Se están produciendo significativos movimientos de fondo en el seno de los ámbitos políticos y ciudadanos del Estado español. De un lado se oyen, aunque solo sea débilmente, ciertas voces que intentan comprender y defender todo lo que está pasando en Catalunya, y que se manifiestan a favor del derecho a decidir. Si bien de forma tímida y temerosa, pero ciertamente clara. Por otro lado comienzan a manifestarse de forma desinhibida y estridente algunas actitudes que podríamos calificar como indudablemente fascistas -en versión castiza, franquistas-, los cuales no solo utilizan las protestas y críticas legítimas, sino que también hacen servir la agresividad verbal e incluso la violencia física. Es el caso de Falange Española y otros grupos de extrema derecha los cuales principalmente en Madrid -pero también en Catalunya- porfían contra cualquier manifestación catalana, reventando actos informativos y debates políticos, destrozando símbolos nacionales, asaltando sedes catalanistas y quemando banderas esteladas al grito de Catalunya es de España mientras amenazan, insultan y denigran a todo aquel que sea independentista o simplemente quiera ejercer el derecho de autodeterminación.
Las voces que podríamos calificar como democráticas se oyen desde el ámbito ciudadano -no desde los partidos o de la mayoría de intelectuales españoles-, dentro de la sociedad civil de forma individual pero valiente. No disponen de muchos altavoces que recojan sus palabras, a pesar que se hacen notar. Poco, pero por lo menos lo intentan. Son algunos buenos hombres y mujeres que también creen que las confrontaciones políticas se resuelven con el ejercicio de la democracia -como creemos y queremos la mayoría de catalanes-, a fuerza de debates libres y abiertos, respetando el pluralismo ideológico, ejerciendo la libertad de expresión y con votaciones aceptadas por todas las partes con resultados indiscutibles y vinculantes. Son precisamente las actitudes juiciosas de estos ciudadanos demócratas las que ponen en evidencia las malas formas y maneras -a menudo marcadamente inmorales- de las formaciones políticas de toda la vida, hacia las demandas catalanas.
Efectivamente, el descrédito mayor lo sufren las formaciones políticas tradicionales: los auto-calificados partidos de ámbito nacional. El comportamiento hacia los ciudadanos y Catalunya en particular de populares y socialistas, de Ciudadanos y UPyD -formaciones supuestamente emergentes pero plenamente asentadas- y de la atribulada Izquierda Unida, se halla a años luz del buen juicio y santa paciencia demostrados por buena parte de aquellos que les votaron las pasadas elecciones. Parece que han perdido o han derrochado los principios éticos y la identidad democrática que les debería caracterizar. Ahora se dedican a mentir a sus votantes y conservar con uñas y dientes aquello que nunca debería haber sido suyo: prebendas y privilegios con grandes dosis de corrupción institucionalizada. Para ellos, las demandas catalanas representan un auténtico desastre - un estorbo en realidad- que amenazan seriamente el status político y económico y la ostentación del embriagador poder que ahora gozan, el cual consideran de su propiedad y para su uso y disfrute exclusivo y partidista. A su vez, las formaciones verdaderamente emergentes, como Podemos o Ganemos, aspiran a volar por los aires el sistema de partidos actual para ocupar su lugar y constituirse así como la nueva costra dominante -¡la casta son los otros!-. De acuerdo, ciertamente son más jóvenes, más audaces y más ambiciosos; incluso sobradamente preparados, pertenecientes a una nueva élite conformada por profesores universitarios y profesionales liberales. Pero sus motivaciones políticas ahora puras, virginales y atractivas apuntan hacia los mismos métodos y objetivos que las ya caducadas -obsoletas- en el presente. Quieren reformar el Estado y la Constitución, las vías de participación ciudadana y la toma de decisiones para acercarlas más a la gente de la calle. Pero, ¡ailás!, sin cambiar casi nada. Podríamos resumir el catálogo que ofrecen en darnos el voto y veremos si podemos hacer aquello que queréis. El tiempo de asumir compromisos firmes, o lo que es más importante, de contraerlos y cumplirlos parece que queda muy lejos. Ahora son tiempos de prometer el oro y el moro a todo el mundo, mantener a la gente contenta diciéndoles aquello que quieren oir -no pagaremos la deuda pública, no desahuciaremos a nadie, recaudaremos más impuestos a los ricos, etc....-, pero ocultando el cómo y el cuando lo harán. ¿Que política económica proponen?. ¿Qué harán con los impuestos indirectos, por ejemplo el IVA?. ¿Y con la deuda pública de las ciudades?. ¿Qué piensan hacer con las sicav y con la evasión legal de impuestos que ello representa?. ¿Qué planes educativos, de sanidad, dependencia, energía limpia, de transporte público, de infraestructuras, de autopistas....entre otros, quieren implementar?. ¿Como quedarán las pensiones?. ¿Como casarán su talante eminentemente urbanita con la ecología, o con la política agropecuaria?. ¿Qué piensan hacer con las relaciones internacionales y la Unión Europea....?. Estas y otras muchas preguntas que afectan directamente a la ciudadanía por el momento no obtienen respuesta. Están más preocupados en organizarse internamente y en nombrar los dirigentes de la recién nacida formación, que no en atender las exigencias de la gente, las cuales ya urge satisfacer y que son ineludibles. Es por esta misma razón que no se pronuncian sobre las demandas catalanas: Están de acuerdo con el derecho a decidir, pero deben votar todos los ciudadanos del Estado. Prefieren cambiar la Constitución antes que los catalanes seamos consultados acerca del porvenir político de nuestra Nación.... En la cuestión catalana, las opiniones -y supuestas soluciones- de Podemos no se diferencian demasiado de las sostenidas hasta ahora por todos los partidos de ámbito nacional.
