía, con su PER, a los de Castilla y sus aeropuertos fantasma y lineas de alta velocidad sin pasajeros, a los de Extremadura y su ejercito de empleados públicos, o a los del Madrid gubernamental como inmenso agujero negro depredador de los recursos ajenos, en ministerios de cuantiosos presupuestos, sin competencias y funcionarios sin tareas que realizar?. Los intereses españoles y los catalanes, ya en la actualidad, divergen notablemente, en lugar de converger. España sigue apostando por invertir en AVE's antieconómicos, ciudades y aeropuertos desiertos, subsidios sin fín ni control para el campo y los campesinos; los gobernantes españoles, con la callada complicidad de los ciudadanos, prefieren seguir aparentando riqueza y bienestar irreales, mientras que en Catalunya estamos recortando en educación, sanidad y bienestar social, porque cada año sufrimos una brutal mengua de nuestros recursos financieros que van a Madrid y no vuelven jamás. Recursos que son empleados para aparentar falsa riqueza y estatus internacional de España, de forma notablemente grotesca, ya que el Estado Español más que como nuevo rico, aparece como decrépito y arruinado viejo señor.    

Desde algunos medios de comunicación madrileños se permiten criticar los recortes en el estado de bienestar catalán, argumentando que debería recortarse en la TV pública catalana, en las ayudas que tienen algunos medios periodísticos e instituciones culturales, en las embajadas catalanas, en la inmersión lingüística y su proyección exterior, etc.....  Es decir, exigen al gobierno catalán que priorice los recortes en todo aquello que signifique catalanidad. Pero no dicen nada de los beneficios para la industria audiovisual que provoca TV3, ni que es la televisión con mayor audiencia de Catalunya, en torno al 20%, ni de la calidad de su programación, lejos de la tele-basura que predomina en las cadenas privadas españolas; pero sobre todo, ignoran olímpicamente que si no existiera TV3, el idioma catalán no formaría parte del mundo de la televisión, lo cual sería una notable injusticia para todos los ciudadanos catalanes. Las ayudas a la prensa en catalán tienen una intención similar, apoyar la difusión en la lengua catalana e intentar paliar las subvenciones encubiertas que tienen muchos periódicos españoles, con suscripciones millonarias de la administración pública española, a cargo de los impuestos de todos los ciudadanos, especialmente de los catalanes. Son decenas de miles de ejemplares diarios de prensa fundamentalmente madrileña la que va a parar a los ministerios, instituciones y organismos estatales, sin que ello provoque la más mínima crítica. ¿Alguien ha criticado los centenares de millones de euros de nuestros impuestos que van a parar al Teatro Real, al Museo de Prado, a la Real Academia de la Lengua Española, al Instituto Cervantes, a la fundación FAES, o a la Pablo Iglesias?. ¿Alguien ha calificado como despilfarro lo aportado a estas y otras instituciones españolas, en el pasado o en el presente?. Ni críticas, ni despilfarros; las aportaciones son plenamente asumibles y comprendidas por España. No resulta así en el caso de las aportaciones a la lengua y la cultura catalana; para la España oficial (y oficiosa), se trata de un imperdonable despilfarro, ignorando que los ciudadanos de Catalunya también contribuyen mucho más generosamente que otros -por lo menos, más que trece comunidades autónomas-, al sostenimiento, además, de la cultura y la lengua españolas. La críticas a la inversión en lo que desde España se nombra despectivamente como embajadas, solo merece una consideración: sugiero que trasladen sus objeciones a los exportadores catalanes que han hecho que una tercera parte de la exportación del Estado, tenga origen en Catalunya y que sea precisamente esta comunidad la que recibe mayor número de turistas e ingrese por ello más divisas que el resto de regiones españolas. Pueden preguntarles si la delegaciones de la Generalitat en el exterior han sido útiles, o no, en la expansión del comercio y el turismo de las empresas catalanas. En cuanto a la proyección exterior de la lengua catalana, decir que ha permitido que exista más interés, reconocimiento, así como mayor número de estudiantes de catalán en Alemania, Francia o el Reino Unido, que en España. Es un éxito, solo comparable con el cosechado por la inmersión lingüística del catalán en la escuela. La inmersión ha permitido que los castellano-parlantes catalanes, propensos al monolisgüismo genético hispano, sepan el catalán con la corrección suficiente como para compartir el bilingüismo innato que obligatoriamente sufrimos los ciudadanos de lengua catalana. Y todo ello, sin traumas ni imposiciones, ya que el hecho de que la lengua vehicular en la educación sea el catalán, no ha impedido en absoluto que un ciudadano español pueda vivir exclusivamente en castellano en Catalunya, mientras que un ciudadano catalán no puede hacerlo solo en catalán. Naturalmente, se exceptúan aquellos que por cuestiones de pura hostilidad política, rehusan utilizar al menos el catalán, en la rotulación de sus comercios, o en los menús de algunos restaurantes, o en la atención al público en los comercios, o en el doblaje de películas, contraviniendo la legislación catalana, aprobada por amplísima mayoría en el Parlamento de Catalunya.

El coste que tiene para Catalunya la dependencia de España, es insostenible. Es antinatural. Los ciudadanos catalanes no podemos seguir engañándonos con los absurdos cantos de sirena, absolutamente desafinados que suenan desde España. La independencia de Catalunya está tornándose una necesidad insoslayable, ineludible. Caso contrario, nos hundiremos en el abismo de la indiferencia a causa de la pesada e insoportable carga que padecemos por los continuos y displicentes abusos que nos llegan desde España. ¿Existe alguna duda que con el control de nuestros propios recursos, con una legislación acorde a nuestros  intereses, con las decisiones políticas favorables a los catalanes, existe alguna duda, repito, que Catalunya dejaría la crisis atrás con mayor rapidez?. Los recortes serían mínimos, nuestro estado del bienestar sería mucho más sólido y justo, los intereses de nuestros trabajadores y de nuestras empresas recibirían la cobertura legislativa adecuada y los estímulos y recursos económicos necesarios, nuestra lengua y cultura recibiría la atención mediática,  protección legal y difusión interna y externa, equivalentes a la recibida por otras lenguas y culturas de este Mundo. No hay ninguna duda que Catalunya sería mucho más próspera, justa y libre si gozáramos de  plena independencia. Entonces, ¿a qué esperamos?.











    

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