Hoy hablaremos de supremacismo, palabra que está de moda entre los más inflamados nacionalistas españoles cuando critican y desprecian cualquier propuesta hecha por un político catalán, da igual si es de derechas o izquierdas.
Según el diccionario "supremacismo es una ideología que defiende la preeminencia de un sector social sobre el resto, generalmente por razones de raza, sexo, origen o nacionalidad". Es decir, aparentemente todos somos supremacistas ya que pertenecemos a un sector social y a una raza, disfrutamos de un sexo, tenemos un origen y por tanto, somos de una nacionalidad determinada. El quid de la cuestión se encuentra en defender o sentirnos preeminentes sobre los demás. Yo también diría que muchos de los que se atreven a acusar a los demás de ser supremacistas sienten o sufren un terrible complejo de inferioridad. O quizás se trata de supremacistas venidos a menos que añoran el supremacía perdida y sienten una terrible envidia hacia el resto de la humanidad.
Lo que pasa es que cuando un nacionalista español acusa a políticos catalanes de ser supremacistas lo hace porque no acepta que existan muchísimos catalanes que no se sienten españoles. Lo ven como un desprecio a su nación y no entienden que, sencillamente, son de otro origen y se sienten ligados a su tierra. De la misma forma que un español se siente ligado a España, por cierto. Éste es el quid de la cuestión. De este error de inicio provienen todos los malentendidos. Buscados y rebuscados, manipulados y tergiversados, pero al fin y al cabo, no dejan de ser malentendidos.
De ahí surgen los insultos y menosprecio dedicados a Catalunya y los catalanes. Si un político catalán pide recaudar y administrar los impuestos generados por los catalanes se le acusa de supremacista, insolidario y/o egoísta, aunque se comprometa a contribuir con una cuota solidaria para las autonomías que todavía hoy, después de años y más años del abultado déficit fiscal catalán, necesitan financiación de bolsillos catalanes. Si un partido pide gestionar la inmigración con las mismas leyes españolas, pasa a ser racista, xenófobo y, por supuesto, supremacista, tal y como acusa Podemos. Debemos destacar, empero, que todo ello ocurre por igual si quienes critican a los catalanes son españolistas de derechas o de izquierdas.
También se produce un efecto de emulación del nacionalismo español sobre las reivindicaciones catalanas. Siempre ha sido así, por envidia o, sencillamente, para joder las aspiraciones catalanas. Ocurrió, por ejemplo, con el último estatuto aprobado en las Cortes españolas tras pasar el texto por el cepillo de Alfonso Guerra y el brutal recorte efectuado por un Tribunal Constitucional absolutamente deslegitimado y manoseado por PP y PSOE. Lo más curioso e incomprensible a la vez es que muchos de los artículos de aquel malogrado estatuto catalán, declarados solemnemente como inconstitucionales, fueron copiados literalmente en otras modificaciones estatutarias posteriores del resto de autonomías, aunque en estos casos fueron declarados como plenamente constitucionales.
¡En fin!. El verdadero quid de la cuestión lo encontramos en el hecho del ensimismado nacionalismo español. Muchos españoles no se reconocen nacionalistas. Dicen que ellos no lo son y que el nacionalismo catalán es malo. Pero el español también existe y es peor. Puesto que el nacionalismo español es excluyente, supremacista, agresivo, marcadamente xenófobo y de raíces castellanas, por tanto, imperialista.
Francisco Franco se apropió del nacionalismo español, -al igual que Hitler en Alemania y Mussolini en Italia-, que era como todos los nacionalismos que existen. Ni mejor ni peor. Pero el dictador lo empleó como un garrote dándole a la vez un marcado sesgo religioso. Creó el nacionalcatolicismo que aún perdura inamovible en el inconsciente colectivo de los españoles. E incluso en el consciente de los más extremistas.
Catalunya tiene mala pieza en el telar. Un nacionalismo español que quiere aniquilar al resto. Un nacionalcatolicismo que quiere imponer su pétrea idea sobre el mundo actual, sin permitir disidencia alguna. En definitiva, un nacionalismo de raíces castellanas que quiere liquidar, en nuestro caso, la lengua catalana, niega la unidad con el valenciano y el catalán de las Islas Baleares, persigue nuestra cultura, nuestra idiosincrasia e identidad. En definitiva, quiere acabar con nuestra nacionalidad.
La supervivencia de la nación catalana no se encuentra dentro de un estado tan agresivo y antipático como el español. El futuro de Catalunya sólo será factible si conseguimos un estado propio que nos cobije y proteja, como disfrutan el resto de naciones del mundo.
En resumen, sólo será posible con la independencia de Catalunya.