¿Alguien puede decirme donde se ha vuelto a manifestar un ramalazo de nacionalismo hispano de lo más rancio y cutre?. Efectivamente, en el mundo del deporte, concretamente del fútbol. La selección española sub-21 ha ganado el campeonato de Europa y durante las celebraciones de los jugadores sobre el césped, un osado y joven deportista, en un imperdonable descuido de los vigilantes y con evidente desfachatez, se ha atrevido mostrar orgullosamente la bandera -enseña, pendón..., como quiera nombrarse- de su tierra, Asturias. La reacción del entrenador ha sido fulminante, y en una acción digna de Don Pelayo, raudo cual centella, arrebatole la enseña, restituyendo en buen orden y reparando el agravio infligido al honor patrio. Si algún trapo había que exhibir, este era el español, único constitucional aunque llevara incorporado la silueta de un toro o un negro y lúgubre pajarraco con forma de aguilucho (pre-constitucional).
Como es lógico suponer, este lance no merece, ni por asomo, la calificación de nacionalismo español por parte de aquellos que ven en manifestaciones y escenarios similares, cuando son protagonizados por catalanes o vascos, deleznables actos, ahora sí, nacionalistas, y que se hacen para politizar el mundo del deporte. Sabido es que no existe nada parecido a un supuesto (hiper)nacionalismo de raíz netamente español.
Son los mismos que critican ferozmente y combaten con saña, cuando desde Catalunya se reivindica que las selecciones nacionales catalanas tenga pleno derecho a concurrir oficialmente a las competiciones internacionales, en las mismas condiciones que gozan el resto de equipos, por ejemplo Escocia o Gales, en fútbol o rugby. Pero es que España is diferent y los periodistas españoles, más. No son nacionalistas; no festejaron nada cuando España ganó el pasado mundial de fútbol, ni vibraron al oir su himno nacional. No se emocionaron cuando vieron banderas españolas colgadas en balcones, ventanas, coronando edificios o, simplemente, en manos de entusiasmados ciudadanos que la exhibían con orgullo y pasión. Nada de ello fue calificado como ritual puramente españolista, como una reacción de radical nacionalismo hispano. No. Lo que se destacó fue la crítica por la exhibición de Xavi y Puyol de la bandera catalana. Lo que se puso como ejemplo de normalidad fue la manifestación españolista celebrada en la avenida de Maria Cristina, de Barcelona, incluidos los graves incidentes ocurridos al final de la misma y que fueron rápidamente silenciados por los medios de comunicación españoles. Lo que no se quiso reconocer por parte de los comentaristas deportivos de televisión (e incluso algunos medios escritos) fue que el equipo español ganó gracias especialmente, a los numerosos jugadores del Barça encuadrados en la selección y a su estilo de juego, calcado al del equipo catalán. Por lo visto, aquello no era suficientemente español. Y además, el Barça en aquellas fechas, era un nido de independentistas, capitaneado por el señor Laporta.
El mundo del deporte, y el fútbol en particular, es la realidad política más evidente y universal que existe. A través de la competición, ya sea en deportes de equipo o individuales, los ciudadanos proyectan todas sus ilusiones, sus filias, sus esperanzas y comparten las victorias de los suyos de forma desinhibida, generosa y alegre. También comparten, en las derrotas, las frustraciones, las penas e incluso la indignación. Pero normalmente, al cabo de poco tiempo, los espíritus se calman, hallan consuelo y se disponen a participar de los nuevos retos que sus deportistas, sus ídolos, enfrentarán en el inmediato futuro, llenándolos una vez más de esperanza y renovadas ilusiones. Solo un elemento turba este plácido futuro. Los periodistas. Los medios de comunicación deben seguir vendiendo humo para seguir ganando dinero y no dudan en alimentar las bajas pasiones de los aficionados, destacando los errores, las ruindades, los nacionalismos ajenos y todo aquello que sea capaz de enervar a los aficionados, para así seguir siendo el centro del Mundo, los reyes del mambo, aunque sea en el interior de una caverna, acompañados por algunos dirigentes deportivos, en calidad de comisarios políticos del peor de los no-nacionalismos que existe: el español.
El deporte y la política sí están íntimamente unidos. Solo hay que ver lo que acontece con una victoria de Nadal, en copa Davis, o con unas declaraciones de un jugador de basquet, semper fideles a la selección, o cuando Xavi, en una acción de buenas maneras, gritó ¡viva España!, enervando a la multitud entusiásticamente, o las reacciones exageradas de la prensa de Madrid ante las lógicas celebraciones de los aficionados españoles en Catalunya por la victoria en el Mundial de fútbol. Deporte y política siempre han ido e irán unidas, y más en un estado, como el español, donde el nacionalismo se manifiesta en todas las ocasiones que conviene al interés de España y en todas las circunstancias. No se olvide el eterno debate hispano sobre la inacabada construcción y consolidación nacional, y del terrible complejo de inferioridad que padece y que manifiesta con claridad en la rotunda negación del nacionalismo español y su hostilidad hacia cualquier tipo de manifestación ciudadana que no sea la puramente española. Por favor, no sean hipócritas y acepten la realidad tal cual es: Depornalismo.
El mundo del deporte, y el fútbol en particular, es la realidad política más evidente y universal que existe. A través de la competición, ya sea en deportes de equipo o individuales, los ciudadanos proyectan todas sus ilusiones, sus filias, sus esperanzas y comparten las victorias de los suyos de forma desinhibida, generosa y alegre. También comparten, en las derrotas, las frustraciones, las penas e incluso la indignación. Pero normalmente, al cabo de poco tiempo, los espíritus se calman, hallan consuelo y se disponen a participar de los nuevos retos que sus deportistas, sus ídolos, enfrentarán en el inmediato futuro, llenándolos una vez más de esperanza y renovadas ilusiones. Solo un elemento turba este plácido futuro. Los periodistas. Los medios de comunicación deben seguir vendiendo humo para seguir ganando dinero y no dudan en alimentar las bajas pasiones de los aficionados, destacando los errores, las ruindades, los nacionalismos ajenos y todo aquello que sea capaz de enervar a los aficionados, para así seguir siendo el centro del Mundo, los reyes del mambo, aunque sea en el interior de una caverna, acompañados por algunos dirigentes deportivos, en calidad de comisarios políticos del peor de los no-nacionalismos que existe: el español.
El deporte y la política sí están íntimamente unidos. Solo hay que ver lo que acontece con una victoria de Nadal, en copa Davis, o con unas declaraciones de un jugador de basquet, semper fideles a la selección, o cuando Xavi, en una acción de buenas maneras, gritó ¡viva España!, enervando a la multitud entusiásticamente, o las reacciones exageradas de la prensa de Madrid ante las lógicas celebraciones de los aficionados españoles en Catalunya por la victoria en el Mundial de fútbol. Deporte y política siempre han ido e irán unidas, y más en un estado, como el español, donde el nacionalismo se manifiesta en todas las ocasiones que conviene al interés de España y en todas las circunstancias. No se olvide el eterno debate hispano sobre la inacabada construcción y consolidación nacional, y del terrible complejo de inferioridad que padece y que manifiesta con claridad en la rotunda negación del nacionalismo español y su hostilidad hacia cualquier tipo de manifestación ciudadana que no sea la puramente española. Por favor, no sean hipócritas y acepten la realidad tal cual es: Depornalismo.
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