Una diputada del PP cree que Catalunya puede acabar "como Kosovo". Más claro, agua. Los nacionalistas españoles no pueden ocultar los temores que obnubilan su raciocinio. Estas desquiciadas advertencias, mentiras y manipulaciones que utilizan a modo de discurso absurda y bochornosamente unionista, están alcanzando unos niveles de histerismo, propio de quienes ven el futuro con mirada espantada ante la próxima independencia de Catalunya. La deslenguada diputada, Maria José García Cuevas afirma que "el separatismo tiene consecuencias dramáticas, desastrosas". Las indisimuladas amenazas que profieren desde el Partido Popular y aledaños, las continuas y falsas noticias sobre Catalunya y los catalanes publicadas en medios adscritos a la Caverna Mediática madrileña -para erosionar el soberanismo-, así como los insultos llenos de inquina, de mala leche, que lanzan desde emisoras españolas privadas (y públicas) de Radio y TV y que a todas horas bombardean los ingenuos y crédulos ciudadanos españoles, no son más que el reflejo de la plena toma de conciencia que políticos, periodistas y funcionarios españoles perciben, ante la inexorable realidad política catalana. Realidad que no pueden controlar ni reconducir hacia postulados más favorables a sus intereses e ideales nacionales.
Este es el problema que tienen los prohombres españoles. Han construido su inacabada Nación a costa de unos territorios y ciudadanos que hasta no hace mucho tiempo, permanecían callados, sumisos y a su entera disposición. Dicho en otras palabras, creen que su existencia, su historia, tiene el origen en la sagrada misión que el Creador les encomendó al principio de todo; esto es, extender allende los mares la cristiandad, la civilización y la explotación colonial en lo que antaño fué un basto Imperio, poblado de impíos salvajes. Que actualmente se reduce al expolio (y sometimiento) de los territorios y personas de habla no castellana en la Península Ibérica: Catalunya, País Valenciano, Islas Baleares y en menor medida, País Vasco y Galicia.
Estas trasnochadas veleidades imperialistas son el mayor problema que tiene España en la actualidad. La clase dirigente española está formada por políticos y empresarios con alma de funcionarios y funcionarios con vocación política; de derechas e izquierdas, genéticamente centralistas y jacobinos; esencialmente, de tan conservadores como son, inmovilistas. Hablan y actúan como si la realidad española de nuestros días, fuera semejante a la vieja Castilla de glorioso pasado. Entienden que su trabajo consiste en conseguir y asegurar las finanzas del Reino, consolidar la hegemonía cultural y lingüística castellana y someter a los súbditos de la periferia, aun por fuerza, para que no se dispersen, ni especulen con hipótesis de libertad, justicia y prosperidad. Así, controlan los flujos financieros y económicos del Estado y los distribuyen y regulan a su antojo, en beneficio de los intereses de su nación, con domicilio social y vital en la ciudad de Madrid. Se sirve de la secular justicia castellana para que acote y sojuzgue las pretensiones culturales e idiomáticas de territorios bajo dominio de la España castellana. Para impedir que otras naciones, ahora sometidas, puedan ofrecer al Mundo una imagen diferente a la considerada como típicamente española. Cierra el circulo de agresividad imperial con armas políticas, jurídicas, económicas y culturales, de todo calibre y condición, que utiliza para aplastar y uniformar a los ciudadanos no españoles en una especie de orgía nacionalista, excluyente, acaparadora y destructora. Por cierto, objetivo nunca alcanzado por la Castilla de antaño, ni por la España de hogaño.
Ante este renacido aquelarre españolista que caracteriza tan dramáticamente el Partido Popular y el Partido Socialista Obrero Español, los ciudadanos catalanes hemos optado a favor de la libertad, la auténtica justicia y el rigor económico-financiero. Sabemos que actualmente carecemos de las armas que necesitamos para alcanzar los niveles de prosperidad económica y desarrollo social y cultural que merecemos como Nación y que España continuamente nos hurta. No aceptamos más imposiciones de Madrid, pues solo ofrece exigencias de recortes, requerimientos de déficit cero, amenazas de intervención autonómica y actitudes político-legislativas partidistas, de aires absolutistas y profundamente centralizadoras. Al tiempo, el Gobierno de España y el partido que lo sustenta, siguiendo una vieja tradición gubernamental incumple sus compromisos electorales. Aumentando los impuestos, reduciendo recursos en sanidad y educación, apoyando reformas del mercado de trabajo a medida de los intereses patronales, soslayando impúdicamente a los sindicatos y culpando de todos los males de España a las Comunidades Autónomas; es decir, a Catalunya. Todo esto, para los catalanes, significa llover sobre mojado. Y como estamos calados hasta los huesos, hemos decidido ponernos a resguardo, lejos de las nefastas influencias de esta España cutre, anticuada, anquilosada y autodestructiva, que tan bien representan los partidos de ámbito nacionalista español.
