Por lo visto, no basta con la avasalladora hegemonía de la lengua castellana en todo el Estado. También debe constar esta primacía española en el mundo de los símbolos patrios, así como en el ámbito de los sentimientos. Y para ello, se utiliza la bandera rojigualda, acompañada de la Marcha Real en calidad de banda sonora. Ambos se imponen y revisten con una aura sacralizada, inmutable, lo cual conlleva en sí la pena de condena eterna a quien ose desafiar la secular supremacía castellana y sus símbolos, que deben imperar en el Estado Español, ahora y por siempre. Símbolos que, recordemos, se sostienen sobre el suelo y las raíces de la Castilla histórica y reconquistadora. Pero, ¡hay...!. No se puede, es inútil legislar sobre sentimientos. Y así, muchas instituciones y ciudadanos catalanes no se emocionan ante la bandera, ni se conmueven con el himno. De España. La mayoría, aunque los respetan, se muestran indiferentes ante ellos. ¿Porqué?. Sencillo. Su Nación, su bandera y su himno son otros. Para muchos ciudadanos, nuestra Nación es Catalunya. Y nos indignamos ante la pertinaz y estúpida negativa española de no reconocerlo así. Nuestros sentimientos hacia nuestra bandera e himno son exactamente equivalentes a los sentimientos que tienen los españoles hacia los suyos. Y si los catalanes reconocemos a la España castellana la condición de Nación, ¿porqué no se reconoce tal condición a la nuestra?. ¿Como pueden pretender que "amemos" y compartamos los símbolos de aquellos que niegan los nuestros?. Esta es la causa de la guerra de banderas. En realidad, se trata de una batalla de sentimientos; y las emociones no pueden imponerse. Ni siquiera por la fuerza de la Ley emanada del Estado de Derecho, ni con la violencia represora ejercida por el poder político español. Y si así se hace, las consecuencias son el enfrentamiento, el rechazo y la falta de respeto mutuo.
En definitiva, Catalunya es una Nación. Nos sentimos Nación y queremos ser Nación. Y como tal, nuestros anhelos se verán colmados con la plena soberanía. En igualdad de condiciones que las naciones de Europa y el resto del Mundo. Y para ello, confiamos en el ideal democrático. He ahí la razón de querer ejercer el derecho de autodeterminación. ¿Cual es, pues, la ignominia que se atribuye a la Ley de Consultas, expresión minimalista del derecho a decidir?. ¿Acaso España teme el ejercicio de la democracia?. ¿Son distintas las percepciones democráticas entre españoles y catalanes?. A la vista de las declaraciones de la señora Sanchez Camacho, en las que anuncia la intención del PP de recurrir la Ley de Consultas ante su Tribunal Constitucional, diríase que sí. Hasta no hace mucho tiempo, en Catalunya existía una mayoría que no contemplaba la independencia como posible opción a tener en cuenta. La minoría soberanista aceptaba la situación y acataba la voluntad mayoritariamente unionista sin causar mayores problemas; no era más que un ejercicio de acatamiento al juego democrático. Con todo, insistíamos en nuestros objetivos independentistas, sin renuncias y con redoblados esfuerzos. Entretanto, el nacional-españolismo porfiaba para asimilar (cuando no destruir) a Catalunya. Hasta nuestros días. Las veleidades españolistas, con falta de respeto incluido; el acoso mediático, judicial, económico, financiero, cultural, así como la premeditada falta de inversiones en las infraestructuras viarias catalanas competencia del Estado, nos conducen a la situación actual. La aversión catalana al trálaga castellano; el haber llegado al límite racional de aguante en materia de expolio fiscal, que empobrece a todos los ciudadanos catalanes y disminuye nuestro bienestar social; y que puede ser calificado como vulgar robo perpetrado por el Estado Español a todos y cada uno de los ciudadanos catalanes -recordemos, 2.200 € por catalán/año-; la habitual racanería y secular incumplimiento español en la ejecución (¡por lo menos!) de los presupuestos generales del Estado referidos a recursos e inversiones en Catalunya; el hartazgo por el abuso judicial que determinadas formaciones políticas españolistas y unos pocos pero resentidos ciudadanos anticatalanes, hacen contra la lengua y cultura catalanas bajo el amparo de una justicia partidista y españolista; la interminable cruzada anticatalana que, desde los medios de comunicación madrileños adscritos a la Caverna Mediática, periódicamente desatan contra Catalunya. Todo esto y nuestros propios principios y valores, son la causa que aquella minoría se haya transformado en el presente en una sólida y contundente mayoría a favor de la independencia de nuestra Nación. La minoría unionista de ahora, ¿guardará la misma actitud que en el cercano pasado ha tenido el catalanismo, entonces minoritario?. ¿Aceptarán la realidad democrática u optarán por el boicot y la violencia contra los independentistas?.
Mi opinión es que el unionismo catalán aceptará la voluntad de la mayoría soberanista. Sin embargo, no estoy tan seguro de las reacciones que puedan tener los nacional-españolistas fuera de Catalunya. Lo que si es seguro es la reacción de la Caverna Mediática. La "mala leche" que destilan en la actualidad no presagia nada bueno. Con su habitual soltura, utilizarán falacias y mentiras, chantajes y agresiones varias, tal y como nos tienen acostumbrados. ¡Qué mejor muestra de sus intenciones que la actual ofensiva nacionalista...española!. Pero confiemos que los valores democráticos que sin duda cultivan la mayoría de ciudadanos de a pie españoles, se impongan a los aullidos que suelen proferir aquellos que utilizan los valores de la democracia, simbolizados en la pétrea Constitución Española, como si se tratara de un bate de béisbol con el cual machacar a quién siente, piensa y habla diferente. En definitiva, contra quién es y se sabe de Nación catalana. Solo la firmeza y autenticidad democrática catalana vencerán la despiadada ofensiva nacionalista española desatada, una vez más, contra nuestra Nación. Solo la próxima independencia de Catalunya nos permitirá el progreso, justicia y libertad que el rancio y cutre españolismo de ayer, de hoy y de siempre, nos hurta y niega. Hasta ahora.
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