Mientras el ministro de Asuntos Exteriores de España nos condenó hace pocos días "a vagar por el espacio... por los siglos de los siglos", el presidente Mariano Rajoy ahora nos anuncia que "Catalunya se convertirá en la Isla de Robinson Crusoe". Estos son algunos de los augurios que el Gobierno de España y el PP pronostican para los catalanes, a los cuales no dudan de calificar como nazis, golpistas, e ¡inconstitucionales!; o incluso terroristas. Y ahora además nos declaran como unos desventurados náufragos, condenados a la soledad perpetua más absoluta. También es cierto que estas consideraciones que tienen muchos españoles -no nacionalistas, por supuesto- hacia la mayoría de ciudadanos que nos declaramos soberanistas o independentistas -en su opinión peligrosos separatistas-, en realidad lo hacen apelando a los indestructibles vínculos de sangre que por lo visto existen entre Catalunya y España -como en las ex-colonias Iberoamericanas-, e insistiendo que aman a Catalunya y quieren y respetan a los catalanes, tanto o más que los propios catalanes. ¡Sí señor!. Toda una confesión rebosante de sinceridad y buenos deseos; y carente de hipocresía y cinismo.
El Congreso español se ha opuesto por enésima vez, en esta ocasión con gran pompa y boato, a trasferir a la Generalitat las competencias para convocar un referendum mediante el cual todos los catalanes podamos decidir el futuro político de nuestra nación, Catalunya. La solemnidad de la sesión parlamentaria no ha evitado que al rechazar la aspiración catalana se hayan evidenciado la fragilidad y escasez de principios democráticos que tienen los partidos políticos de ámbito español; ni tampoco el hecho que tamaño portazo en las narices haya resonado con tanto estruendo en el respetable hemiciclo; casi más que los disparos al aire de la Guardia Civil bajo mando de Tejero el 23F.
¿Cuales serán las consecuencias de las continuas negativas españolas ante las legítimas demandas catalanas?. Desde el prisma catalán solo sirven para reafirmar la hoja de ruta pactada por las formaciones catalanistas presentes en el Parlament y cuya aplicación prosigue inexorablemente hacia la meta final: la votación del 9 de noviembre. Es cierto que despiertan una ligera desazón, puesto que no es comprensible la cerrazón mental de conservadores y socialistas españoles ante lo que no es más que una exigencia catalana escrupulosamente democrática. Al fin y al cabo, después de tantos años de conllevancia entre España y Catalunya, por lo menos los catalanes desearíamos que los principios democráticos se hubieran fortalecido y consolidado entre los gobernantes españoles, y arraigado en las almas y mentes del resto de la sociedad. Y por lo menos, los que se autocalifican como partidos nacionales no muestran ni exhiben en demasía tales indicios.
España, de la mano de Mariano Rajoy y sus muchachos, está deslizándose peligrosamente hacia los yermos páramos del autoritarismo. Niegan el derecho al voto y no aportan soluciones a los problemas políticos que fustigan a la sociedad del siglo XXI; al contrario, los agravan. Apelan al diálogo pero no permiten hablar sobre lo que importa o preocupa realmente a la gente porque no conviene o no interesa, ni al partido ni a sus dirigentes. Afirman que la crisis económica está siendo superada, mientras el desempleo, la precariedad laboral, el desamparo social y la devaluación salarial están condenando a la miseria a muchos de sus compatriotas. Instan a todo el mundo a ser leales, honrados y decentes y entretanto su partido reparte sobres repletos de dinero negro, paga las reformas de la sede nacional en Madrid con los recursos financieros acumulados en una supuesta caja B y cuyo origen apunta a una supuesta financiación irregular; y el que fuera su tesorero amasa una auténtica fortuna de decenas de millones de euros, depositados en bancos suizos. Niegan, ¡en sede parlamentaria nada menos!, que existan problemas políticos entre Catalunya y España -Rajoy dixit-... Este es el buen gobierno de Mariano Rajoy Brey.
¿De verdad cree el Partido Popular que amordazando la democracia, dialogando sin hablar en el vacío y apelando al miedo, con amenazas e insultos y manipulando y mintiendo impúdicamente, lograrán detener el proceso catalán?. Por más rocosa y pesada que sea la Constitución española, ello no hará que la mayoría de catalanes renunciemos a nuestras convicciones democráticas. Cuanto más amenazadora y parcial se muestre la justicia castellana, más fuertes seremos y mucho menos destruirán nuestras esperanzas. Por más condenas al frío espacio o inhóspitas y lejanas islas deshabitadas promuevan y deseen para el catalanismo, nunca lograrán que desistamos de nuestros anhelos de libertad.
