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dijous, 15 de setembre del 2011

CARPE DIEM.

Estas son algunas lindezas leídas en medios digitales españoles, sobre la inmersión lingüística en catalán y sobre las relaciones entre España y Catalunya:
                              -Dios, cuanto enfermo mental hay en Cataluña. 
                              -Prefiero ser un chií que un cataliban. 
                              -¡Qué sinvergüenza, si el franquismo sois vosotros!. 
                              -Pobres catalanistas, se les está poniendo cara de Gadafi. 
                              -Cataluña es un pueblo terrorista... lingüístico.
Mi preferida es esta frase: los españoles tendremos que independizarnos de Cataluña, ya que por culpa este Estatuto confederal, nos convierte en una colonia económica. Nos roban el dinero... Los autores de estas opiniones, según ellos mismos, residían en Murcia, Madrid, Toledo, Sevilla, Zaragoza, e incluso en Puerto Rico, entre otros lugares de "España". La cuestión es, ¿son representativas estas opiniones?. Realmente, ¿los españoles piensan en su mayoría de forma semejante a la expresada en estos y otros comentarios digitales?. Estas son las cuestiones que debemos responder. Y tenemos que hacerlo, porque se están exacerbando los ánimos, se están enconando las posiciones, las opiniones, los prejuicios, hasta extremos que no solo son preocupantes, también son contraproducentes para ambas partes. Todos estos comentarios son la contestación popular a la sentencia del Tribunal Supremo español y a la respuesta que desde Catalunya se quiere dar, a lo que nosotros consideramos un desacertado exceso de este Tribunal y la interpretación que se permite hacer sobre la supuesta inconstitucionalidad de la Ley de Educación catalana, que ampara la plena vigencia y legalidad de la inmersión lingüística en catalán. Por cierto, ley que si bien se encuentra a examen en el Constitucional,  todavía no ha sido declarada ilegal. Es cierto que no creemos en la supuesta imparcialidad de máximo tribunal español, repleto de (no)nacionalistas españoles, por lo cual tememos un fallo en contra, como sucedió con el maltrecho y desperdiciado Estatuto de Autonomía de Catalunya. Pero el caso es que a día de hoy, la Ley de Educación catalana está en plena vigencia, siendo absolutamente constitucional, en todos sus términos. 

Desgraciadamente, a tenor de los muchos comentarios publicados, así como las opiniones que desde diversos programas de TV se vierten sobre la lengua, la inmersión, el soberanismo y la secesión, los políticos, Catalunya y los catalanes, la respuesta a las cuestiones planteadas es que sí, las opiniones sobre Catalunya y los catalanes son muy mayoritariamente hostiles entre los españoles; por lo menos, son muy visibles. Por más que intentan disfrazarlas y centrarlas contra los políticos, los partidos y los medios de comunicación catalanes, como si fueran entes ajenos a la sociedad catalana y no tuvieran la legitimidad democrática que, elección tras elección, vienen recibiendo de la inmensa mayoría de ciudadanos catalanes. O la difusión y aceptación que alcanzan los medios informativos catalanes, muy por encima de los españoles, a los que, por supuesto, también tenemos libre acceso los ciudadanos de Catalunya. Poco importa si la información que reciben los ciudadanos españoles sobre Catalunya y los catalanes en la actualidad se ajusta a la realidad,  si es veraz, o está más o menos manipulada, o impregnada de catalanofobia, o si se trata de puro clientelismo político, o de obsceno partidismo electoralista hispanófilo. El mal es anterior; la siembra del odio hacia lo catalán se viene produciendo, con más o menos intensidad, desde los inicios de la transición española; la única diferencia es que ahora no solo es generalizado, además, es transversal y público en la sociedad española. No se guardan ni siquiera las formas, ni las más elementales normas de educación y convivencia. Periodistas, políticos, la judicatura y los ciudadanos en general tienen muy interiorizado (y lo manifiestan con absoluto desparpajo), que Catalunya y los catalanes somos desleales, egoístas e insolidarios, chantajistas y tahúres de rio,  integristas idiomáticos, además de redomados e insaciables ladrones que robamos el dinero de España y los españoles. La sociedad española en general tiene una visión de Catalunya y los catalanes, propalada por el hipernacionalismo hispano, no solo exageradamente manipulada y falsa, sino también profundamente injusta. Y, por supuesto, absolutamente inaceptable, por parte catalana.

Y bien, ¿qué hacer ahora?. ¿Cual ha de ser la respuesta catalana ante tanta intolerancia, falta de respeto y a tanta hostilidad indisimuladas?. En principio, no caer en las mismas vulgaridades que las arriba descritas. En ocasiones, el hastío y la indignación que sentimos, nos hacen decir y escribir en términos equivalentes a los utilizados por los nacionalistas españoles. No debemos ser tan maleducados y groseros como puedan ser ellos. Como tampoco es válido continuar haciendo pedagogía, pues se demuestra como absolutamente inútil, entre otras cosas porque los españoles están muy satisfechos de ser como son; si acaso, quieren que los que cambiemos hacia ser más españoles seamos los catalanes, lo cual es imposible. Nunca renunciaremos (ni aún obligándonos) a nuestra catalanidad, como supongo debe pensar un español, un inglés o un vietnamita, con sus respectivos sentimientos nacionales. Así pues, nuestros argumentos deben ser defendidos con pasión, pero sobre todo con la verdad; la descripción de la realidad, el razonamiento (enraonar), la autoestima y los incuestionables datos estadísticos son las armas más poderosas que poseemos, de ahí que los intolerantes carezcan de argumentos y recurran al insulto, a las falacias y a la manipulación como únicas herramientas a utilizar en defensa de sus imposturas. Esta es su gran flaqueza.

Como resultado a todo lo que está ocurriendo, como consecuencia de la intolerancia nacionalista española y del odio y sectarismo (que les debilita), los catalanes debemos aprovechar el momento, no malgastarlo. Nuestra fuerza, nuestra razón, se encuentran en nuestras ansias de libertad y justicia. Y todo parece indicar que los españoles, en el fondo, también se han dado cuenta que el final de la dependencia de Catalunya está cercana y es inevitable. Así lo delata su alterado estado anímico y los improperios y agresividad que utilizan a modo de autodefensa.

CARPE DIEM, aprovechemos el día y la ocasión. Y al amanecer, la independencia.       

   

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