A medida que el proceso catalán acelera imperturbable la marcha hacia la independencia -principalmente por culpa de las estupideces que hacen desde Madrit-, en los medios españoles se suceden las tertulias en las cuales diferentes periodistas, políticos y sesudos expertos analizan y opinan acerca de los acontecimientos que ocurren en Catalunya, exhibiendo orgullosamente las banderas de la pluralidad política e ideológica como divisas ondeando al viento de las ondas hertzianas hispanas.
Las tertulias españolas y las catalanas se diferencian tanto en las formas y el comportamiento de sus respectivos partícipes como por la cantidad de programas emitidos. Por ejemplo, en Catalunya procuran no pisarse la palabra los unos a los otros, ni levantar demasiado el volumen de la voz y no acaparar excesivamente el tiempo empleado en exponer opinión. En España, a menudo, pasa lo contrario. En Madrit, sede de la inmensa mayoría de cadenas de radio y televisión, emiten tertulias todos los canales, mañana, tarde y noche. A todas horas y todos los días. Y a pesar de que no se lo creen, los catalanes también podemos verlas libremente enterándonos de lo que dicen y piensan de nosotros. Los programas españoles tienen muchos puntos en común entre ellos, aparte del idioma castellano. Por ejemplo, todos los tertulianos opinan que en Catalunya no se respeta el pluralismo político en los medios de comunicación. También afirman que los ciudadanos estamos adoctrinados desde la cuna hasta la tumba mediante la TV pública y la maldita escuela catalana. Por tanto, no tenemos ni criterio ni opiniones propias porque no somos libres, somos esclavos de nuestros amos. Parece que carecemos del libre albedrío y que nuestros políticos compran las instituciones y a la sociedad con generosas subvenciones y abducen y someten nuestra voluntad, mientras vivimos bajo el síndrome de Estocolmo para satisfacer sus intereses partidistas y particulares, los cuales por descontado son de naturaleza corrupta y malvada. Empero como es fácilmente constatable, el poder de seducción de los nacionalistas españoles no alcanza los nobles objetivos buscados sobre la mayoría de catalanes.... ¡Sencillamente, ya estamos hartos!.
En todas las cadenas de TV españolas, cuando se habla de Catalunya procuran contar con políticos y analistas catalanes, para así poder entender y divulgar mejor la realidad del país, con sumo esmero y total veracidad. Es por esta razón que solo -exclusivamente- Alicia Sánchez Camacho y Albert Rivera aparecen tan a menudo en los distintos medios y tertulias. Son ellos los encargados de ofrecer a los espectadores españoles su particular e intransferible visión de Catalunya. Ellos hablan del proceso soberanista, del derecho de autodeterminación, de la independencia, de la Generalitat, ellos sentencian la ilegalidad o inconstitucionalidad de nuestros actos y braman contra políticos enloquecidos, golpistas, corruptos y nazis. Transmiten sus opiniones y en un ejercicio taumatúrgico también interpretan -libremente- aquello que pensamos, queremos y sentimos los ciudadanos, ya sea colectivamente o individualmente. Si nos referimos a sesudos analistas, encontramos como habituales opinadores de origen catalán, entre otros, Ana Grau, Antonio Bolaño, Xavier Sardà o el afamado director de La Razón, Francisco Maruhenda. Como resulta evidente, aquellos que transmiten la realidad de Catalunya en el Estado español son tan diversos -sólo físicamente-, como plurales -dentro del españolismo-. Lo que pasa es que todos piensan lo mismo cuando hablan de las relaciones entre Catalunya y España: ¡Son unionistas a machamartillo!. ¡Son más castellanistas que don Francisco Gómez de Quevedo Villegas y Santibañez Ceballos, madrileño de pro!.
Parece que los directores de las tertulias españolas tienen una concepción de pluralismo político e incluso de lo que es buen periodismo, auténticamente peculiares y muy diferentes al significado que le dan los juiciosos y razonables ciudadanos normales a los cuales van dirigidos sus relatos, por cierto, más ficticios que reales. No resulta extraño, pues, que en España puedan tener una visión de lo que pasa en Catalunya tan sesgada como falaz. Alicia Sánchez y Albert Rivera apenas representan el 20% del censo electoral. Es decir, las ideas, los pensamientos y los sentimientos de más del 80% de la población catalana son menospreciados, ignorados y ocultados ante los ojos de los españoles. En consecuencia, no pueden entender porqué pasa lo que pasa, ya que no se les informa veraz y adecuadamente. No creen -no pueden creer- que la mayoría de catalanes estamos a favor de la independencia, o de acuerdo con la inmersión lingüística en catalán en la escuela, o que estamos hasta la coronilla del concepto de solidaridad española, o que preferimos legitimidad democrática al encendido constitucionalismo nacionalista español.... Este especie de ignorancia inducida por el españolismo innato de los directores de tertulias y diarios cavernarios -o no, tanto dá- es lo que ha abierto una sima insondable entre Catalunya y España. Entre catalanes y españoles. Y ello cabe atribuirlo tanto a los afanes manipuladores de tertulias y prensa española, como a la falta de inteligencia y honestidad de políticos y tertulianos unionistas. Quieren imponernos sus convicciones -su verdad- como si fueran las de toda la sociedad catalana, cuando son claramente minoritarias. Cabe reconocer, empero, que la desinformación y las mentiras han calado dentro de la sociedad española y singularmente en el seno de las diversas y crispadas instituciones del Estado.
