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dilluns, 1 d’agost del 2011

DOLOR, TRISTEZA, MELANCOLÍA. GROTESCO, VERGÜENZA AJENA, PENA.

Se han convocado elecciones generales para el próximo 20 de noviembre. Es curioso que se haya elegido tan señalada fecha. Es el día que murió Franco  y con él acabó la dictadura, aunque no el franquismo como es de sobras conocido. No creo que el presidente del gobierno español haya elegido esta fecha para conmemorar tal hecho histórico, pero no me cabe duda alguna que los nostálgicos del antiguo régimen, entre los que se encuentran significativas personalidades del estado, lo aprovecharán para llevar el agua a su molino. Realmente, se lo han puesto a güevo, como diría el castizoNo, ni mucho menos. El señor Rodriguez Zapatero lo ha hecho así para que el nuevo gobierno pueda encarar el próximo año en toda su plenitud temporal y con todas las consecuencias socio-económicas.

Las reacciones que esta decisión ha provocado entre los medios políticos, económicos y periodísticos, como puede imaginarse, es variopinta, aunque coincidentes indisimuladamente en la sensación de alivio, la renacida esperanza y los nuevos y renovados anhelos, comunes a todos los estamentos de la sociedad civil del estado.

El Partido Popular en general y su líder, el señor Rajoy en particular, han expresado las irrefrenables ilusiones que tienen en alcanzar la victoria que les permita formar gobierno, a poder ser por mayoria absoluta. Las encuestas que se conocen hasta la fecha dan a los populares como claros vencedores, con una notable diferencia de escaños, frente a los socialistas. Podemos imaginar que su excitación apenas puede ser refrenada. No pueden esconder su euforia. Les veo frotándose las manos de satisfacción, teniendo en cuenta que la gran mayoría del trabajo sucio social (por la situación económica), ya ha sido aplicado por el agonizante gobierno del señor Zapatero. Deberán hacer algunos retoques, aplicar más si cabe las tijeras recortadoras en las cuentas públicas, es decir, en el estado de bienestar y culpar al gobierno saliente del partido socialista por la mala gestión y las desagradables consecuencias que ello provocará entre la ciudadanía. Los mercados estarán contentos, los medios de comunicación de la derecha podrán teorizar sobre "la nefasta herencia socialista" y el partido conservador podrá dedicarse a lo que es su auténtica razón de ser: ejercer el poder, acaparar influencias, administrar y repartir recursos económicos, privatizar servicios públicos en favor del capital privado y hacer nombramientos y repartir cargos y prebendas a los amigos. Y dedicarse a  lo que tienen por auténtica pasión, es decir, a machacar, ningunear y perseguir civilmente a todo nacionalista no español que ose levantar el dedo en sus posesiones patrias.

El Partido Socialista Obrero Español, olvidando ya socialista y obrero, parece que muestra también un cierto alivio, por el hecho de desprenderse de esta pesada carga que ya está resultando el señor Rodriguez Zapatero. Es evidente que la política económico-social que los socialistas han ejecutado hasta la fecha, lo ha sido con las formas y maneras netamente derechistas, conservadoras, casi ultraliberales, favorable al capitalismo hispano, a las entidades financieras, en definitiva, a los mercados, únicos depositarios de las esencias que inspiran el capitalismo salvaje que toda la humanidad viene sufriendo. Ante esta situación, las esperanzas del nuevo líder de la izquierda, el señor Pérez Rubalcaba, descansan en difuminar las siglas de su propio partido, mostrarse abierto y receptivo a los postulados de los indignados y, sobre todo, reivindicar el trabajo hecho contra el terrorismo de ETA que, ciertamente, se acerca irremisiblemente a su final, a  su real desaparición, a pesar de la (o)posición de los populares y su corte mediática, temerosos que este triunfo pueda ser anotado entre los grandes logros alcanzados por el señor Rubalcaba y su desprestigiada formación política.

Mientras, el señor Durán i Lleida, CiU y el propio señor Más, no ahorran esfuerzos en aparecer como los únicos árbitros entre populares y socialistas, capaces de condicionar al nuevo gobierno y de conseguir, ahora sí, el cacareado pacto fiscal para Catalunya. La lucha de los nacionalistas catalanes se centrará en que ningún partido español obtenga la mayoría absoluta, de modo que necesiten los votos de CiU para conformar el nuevo gobierno, para así pactar el nuevo acuerdo fiscal entre españoles y catalanes, en lo que debería ser el primer paso hacia la soberanía (fiscal), y que sí cosecha un amplio consenso entre los ciudadanos de Catalunya, según sus propias palabras. Naturalmente, olvidan que en las últimas encuestas, más del 61% de los votantes catalanes se declaran a favor de la independencia. Pero este consenso claramente mayoritario no interesa a CiU, ya que solo presta atención al consenso del 39% que votaría en contra. Lo que en realidad desprende el discurso del señor Durán, es el temor que siente ante la realidad que obstinadamente se muestra ante él, y no es otra que los deseos de plena soberanía y la impaciencia sentida por la gran mayoría de ciudadanos catalanes. Se trata de despistar a los votantes de CiU con el pretendido pacto fiscal, siendo plenamente consciente este ilustre político que lo máximo que logrará no es más que un enorme fiasco, totalmente inaceptable por todos los ciudadanos de Catalunya, por insuficiente y falaz.

Estas son las tres principales formaciones políticas que nos piden su voto para el próximo 20 de noviembre. Confían en la supuesta fidelidad, diría ingenuidad, de los simpatizantes de cada uno de estos tres partidos, esperando que les brinden su apoyo y si es posible, robar votos a las formaciones contrincantes, prometiendo aquello que no está en su mano conseguir, esto es, protección social a los precarizados trabajadores, con salarios dignos acordes a las necesidades de los ciudadanos y a los precios de los bienes de consumo; contratos estables relegando la temporalidad a lo estrictamente necesario, o jubilaciones suficientes y justas para los asalariados que ya no pueden (ni quieren) seguir trabajando cuando alcanzan la vejez, después de pasarse la vida luchando por sus familias, es decir, por su país.

Santa Inocencia la que profesamos los sufridos ciudadanos de este injusto estado. También y sobre todo los catalanes. Manifestamos de una manera muy viva los sentimientos, como el dolor, la tristeza y la melancolía. Pero todo esto nos resulta grotesco, nos produce vergüenza ajena, pena. Aunque no nos percatemos, somos patéticos. Especialmente nuestros políticos y periodistas. Son soberana y tristemente Patéticos. Hasta que nos hartemos y nos pongamos a pensar, actuando en consecuencia, es decir, acudamos en masa a votar, pero ni un solo voto a PPSOE ni a su árbitro, el ínclito señor Durán i Lleida. 
    


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