Se acerca la hora. El día de la independencia aparece espléndido en el esperanzador horizonte. Frente a Catalunya, a nuestro alcance. Los catalanes sabemos que nada será gratuito. Que el precio de la libertad es caro. Conocemos las argucias, las amenazas y las artimañas que desde España lanzarán -lanzan- para tratar de impedir que logremos la plena soberanía de nuestra Nación. Pero nuestra decisión está tomada. Y nada podrá detener nuestra firme voluntad de ser y existir, al margen y junto a España y el resto de naciones del Mundo. Para seguir siendo catalanes. Para alcanzar la libertad. Para poner el destino en nuestras propias manos.
No. Catalunya no acabará como Kosovo. Espero, deseo que España no actue y acabe como Servia.
Estas trasnochadas veleidades imperialistas son el mayor problema que tiene España en la actualidad. La clase dirigente española está formada por políticos y empresarios con alma de funcionarios y funcionarios con vocación política; de derechas e izquierdas, genéticamente centralistas y jacobinos; esencialmente, de tan conservadores como son, inmovilistas. Hablan y actúan como si la realidad española de nuestros días, fuera semejante a la vieja Castilla de glorioso pasado. Entienden que su trabajo consiste en conseguir y asegurar las finanzas del Reino, consolidar la hegemonía cultural y lingüística castellana y someter a los súbditos de la periferia, aun por fuerza, para que no se dispersen, ni especulen con hipótesis de libertad, justicia y prosperidad. Así, controlan los flujos financieros y económicos del Estado y los distribuyen y regulan a su antojo, en beneficio de los intereses de su nación, con domicilio social y vital en la ciudad de Madrid. Se sirve de la secular justicia castellana para que acote y sojuzgue las pretensiones culturales e idiomáticas de territorios bajo dominio de la España castellana. Para impedir que otras naciones, ahora sometidas, puedan ofrecer al Mundo una imagen diferente a la considerada como típicamente española. Cierra el circulo de agresividad imperial con armas políticas, jurídicas, económicas y culturales, de todo calibre y condición, que utiliza para aplastar y uniformar a los ciudadanos no españoles en una especie de orgía nacionalista, excluyente, acaparadora y destructora. Por cierto, objetivo nunca alcanzado por la Castilla de antaño, ni por la España de hogaño.
Ante este renacido aquelarre españolista que caracteriza tan dramáticamente el Partido Popular y el Partido Socialista Obrero Español, los ciudadanos catalanes hemos optado a favor de la libertad, la auténtica justicia y el rigor económico-financiero. Sabemos que actualmente carecemos de las armas que necesitamos para alcanzar los niveles de prosperidad económica y desarrollo social y cultural que merecemos como Nación y que España continuamente nos hurta. No aceptamos más imposiciones de Madrid, pues solo ofrece exigencias de recortes, requerimientos de déficit cero, amenazas de intervención autonómica y actitudes político-legislativas partidistas, de aires absolutistas y profundamente centralizadoras. Al tiempo, el Gobierno de España y el partido que lo sustenta, siguiendo una vieja tradición gubernamental incumple sus compromisos electorales. Aumentando los impuestos, reduciendo recursos en sanidad y educación, apoyando reformas del mercado de trabajo a medida de los intereses patronales, soslayando impúdicamente a los sindicatos y culpando de todos los males de España a las Comunidades Autónomas; es decir, a Catalunya. Todo esto, para los catalanes, significa llover sobre mojado. Y como estamos calados hasta los huesos, hemos decidido ponernos a resguardo, lejos de las nefastas influencias de esta España cutre, anticuada, anquilosada y autodestructiva, que tan bien representan los partidos de ámbito nacionalista español.
Se acerca la hora. El día de la independencia aparece espléndido en el esperanzador horizonte. Frente a Catalunya, a nuestro alcance. Los catalanes sabemos que nada será gratuito. Que el precio de la libertad es caro. Conocemos las argucias, las amenazas y las artimañas que desde España lanzarán -lanzan- para tratar de impedir que logremos la plena soberanía de nuestra Nación. Pero nuestra decisión está tomada. Y nada podrá detener nuestra firme voluntad de ser y existir, al margen y junto a España y el resto de naciones del Mundo. Para seguir siendo catalanes. Para alcanzar la libertad. Para poner el destino en nuestras propias manos.
No. Catalunya no acabará como Kosovo. Espero, deseo que España no actue y acabe como Servia.