Efectivamente. Tanto el Gobierno de España como el Tribunal Constitucional y todos los organismos que pululan a su alrededor se afanan en demostrar al resto del mundo su patriotismo -en realidad patrioterismo españolista de raíces imperiales-, para no poder ser acusados de traidores a la patria. Y lo hacen enarbolando la Constitución como si de un garrote se tratara, para agredir los principios democráticos y blandiéndola contra el respeto debido a la voluntad de la mayoría de catalanes -minoría dentro del Estado-; y lo que es más grave, contra el sentido común. La falta de inteligencia política en España resulta palmaria. Las consecuencias son el temido y absurdo choque entre legitimidad democrática y Constitución española. Y los resultados, el desencuentro y enfrentamiento entre Generalitat y Gobierno español. Entre Catalunya y España.... ¡Enhorabuena, señor Rajoy!. ¡Felicidades, partidos españolistas!. ¡Hurra para el Tribunal Constitucional!. ¡Loor a la judialización de la política!. ¡Viva para jueces y fiscales que nos dicen como hemos de vivir y lo que hemos de pensar!. Lo han conseguido: Catalunya no es España -¡ni queremos serlo!- y los catalanes no somos españoles -¡ni de lejos!-. ¡Justo lo que nosotros deseamos!. ¡Gracias, muchas gracias....!. No existe mejor manera de conseguir la independencia que aprovecharse de las mentiras reveladas por supuestos periodistas, de la ceguera y mezquindad del Gobierno de España y de la estupidez y falta de legitimidad de doce magistrados más preocupados por servir diligentemente a sus amos y señores -y su propio ego- que impartir auténtica justicia y potenciar y consolidar la verdadera democracia, tan escasa en España....
"Es de bien nacido ser agradecido", dice un viejo dicho castellano. Es sabido que los catalanes somos bien paridos y por tanto, estamos muy agradecidos a todos los españolistas exaltados. Así pues, ¡muchas gracias a todos Vds.!.
Las tertulias españolas y las catalanas se diferencian tanto en las formas y el comportamiento de sus respectivos partícipes como por la cantidad de programas emitidos. Por ejemplo, en Catalunya procuran no pisarse la palabra los unos a los otros, ni levantar demasiado el volumen de la voz y no acaparar excesivamente el tiempo empleado en exponer opinión. En España, a menudo, pasa lo contrario. En Madrit, sede de la inmensa mayoría de cadenas de radio y televisión, emiten tertulias todos los canales, mañana, tarde y noche. A todas horas y todos los días. Y a pesar de que no se lo creen, los catalanes también podemos verlas libremente enterándonos de lo que dicen y piensan de nosotros. Los programas españoles tienen muchos puntos en común entre ellos, aparte del idioma castellano. Por ejemplo, todos los tertulianos opinan que en Catalunya no se respeta el pluralismo político en los medios de comunicación. También afirman que los ciudadanos estamos adoctrinados desde la cuna hasta la tumba mediante la TV pública y la maldita escuela catalana. Por tanto, no tenemos ni criterio ni opiniones propias porque no somos libres, somos esclavos de nuestros amos. Parece que carecemos del libre albedrío y que nuestros políticos compran las instituciones y a la sociedad con generosas subvenciones y abducen y someten nuestra voluntad, mientras vivimos bajo el síndrome de Estocolmo para satisfacer sus intereses partidistas y particulares, los cuales por descontado son de naturaleza corrupta y malvada. Empero como es fácilmente constatable, el poder de seducción de los nacionalistas españoles no alcanza los nobles objetivos buscados sobre la mayoría de catalanes.... ¡Sencillamente, ya estamos hartos!.