Estos movimientos telúricos que sacuden los fundamentos políticos partidistas se ven aumentados por la baja calidad ética y moral que padecen diferentes instituciones públicas del Estado, por una acusada falta de principios y abundantes tics pre-democráticos. Instituciones que resultan deudoras de los principales partidos españoles por culpa de las injerencias toleradas o consentidas por todas ellas. Tribunal Constitucional, Consejo de Estado, Consejo General del Poder Judicial, Tribunal Supremo, Tribunal de Cuentas, el legado franquista del antiguo TOP ahora Audiencia Nacional, la Fiscalía, Guardia Civil, Policía Nacional, Servicios Secretos -las cloacas del Estado-, etc.... También se añaden con auténtico entusiasmo los medios de comunicación madrileños, privados y públicos, conocidos también como caverna mediática, y muchos periodistas a título individual, verdaderos trogloditas de la información, los cuales se afanan en meter baza acertadamente o no, para condicionar el ring de este inagotable combate de boxeo en que ha convertido España la cuestión catalana.
Hace tiempo que Catalunya y España están sufriendo el anunciado choque de trenes. Los catalanes queremos votar y decidir nuestro futuro político. Y la mayoría queremos la independencia. Los españoles no nos dejan votar, porqué también quieren decidir nuestro futuro sin que nuestro parecer cuente para nada. Como ellos ostentan la mayoría dentro del Estado, nuestros anhelos y esperanzas no son tenidos en cuenta. Su fuerza numérica la quieren imponer a cualquier precio.... Pero la razón y el buen juicio está de parte catalana. ¿Alguien puede enumerar un solo caso en todo el mundo mundial en que el ejercicio del derecho de autodeterminación haya sido ejercido por todo el Estado del cual una parte se quiere separar?.
Es perfectamente comprensible que el terremoto que padecen partidos, instituciones y ciudadanos españoles les ocasionen incomodidades, desconcierto y temor. Malestar agravado por la crisis económica, el paro desbocado y la falta ilusión y esperanza. Pero sobretodo, por las acciones y decisiones, muchas ellas arbitrarias, adoptadas por el Gobierno de España. El señor Rajoy no es precisamente un político brillante. Puede que nos hallemos en presencia de un magnífico registrador de la propiedad, pero no ante un buen político. Y menos aun, frente un auténtico estadista. Además, su gobierno está compuesto de personalidades tan o más mediocres que él mismo. En muchas ocasiones, practican políticas perversas y perjudiciales para la ciudadanía, pero siempre favorables a los poderosos. La responsabilidad de este desbarajuste gubernamental no recae precisamente sobre los catalanes ni Catalunya. Nosotros somos los principales perjudicados por la deriva anti-democrática del Gobierno -y por extensión del Partido Popular, justo es reconocerlo-. De paso, perjudican al resto de ciudadanos del Estado. Pero los únicos culpables son el señor Rajoy y sus colaboradores. Aunque los últimos responsables son la mayoría de ciudadanos españoles, que lo toleran y aplauden fervientemente cuando toman las agresivas decisiones anticatalanas, mientras les votan mayoritariamente aun con la nariz tapada ante el hedor que desprenden.