Lo sucedido el día 8 de abril en el Congreso de España no es más que un nuevo eslabón desenganchado de la pesada cadena que nos sujeta a esta España casposa y cutre gobernada ahora por el Partido Popular, otrora por PSOE, ¿y mañana por UPyD?. El trámite celebrado en Madrid ha sido un inexcusable hito formal, culminado con éxito por el soberanismo hacia la cada vez más cercana independencia. Y la marcha prosigue a buen ritmo. Caminando resueltamente y con alegría. Cargados de ilusión y renovadas esperanzas. Confiando en nuestras propias fuerzas y sabedores de las dificultades que surgirán a nuestro encuentro y deberán ser vencidas. Lo hacemos y haremos en paz, pero inexorablemente. El Congreso español puede que haya enterrado definitivamente el diálogo y renegado del pactismo, pero el empuje de Catalunya continua incólume... Al fin y al cabo, dá lo mismo dialogar con una pared y pactar con una caterva, que hacerlo con tancredo Rajoy y una cuadrilla de raídos y trasnochados hidalgos. El resultado se ha demostrado que es el mismo. Pero... La libertad de los catalanes bien merece el esfuerzo.
El Congreso español se ha opuesto por enésima vez, en esta ocasión con gran pompa y boato, a trasferir a la Generalitat las competencias para convocar un referendum mediante el cual todos los catalanes podamos decidir el futuro político de nuestra nación, Catalunya. La solemnidad de la sesión parlamentaria no ha evitado que al rechazar la aspiración catalana se hayan evidenciado la fragilidad y escasez de principios democráticos que tienen los partidos políticos de ámbito español; ni tampoco el hecho que tamaño portazo en las narices haya resonado con tanto estruendo en el respetable hemiciclo; casi más que los disparos al aire de la Guardia Civil bajo mando de Tejero el 23F.
¿Cuales serán las consecuencias de las continuas negativas españolas ante las legítimas demandas catalanas?. Desde el prisma catalán solo sirven para reafirmar la hoja de ruta pactada por las formaciones catalanistas presentes en el Parlament y cuya aplicación prosigue inexorablemente hacia la meta final: la votación del 9 de noviembre. Es cierto que despiertan una ligera desazón, puesto que no es comprensible la cerrazón mental de conservadores y socialistas españoles ante lo que no es más que una exigencia catalana escrupulosamente democrática. Al fin y al cabo, después de tantos años de conllevancia entre España y Catalunya, por lo menos los catalanes desearíamos que los principios democráticos se hubieran fortalecido y consolidado entre los gobernantes españoles, y arraigado en las almas y mentes del resto de la sociedad. Y por lo menos, los que se autocalifican como partidos nacionales no muestran ni exhiben en demasía tales indicios.
España, de la mano de Mariano Rajoy y sus muchachos, está deslizándose peligrosamente hacia los yermos páramos del autoritarismo. Niegan el derecho al voto y no aportan soluciones a los problemas políticos que fustigan a la sociedad del siglo XXI; al contrario, los agravan. Apelan al diálogo pero no permiten hablar sobre lo que importa o preocupa realmente a la gente porque no conviene o no interesa, ni al partido ni a sus dirigentes. Afirman que la crisis económica está siendo superada, mientras el desempleo, la precariedad laboral, el desamparo social y la devaluación salarial están condenando a la miseria a muchos de sus compatriotas. Instan a todo el mundo a ser leales, honrados y decentes y entretanto su partido reparte sobres repletos de dinero negro, paga las reformas de la sede nacional en Madrid con los recursos financieros acumulados en una supuesta caja B y cuyo origen apunta a una supuesta financiación irregular; y el que fuera su tesorero amasa una auténtica fortuna de decenas de millones de euros, depositados en bancos suizos. Niegan, ¡en sede parlamentaria nada menos!, que existan problemas políticos entre Catalunya y España -Rajoy dixit-... Este es el buen gobierno de Mariano Rajoy Brey.
¿De verdad cree el Partido Popular que amordazando la democracia, dialogando sin hablar en el vacío y apelando al miedo, con amenazas e insultos y manipulando y mintiendo impúdicamente, lograrán detener el proceso catalán?. Por más rocosa y pesada que sea la Constitución española, ello no hará que la mayoría de catalanes renunciemos a nuestras convicciones democráticas. Cuanto más amenazadora y parcial se muestre la justicia castellana, más fuertes seremos y mucho menos destruirán nuestras esperanzas. Por más condenas al frío espacio o inhóspitas y lejanas islas deshabitadas promuevan y deseen para el catalanismo, nunca lograrán que desistamos de nuestros anhelos de libertad.
Lo sucedido el día 8 de abril en el Congreso de España no es más que un nuevo eslabón desenganchado de la pesada cadena que nos sujeta a esta España casposa y cutre gobernada ahora por el Partido Popular, otrora por PSOE, ¿y mañana por UPyD?. El trámite celebrado en Madrid ha sido un inexcusable hito formal, culminado con éxito por el soberanismo hacia la cada vez más cercana independencia. Y la marcha prosigue a buen ritmo. Caminando resueltamente y con alegría. Cargados de ilusión y renovadas esperanzas. Confiando en nuestras propias fuerzas y sabedores de las dificultades que surgirán a nuestro encuentro y deberán ser vencidas. Lo hacemos y haremos en paz, pero inexorablemente. El Congreso español puede que haya enterrado definitivamente el diálogo y renegado del pactismo, pero el empuje de Catalunya continua incólume... Al fin y al cabo, dá lo mismo dialogar con una pared y pactar con una caterva, que hacerlo con tancredo Rajoy y una cuadrilla de raídos y trasnochados hidalgos. El resultado se ha demostrado que es el mismo. Pero... La libertad de los catalanes bien merece el esfuerzo.
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