En todas las cadenas de TV españolas, cuando se habla de Catalunya procuran contar con políticos y analistas catalanes, para así poder entender y divulgar mejor la realidad del país, con sumo esmero y total veracidad. Es por esta razón que solo -exclusivamente- Alicia Sánchez Camacho y Albert Rivera aparecen tan a menudo en los distintos medios y tertulias. Son ellos los encargados de ofrecer a los espectadores españoles su particular e intransferible visión de Catalunya. Ellos hablan del proceso soberanista, del derecho de autodeterminación, de la independencia, de la Generalitat, ellos sentencian la ilegalidad o inconstitucionalidad de nuestros actos y braman contra políticos enloquecidos, golpistas, corruptos y nazis. Transmiten sus opiniones y en un ejercicio taumatúrgico también interpretan -libremente- aquello que pensamos, queremos y sentimos los ciudadanos, ya sea colectivamente o individualmente. Si nos referimos a sesudos analistas, encontramos como habituales opinadores de origen catalán, entre otros, Ana Grau, Antonio Bolaño, Xavier Sardà o el afamado director de La Razón, Francisco Maruhenda. Como resulta evidente, aquellos que transmiten la realidad de Catalunya en el Estado español son tan diversos -sólo físicamente-, como plurales -dentro del españolismo-. Lo que pasa es que todos piensan lo mismo cuando hablan de las relaciones entre Catalunya y España: ¡Son unionistas a machamartillo!. ¡Son más castellanistas que don Francisco Gómez de Quevedo Villegas y Santibañez Ceballos, madrileño de pro!.
Parece que los directores de las tertulias españolas tienen una concepción de pluralismo político e incluso de lo que es buen periodismo, auténticamente peculiares y muy diferentes al significado que le dan los juiciosos y razonables ciudadanos normales a los cuales van dirigidos sus relatos, por cierto, más ficticios que reales. No resulta extraño, pues, que en España puedan tener una visión de lo que pasa en Catalunya tan sesgada como falaz. Alicia Sánchez y Albert Rivera apenas representan el 20% del censo electoral. Es decir, las ideas, los pensamientos y los sentimientos de más del 80% de la población catalana son menospreciados, ignorados y ocultados ante los ojos de los españoles. En consecuencia, no pueden entender porqué pasa lo que pasa, ya que no se les informa veraz y adecuadamente. No creen -no pueden creer- que la mayoría de catalanes estamos a favor de la independencia, o de acuerdo con la inmersión lingüística en catalán en la escuela, o que estamos hasta la coronilla del concepto de solidaridad española, o que preferimos legitimidad democrática al encendido constitucionalismo nacionalista español.... Este especie de ignorancia inducida por el españolismo innato de los directores de tertulias y diarios cavernarios -o no, tanto dá- es lo que ha abierto una sima insondable entre Catalunya y España. Entre catalanes y españoles. Y ello cabe atribuirlo tanto a los afanes manipuladores de tertulias y prensa española, como a la falta de inteligencia y honestidad de políticos y tertulianos unionistas. Quieren imponernos sus convicciones -su verdad- como si fueran las de toda la sociedad catalana, cuando son claramente minoritarias. Cabe reconocer, empero, que la desinformación y las mentiras han calado dentro de la sociedad española y singularmente en el seno de las diversas y crispadas instituciones del Estado.
Efectivamente. Tanto el Gobierno de España como el Tribunal Constitucional y todos los organismos que pululan a su alrededor se afanan en demostrar al resto del mundo su patriotismo -en realidad patrioterismo españolista de raíces imperiales-, para no poder ser acusados de traidores a la patria. Y lo hacen enarbolando la Constitución como si de un garrote se tratara, para agredir los principios democráticos y blandiéndola contra el respeto debido a la voluntad de la mayoría de catalanes -minoría dentro del Estado-; y lo que es más grave, contra el sentido común. La falta de inteligencia política en España resulta palmaria. Las consecuencias son el temido y absurdo choque entre legitimidad democrática y Constitución española. Y los resultados, el desencuentro y enfrentamiento entre Generalitat y Gobierno español. Entre Catalunya y España.... ¡Enhorabuena, señor Rajoy!. ¡Felicidades, partidos españolistas!. ¡Hurra para el Tribunal Constitucional!. ¡Loor a la judialización de la política!. ¡Viva para jueces y fiscales que nos dicen como hemos de vivir y lo que hemos de pensar!. Lo han conseguido: Catalunya no es España -¡ni queremos serlo!- y los catalanes no somos españoles -¡ni de lejos!-. ¡Justo lo que nosotros deseamos!. ¡Gracias, muchas gracias....!. No existe mejor manera de conseguir la independencia que aprovecharse de las mentiras reveladas por supuestos periodistas, de la ceguera y mezquindad del Gobierno de España y de la estupidez y falta de legitimidad de doce magistrados más preocupados por servir diligentemente a sus amos y señores -y su propio ego- que impartir auténtica justicia y potenciar y consolidar la verdadera democracia, tan escasa en España....
"Es de bien nacido ser agradecido", dice un viejo dicho castellano. Es sabido que los catalanes somos bien paridos y por tanto, estamos muy agradecidos a todos los españolistas exaltados. Así pues, ¡muchas gracias a todos Vds.!.
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