Esperemos que esta mayoría de ciudadanos españoles que se afanan y maldicen contra los catalanes y Catalunya, se añadan a la creciente minoría que ya han comenzado a comprender y compartir los anhelos y esperanzas de los ciudadanos catalanes.... Hacerse mala sangre no resolverá la cuestión catalana. Y no impedirá la independencia de Catalunya. Por tanto, lo más juicioso es aferrarse a los principios democráticos y no soltarlos nunca más por ningún motivo. Ni siquiera por los anticuados partidos nacionales o por la recién nacida Podemos.
Las voces que podríamos calificar como democráticas se oyen desde el ámbito ciudadano -no desde los partidos o de la mayoría de intelectuales españoles-, dentro de la sociedad civil de forma individual pero valiente. No disponen de muchos altavoces que recojan sus palabras, a pesar que se hacen notar. Poco, pero por lo menos lo intentan. Son algunos buenos hombres y mujeres que también creen que las confrontaciones políticas se resuelven con el ejercicio de la democracia -como creemos y queremos la mayoría de catalanes-, a fuerza de debates libres y abiertos, respetando el pluralismo ideológico, ejerciendo la libertad de expresión y con votaciones aceptadas por todas las partes con resultados indiscutibles y vinculantes. Son precisamente las actitudes juiciosas de estos ciudadanos demócratas las que ponen en evidencia las malas formas y maneras -a menudo marcadamente inmorales- de las formaciones políticas de toda la vida, hacia las demandas catalanas.
Efectivamente, el descrédito mayor lo sufren las formaciones políticas tradicionales: los auto-calificados partidos de ámbito nacional. El comportamiento hacia los ciudadanos y Catalunya en particular de populares y socialistas, de Ciudadanos y UPyD -formaciones supuestamente emergentes pero plenamente asentadas- y de la atribulada Izquierda Unida, se halla a años luz del buen juicio y santa paciencia demostrados por buena parte de aquellos que les votaron las pasadas elecciones. Parece que han perdido o han derrochado los principios éticos y la identidad democrática que les debería caracterizar. Ahora se dedican a mentir a sus votantes y conservar con uñas y dientes aquello que nunca debería haber sido suyo: prebendas y privilegios con grandes dosis de corrupción institucionalizada. Para ellos, las demandas catalanas representan un auténtico desastre - un estorbo en realidad- que amenazan seriamente el status político y económico y la ostentación del embriagador poder que ahora gozan, el cual consideran de su propiedad y para su uso y disfrute exclusivo y partidista. A su vez, las formaciones verdaderamente emergentes, como Podemos o Ganemos, aspiran a volar por los aires el sistema de partidos actual para ocupar su lugar y constituirse así como la nueva costra dominante -¡la casta son los otros!-. De acuerdo, ciertamente son más jóvenes, más audaces y más ambiciosos; incluso sobradamente preparados, pertenecientes a una nueva élite conformada por profesores universitarios y profesionales liberales. Pero sus motivaciones políticas ahora puras, virginales y atractivas apuntan hacia los mismos métodos y objetivos que las ya caducadas -obsoletas- en el presente. Quieren reformar el Estado y la Constitución, las vías de participación ciudadana y la toma de decisiones para acercarlas más a la gente de la calle. Pero, ¡ailás!, sin cambiar casi nada. Podríamos resumir el catálogo que ofrecen en darnos el voto y veremos si podemos hacer aquello que queréis. El tiempo de asumir compromisos firmes, o lo que es más importante, de contraerlos y cumplirlos parece que queda muy lejos. Ahora son tiempos de prometer el oro y el moro a todo el mundo, mantener a la gente contenta diciéndoles aquello que quieren oir -no pagaremos la deuda pública, no desahuciaremos a nadie, recaudaremos más impuestos a los ricos, etc....-, pero ocultando el cómo y el cuando lo harán. ¿Que política económica proponen?. ¿Qué harán con los impuestos indirectos, por ejemplo el IVA?. ¿Y con la deuda pública de las ciudades?. ¿Qué piensan hacer con las sicav y con la evasión legal de impuestos que ello representa?. ¿Qué planes educativos, de sanidad, dependencia, energía limpia, de transporte público, de infraestructuras, de autopistas....entre otros, quieren implementar?. ¿Como quedarán las pensiones?. ¿Como casarán su talante eminentemente urbanita con la ecología, o con la política agropecuaria?. ¿Qué piensan hacer con las relaciones internacionales y la Unión Europea....?. Estas y otras muchas preguntas que afectan directamente a la ciudadanía por el momento no obtienen respuesta. Están más preocupados en organizarse internamente y en nombrar los dirigentes de la recién nacida formación, que no en atender las exigencias de la gente, las cuales ya urge satisfacer y que son ineludibles. Es por esta misma razón que no se pronuncian sobre las demandas catalanas: Están de acuerdo con el derecho a decidir, pero deben votar todos los ciudadanos del Estado. Prefieren cambiar la Constitución antes que los catalanes seamos consultados acerca del porvenir político de nuestra Nación.... En la cuestión catalana, las opiniones -y supuestas soluciones- de Podemos no se diferencian demasiado de las sostenidas hasta ahora por todos los partidos de ámbito nacional.
