Las dificultades financieras de la Generalitat de Catalunya
están precipitando los acontecimientos. El Gobierno de Madrid ha habilitado un fondo de rescate, a semejanza del que
utilizará próximamente la UE para España, que comporta la intervención del Ministerio de Hacienda y Administraciones Públicas sobre las
comunidades autónomas que se acojan a él. Cuando una autonomía solicite el
rescate financiero, se verá obligada a satisfacer una serie de exigencias que
comportarán nuevos ajustes y recortes en los presupuestos, bajo la amenaza de onerosas sanciones
económicas y administrativas. En
definitiva, las cuentas de las comunidades serán sometidas a un férreo control
económico y político, a manos del inefable ministro Cristóbal Montoro.
La probada incompetencia del señor Montoro y la
incuestionable estulticia del señor Beteta, actual número dos del Ministerio -adscrito a la gestión del fondo- y anteriormente responsable manipulador -en
realidad, ocultador de déficit público- de
las finanzas de la Comunidad de Madrid,
no impedirán que Catalunya se vea sometida a las arbitrariedades
ministeriales, caso de solicitar la ayuda financiera. En un alarde de peculiar
sentido del humor (emulando a la UE), el ministro Montoro se refirió a la
visita de los hombres de negro a cuyo juicio las autonomías deberán someter sus cuentas públicas. Para ver
satisfecho su maltrecho ego nacionalista, utilizarán la intervención para lograr aquello
que tanto anhelan las fuerzas españolistas: la aniquilación de cualquier atisbo
de autogobierno, no solo en el aspecto económico-financiero; también
administrativo y sobre todo, político. Es así como España pretende que
Catalunya pase a ser considerada como una región más de la actual entelequia
española. Es así como el Estado español pretende borrar de un plumazo el Titulo VIII de la
frágil y etérea Constitución del 78, que tantos esfuerzos y sinsabores ha comportado a los gacetilleros de
la Caverna Mediática madrileña, durante el ejercicio de su nefasta influencia y manipulación sobre sus títeres preferidos, los insulsos políticos
nacional-españolistas, domiciliados en las calles Génova y Ferraz de la Villa y
Corte. Es así como España piensa resarcirse de la humillación que sufrirá -en realidad, que sufre- de la
mano de los genuinos hombres de negro
de la Unión Europea, que están al caer.
Y bien. La Generalitat de Catalunya está considerando seguir
el camino mostrado por la Comunidad Valenciana, que ha decidido ponerse en
manos de los rescatadores españoles
ante la falta de liquidez en sus finanzas. Parece que el Gobierno del señor
Mas, en un alarde de suicida pusilanimidad, pretende seguir el ejemplo de la autonomía popular, antaño faro, guía y modelo -junto la Comunidad de Madrid-
de lo que pasaba por ser una buena, honrada y eficaz administración pública, bajo la égida del principal partido
conservador de España. Desgraciadamente, la estrepitosa caida de BANKIA, la trama Gürtel, la descontrolada ambición política de Esperanza Aguirre y la hipocresía del humilde señor Camps, han dado al traste con aquella sublime conjunción valenciano-madrileña tan genuinamente popular y de inspiración netamente aznariana, que resultó pletórica de obscuras y corruptas sinergias económico-políticas. A pesar de todo ello, el ingenuo señor Mas se muestra vencido, impotente,
incapaz de superar las graves dificultades financieras que padece Catalunya. No
han resultado vanos los esfuerzos del gobierno de Madrid para favorecer este cúmulo de sensaciones negativas; esfuerzos que han conseguido provocar la
presente situación. Ha logrado que el despiadado estrangulamiento
absolutamente premeditado que ha sometido a Catalunya, haya dado unos ubérrimos y letales frutos. La morosidad, las mentiras, la deslealtad, el cinismo y el expolio
fiscal, que antes Zapatero y ahora Rajoy han puesto en práctica contra
Catalunya, aparentemente ha permitido el sometimiento más absoluto de los
díscolos e insolentes catalanes. Así pues, podemos
declarar como vencedores absolutos los postulados e ideas pergeñadas por las
cabezas pensantes que, alrededor del señor Aznar y en el seno de la FAES -cubículo de rancio abolengo de la
hidalguía española-,
han decidido dar la puntilla final al autogobierno catalán y de paso, al denostado café para todos.
Parece pues, que nos hallamos ante la hora final del autonomismo español y particularmente, el fin de los días de la nación catalana.
Parece…. ¡Pero no!.
Que la ridiculizada CiU pueda ser sometida y escarnecida, no significa que
Catalunya lo vaya a ser, ni lo permita. De la misma manera, las aspiraciones políticas del
señor Durán i Lleida y la interminable búsqueda de un ministerio español al cual hacer suyo, no son las aspiraciones de Unió Democrática de Catalunya. Que
el Partido de los Socialistas de Catalunya (sic)
se haya vuelto a equivocar en una votación en el Congreso de Diputados, curiosamente a favor -como siempre- del PSOE, no quiere decir que las
izquierdas catalanas estén dispuestas a priorizar los intereses de España, antes
que los de Catalunya. Que el Partido Popular suponga que violentando las
finanzas de la Generalitat, persiguiendo y denunciando la lengua y la cultura
catalanas con su ley, ante sus jueces, los catalanes nos dispondremos a ser más
españoles, más castellanos, no significa que los conservadores tengan razón, ni de lejos.
