El fracaso del idioma español como aglutinador de los sentimientos nacionales fuera de Castilla, es tan evidente como el hecho de que solo la fuerza bruta ha sido capaz de extender el uso de la lengua castellana por América Central y del Sur. También es cierto que precisamente el castellano, activa o pasivamente, ha sido el motor que ha permitido a distintos pueblos del Mundo alcanzar la soberanía que habían perdido en manos del Imperio Español, con un coste muy elevado, a saber, la desaparición de las lenguas y culturas que fueron exterminadas a causa de la agresiva colonización castellana.
Es precisamente en este periodo imperial cuando España comienza a ser víctima de un innato pecado de soberbia, así como de una falsa sensación de riqueza y poder, que conservará en siglos posteriores. Son estos dos pecados los que configuran el carácter y personalidad de las élites gobernantes españolas, de antaño y de ahora. España siempre ha sido una nación pobre, repleta de hidalgos. Los recursos y las riquezas han provenido de expolios coloniales, conseguidos mediante el uso de la fuerza y la represión mediante el ordenamiento jurídico español. Ha sido Castilla la impulsora de esta realidad; el derecho de conquista, principio ampliamente arraigado y utilizado por el imaginario hispano, ha permitido que España llegara a sentirse como protagonista de la historia mundial, cuando su papel no podía ser más que el de mero comparsa pobre. La realidad es que España es como el nuevo rico que aspira a mucho, pero que alcanza poco. Dentro del Estado, fue en Catalunya donde se inició la revolución industrial, que se extendió también al País Vasco y posteriormente al País Valenciano. En Madrid se aposentó la burocracia estatal, a la sombra de la antigua aristocracia y con la bendición de la Santa Iglesia Católica. Posteriormente, también delegaciones empresariales (sucursales) de empresas de las distintas zonas industriales del Estado, que debían batallar contra la farragosa pesadez administrativa madrileña, creada para controlar, condicionar y someter a la burguesía catalana y vasca y satisfacer los intereses de las decadentes clases dirigentes españolas, que controlaban el resto de la península. El mérito de Madrid ha consistido en succionar el fluido económico y fiscal de catalanes y vascos fundamentalmente, para convertir Madrid en el centro financiero, político, mediático y sede de las empresas encargadas de la obra pública del estado español, utilizando partidariamente sus leyes, sus funcionarios y sus políticos, para alcanzar este objetivo centralizador. Gigante con pies de barro en definitiva, pues la industria, la exportación y gran parte del comercio y del consumo, continuan principalmente en manos catalanas y vascas o están en poder de las multinacionales.
En la actualidad España está intervenida de facto por la señora Merkel, sometida a los intereses del Euro y de los mercados, a la espera de no tener que ser rescatada in extremis por el resto de socios comunitarios. En tales condiciones, ¿donde está la supuesta fortaleza de España?. Fracasó por culpa del nacionalismo español, fracasó por su inconsistencia económica y fracasó por la mediocridad de sus tristes dirigentes políticos. Triple fracaso, que en realidad y en última instancia, es responsabilidad de todos los ciudadanos españoles, capaces de aceptar sin rechistar las falsedades y manipulaciones que, por ejemplo, los medios nacionalistas españoles han propalado sobre Catalunya y los catalanes; que creyeron que la economía de España estaba por encima de Italia, a la par de Francia y a la zaga de Alemania, sin apenas haberse esforzado, e ignorando la importancia de la cuantiosa contribución europea (los fondos estructurales) como motor del desarrollo económico del Estado Español, así como al cuantioso expolio fiscal catalán. Creyeron también que a base de ladrillo y especulación, paradigma económico impulsado por los gobiernos del Partido Popular y del Partido Socialista, España y los españoles serían más ricos y poderosos. Aceptaron el mantra centralista que las infraestructuras radiales con origen madrileño y la extensión de la autonomía y la descentralización administrativa a todas las regiones españolas, acabarían con las aspiraciones políticas de autogobierno de Catalunya (no se olvide, inspiradora del autonomismo) y los catalanes y del País Vasco y los vascos. Nuevo fracaso político e institucional del café para todos. Pobres resultados cosechados por esta España irreal, ficticia y tan alejada de los auténticos intereses y necesidades de los súbditos hispanos que, si tuvieran buen Señor -y más periodistas éticos y juristas "justos"- serian mejores vasallos (y más prósperos y felices).
España está debilitada como estado. En tales condiciones, la única fortaleza que tiene es, precisamente el concepto de unidad de la patria, es decir, de ejercer un férreo nacionalismo español, contra el catalanismo y el vasquismo, configurando así un bucle infinito que nos retrotrae al primero de los fracasos. Para su desgracia, trescientos años de soberbia anticatalana, de expolio fiscal, de asfixia económica y fiscal y de hostilidad contra la lengua y cultura catalanas, han propiciado que Catalunya este más cerca que nunca de la plena soberanía, de la libertad e independencia. España deberá aplicar la idea de unidad así misma, olvidando por fin a Catalunya, puesto que España y Catalunya, hoy más que nunca, son dos realidades nacionales tan diferentes y distantes como puedan ser Francia y Nueva Zelanda, o Rusia y la Conchinchina.
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