Estos movimientos telúricos que sacuden los fundamentos políticos partidistas se ven aumentados por la baja calidad ética y moral que padecen diferentes instituciones públicas del Estado, por una acusada falta de principios y abundantes tics pre-democráticos. Instituciones que resultan deudoras de los principales partidos españoles por culpa de las injerencias toleradas o consentidas por todas ellas. Tribunal Constitucional, Consejo de Estado, Consejo General del Poder Judicial, Tribunal Supremo, Tribunal de Cuentas, el legado franquista del antiguo TOP ahora Audiencia Nacional, la Fiscalía, Guardia Civil, Policía Nacional, Servicios Secretos -las cloacas del Estado-, etc.... También se añaden con auténtico entusiasmo los medios de comunicación madrileños, privados y públicos, conocidos también como caverna mediática, y muchos periodistas a título individual, verdaderos trogloditas de la información, los cuales se afanan en meter baza acertadamente o no, para condicionar el ring de este inagotable combate de boxeo en que ha convertido España la cuestión catalana.
Hace tiempo que Catalunya y España están sufriendo el anunciado choque de trenes. Los catalanes queremos votar y decidir nuestro futuro político. Y la mayoría queremos la independencia. Los españoles no nos dejan votar, porqué también quieren decidir nuestro futuro sin que nuestro parecer cuente para nada. Como ellos ostentan la mayoría dentro del Estado, nuestros anhelos y esperanzas no son tenidos en cuenta. Su fuerza numérica la quieren imponer a cualquier precio.... Pero la razón y el buen juicio está de parte catalana. ¿Alguien puede enumerar un solo caso en todo el mundo mundial en que el ejercicio del derecho de autodeterminación haya sido ejercido por todo el Estado del cual una parte se quiere separar?.
Es perfectamente comprensible que el terremoto que padecen partidos, instituciones y ciudadanos españoles les ocasionen incomodidades, desconcierto y temor. Malestar agravado por la crisis económica, el paro desbocado y la falta ilusión y esperanza. Pero sobretodo, por las acciones y decisiones, muchas ellas arbitrarias, adoptadas por el Gobierno de España. El señor Rajoy no es precisamente un político brillante. Puede que nos hallemos en presencia de un magnífico registrador de la propiedad, pero no ante un buen político. Y menos aun, frente un auténtico estadista. Además, su gobierno está compuesto de personalidades tan o más mediocres que él mismo. En muchas ocasiones, practican políticas perversas y perjudiciales para la ciudadanía, pero siempre favorables a los poderosos. La responsabilidad de este desbarajuste gubernamental no recae precisamente sobre los catalanes ni Catalunya. Nosotros somos los principales perjudicados por la deriva anti-democrática del Gobierno -y por extensión del Partido Popular, justo es reconocerlo-. De paso, perjudican al resto de ciudadanos del Estado. Pero los únicos culpables son el señor Rajoy y sus colaboradores. Aunque los últimos responsables son la mayoría de ciudadanos españoles, que lo toleran y aplauden fervientemente cuando toman las agresivas decisiones anticatalanas, mientras les votan mayoritariamente aun con la nariz tapada ante el hedor que desprenden.
Esperemos que esta mayoría de ciudadanos españoles que se afanan y maldicen contra los catalanes y Catalunya, se añadan a la creciente minoría que ya han comenzado a comprender y compartir los anhelos y esperanzas de los ciudadanos catalanes.... Hacerse mala sangre no resolverá la cuestión catalana. Y no impedirá la independencia de Catalunya. Por tanto, lo más juicioso es aferrarse a los principios democráticos y no soltarlos nunca más por ningún motivo. Ni siquiera por los anticuados partidos nacionales o por la recién nacida Podemos.
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