Que la señora Sánchez-Camacho esté enfermizamente obsesionada con aparecer
fotografiada junto a los miembros del gobierno catalán (no importa qué consejero sea, ni las circunstancias en que se encuentre),
para aparentar relevancia en la política de Catalunya, no significa que el
Partido Popular sea más relevante de lo que permite la representatividad
alcanzada en las pasadas elecciones democráticas: 3,5 veces menos que CiU; el 13% de los parlamentarios y según recientes encuestas, perdiendo escaños. Por otro lado, los catalanes nunca
renunciaremos a la lengua catalana; siempre seremos catalanes; jamás
reconoceremos como propia la idiosincrasia castellana. Y seguimos y seguiremos
orgullosos de nuestra catalanidad.
Lo cierto es que Catalunya se halla ante una oportunidad
única para ver colmadas sus aspiraciones nacionales y salir del panorama gris oscuro, casi negro que ofrece la realidad española. El patetismo e impotencia que
muestran algunos políticos, la precariedad e insolvencia que exhiben la Santa Alianza y la Caverna Mediática, así como el agotamiento del regionalismo
decimonónico como fórmula de organización territorial del Estado, son el más claro reflejo de la
inviabilidad de la marca España, al menos entre la sociedad catalana. Todo ello
nos conduce inexorablemente hacia la próxima independencia de Catalunya. Solo
depende del empuje, voluntad y esfuerzos de la auténtica sociedad
civil catalana. Los catalanes queremos sobrevivir a la debacle política, económica, financiera e institucional que se puede producir en breve tiempo en el Estado español. ¿Acaso puede exigirse que los catalanes, por solidaridad mal entendida con España, nos veamos arrastrados a las miserias que se ciernen inexorablemente sobre ella?.
Así pues, ¿cuánto tiempo pasará antes que se produzcan los inevitables
llamamientos a la insumisión fiscal de los catalanes?. ¿No se acentuará en el futuro inmediato la desobediencia civil entre los ciudadanos?. ¿No existen claros
indicios de revuelta entre los catalanes?. La debilidad de los gobiernos, tanto
español como catalán, no permite augurar próximos éxitos, ni albergar grandes
esperanzas, a las formaciones políticas hegemónicas que los sustentan; han preferido defender los intereses
de los mercados, es decir, de las
entidades financieras y los especuladores, por encima de los intereses de los
ciudadanos, por lo cual tenderán a la irrelevancia política. Esta debilidad política es la que nos puede abocar a la revolución. Este fracaso de los actuales
dirigentes, colmados de impotencia, cobardía, incompetencia y medianía
intelectual, que un buen día
prefirieron renunciar a la política y abrazaron las causas estrictamente economicistas y objetivamente materialistas, prescindiendo de la dimensión humana de los acontecimientos, es la que hace extender imparablemente la idea que Catalunya y
los catalanes recibiremos mayores dosis de justicia, libertad y prosperidad
fuera de la órbita de España y lejos de las influencias de una clase de dirigentes políticos cautivos de los mercados. Y si las cosas no cambian, fuera también de esta Eurozona cada día más germanizada e impersonal; de la Unión Europea que se dibuja, compartimentada y antagónica -norte, sur, centro- y con aires espartanos, mezclados con protestantismo luterano rebosante de intransigencia, tozudez e imposiciones; de políticos mediocres, egoístas y cortos de miras, maestros de los recortes sociales y absolutamente incapaces de propiciar y preservar la única y auténtica seña de identidad que tiene Europa: el estado de bienestar, es decir, educación y sanidad universales y gratuitas, y seguridad y pensiones para ancianos y discapacitados. Lejos asimismo de un inútil e insuficiente Banco Central Europeo, al servicio de los intereses de frau Merkel; e incluso fuera
del Euro, que más que una tabla de salvación, se está convirtiendo en un pesado
y antipático lastre, azote de ciudadanos y pelele en manos de los grandes y orondos especuladores internacionales, que siempre ganan.
El actual sainete hispano-europeo está transmutando a muchos catalanes hasta hace poco acérrimos europeistas, en inevitables euro-escépticos. De igual manera, hemos transitado del fracasado autonomismo, hacia el esperanzador soberanismo. En definitiva, la fusión del euro-hispano-escepticismo es la causa del sentimiento independentista que mayoritariamente abrazamos los catalanes. Procede pués, en primer lugar, la salvación propia de Catalunya y los catalanes. Después, la negociación con los otros. Y finalmente, ya veremos que hacer con las relaciones de vecindad y colaboración, tanto con €uropa, como con E$paña. Este es el ejemplo que nos dan los triameses, españoles, alemanes y el resto de la UE. ¿No es así?. Despues de un volver a empezar para Europa, partiendo de cero, el resultado no será igual al presente. Afortunadamente.
El actual sainete hispano-europeo está transmutando a muchos catalanes hasta hace poco acérrimos europeistas, en inevitables euro-escépticos. De igual manera, hemos transitado del fracasado autonomismo, hacia el esperanzador soberanismo. En definitiva, la fusión del euro-hispano-escepticismo es la causa del sentimiento independentista que mayoritariamente abrazamos los catalanes. Procede pués, en primer lugar, la salvación propia de Catalunya y los catalanes. Después, la negociación con los otros. Y finalmente, ya veremos que hacer con las relaciones de vecindad y colaboración, tanto con €uropa, como con E$paña. Este es el ejemplo que nos dan los triameses, españoles, alemanes y el resto de la UE. ¿No es así?. Despues de un volver a empezar para Europa, partiendo de cero, el resultado no será igual al presente. Afortunadamente.
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