El pasado viernes, el Consejo de Ministros de España ha anunciado la aprobación de la Ley de Transparencia, que pretende sancionar penalmente a los políticos que hagan malas prácticas en el uso de recursos públicos. Esta misma semana, la Ministra de Fomento Ana Pastor quiso persuadir a sus colegas de la Unión Europea de las presuntas bondades y beneficios del corredor ferroviario central. Deseaba que fuera declarado como infraestructura primordial, para poder optar a fondos de financiación europeos. Naturalmente, la UE no aceptó tal petición. Lo cual ha provocado el voto negativo de España a la red de infraestructuras prioritarias de la Unión. En Europa son serios y formales y sí priorizan el rendimiento económico en las inversiones a realizar. Por otro lado, también ha anunciado que se está planteando rescatar las autopistas deficitarias (madrileñas), prolongando las concesiones de las autopistas de pago (fundamentalmente catalanas), ante la indignación y estupor de los sufridos usuarios de Catalunya. Cabe preguntarse, ¿la antieconómica propuesta ferroviaria de la ministra española sería contemplada como punible en la recién nacida ley de buenas prácticas española?. ¿Y las intenciones sobre las autopistas madrileñas a cargo, una vez más, de Catalunya?. No debemos perder de vista que el corredor central ya había sido declarado como inviable, innecesario, clientelar y partidista por múltiples expertos. Y los agravios contra los ciudadanos catalanes "ya no caben en la maleta". La única utilidad de sus absurdas propuestas consiste en entorpecer y desincentivar el corredor Mediterráneo, que sí es considerado como preferente por Europa; y seguir la política de estrangulamiento de ciudadanos e instituciones catalanas. Repito: ¿esta actitud ministerial tan sectaria, es punible?.
Es solo un ejemplo del tipo de políticas que acontecen con excesiva frecuencia en España. Corresponden a actitudes arbitrarias e injustas. ¿Porqué sucede así?. Antes de intentar responder a esta sencilla cuestión, bueno será señalar algunas características sobre el comportamiento y actitud que determinados actores públicos tienen desde los inicios, durante y en la actualidad, en el llamado teatro democrático español.
Algunos políticos suelen cometer sus tropelías, o decir sus necedades, sin apercibirse que las están cometiendo. Por ejemplo, uno de los padres de la Constitución y además entrañable y ancestral socialista, Gregorio Peces Barba, aboga por la modificación de la ley electoral para que los partidos nacionalistas no tengan el peso parlamentario que tienen en el presente, que les permite condicionar -chantajear, dicen- la política del gobierno de España. Propone que se aumente en cincuenta el número de diputados, que serían repartidos de acuerdo con los restos en circunscripción nacional única, entre el PP, PSOE e IU, formaciones presentes en todo el ámbito estatal. En principio parece razonable. Hasta que nos damos cuenta que son precisamente el PP y el PSOE los máximos beneficiarios del sistema electoral que rige en la actualidad. Sus diputados y senadores resultan beneficiados con los votos de miles de ciudadanos, en aquellas circunscripciones de baja densidad demográfica; mientras por ejemplo, los nacionalistas catalanes necesitan los votos de decenas de miles de ciudadanos de Catalunya para resultar elegidos. ¿Cuanto cuesta un escaño en Cuenca, Huesca, Segovia o en Castilla-León, Castilla-La Mancha, Extremadura?. ¡Por Dios!. No; el problema son el PP y PSOE . La solución a la injusticia electoral que sufre IU solo puede pasar por ligar la representatividad de los votos a las personas, no premiar a los territorios con la máxima representatividad, por muy extensos que sean. Pero, claro. Si costara lo mismo un diputado en Barcelona o Madrid, que en Soria o León, tanto los conservadores como los socialistas verían disminuir el número de sus candidatos elegidos como representantes de los ciudadanos. La máxima de un hombre, un voto llevada a sus últimas consecuencias dibujaría un mapa político en todo el Estado muy distinto al actual. Ganaría el pluralismo y perdería el falso bipartidismo que tanto gusta a las formaciones mayoritarias de España.
El ínclito señor Peces Barba se caracteriza por lanzar invectivas, propuestas e iniciativas, al menos tan curiosas como suelen ser algunos de sus estrafalarios comentarios. Es el mismo personaje que se permitió bromear sobre el viejo adagio hispano de bombardear Barcelona cada cincuenta años y que se lamentó haber dejado marchar a Portugal y haberse quedado con Catalunya. Y después de soltar su boutade acusó a los catalanes de tener la piel muy fina. Pues no. La piel fina la tienen los pocos pero esforzados unionistas catalanes, que con actitudes como la del señor Peces Barba, contemplan desesperados como todos sus intentos conciliadores con España se escapan velozmente por el desagüe de las aguas fecales. La mayoría de ciudadanos catalanes poseemos una sólida y curtida protección cutánea, constituida a base de proteínas independentistas que nos protegen del avasallador veneno nacional-españolista, tan característico de determinados notables españoles. La nómina de estos peculiares personajes socialistas es interminable: José Bono y sus joviales sentimientos patrióticos y festivos homenajes (a la División Azul); Alfonso Guerra y su aguerrida vocación cepilladora; J.C Rodriguez Ibarra y su pedestre españolismo; el embajador ante la Santa Sede, F. Vázquez y su carrinclón nacional-catolicismo; J.L. Rodriguez-Zapatero y la fragilidad en la palabra dada, etc... Todos ellos con suficientes méritos y parabienes, arduamente cosechados en defensa de los mercados y liberados de veleidades auténticamente socialistas, como para figurar en los anales del genuino esperpento hispano. Sin duda, con la plena aprobación de Don Ramón María del Valle-Inclán.
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