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dimecres, 14 d’agost del 2013

TRESCIENTOS AÑOS DESPUÉS.

Faltan poco más de tres semanas para la conmemoración del 11 de septiembre, Día Nacional de Catalunya. Esta emblemática celebración alcanzó su punto álgido el pasado año con la masiva manifestación que significó el disparo de salida de la carrera hacia la independencia a conseguir el próximo 2014, trescientos años después que las tropas borbónicas aplastaran la soberanía y desterraran la justicia que Catalunya y los catalanes habíamos disfrutado hasta aquella fatídica fecha. Desde siempre, aunque estos últimos tiempos con mayor intensidad, la mayoría de ciudadanos albergamos esperanza y confianza en el porvenir que el destino nos tiene reservado como nación libre y soberana. Un futuro repleto de esfuerzos, de trabajo, incluso de incertidumbre y temores, pero también cargado de libertad, justicia y prosperidad. No en vano ya conocemos la realidad pasada y presente y lo que ha significado y aun significan la dependencia y sometimiento a España y a los gobiernos de Madrid. Peor que bajo el dominio español seguro que no estaremos. Por ello la independencia se presenta con redoblados optimismo e ilusión. La plena soberanía de Catalunya es la única alternativa posible a la fragilidad democrática, a la estupidez y mezquindad económico-financiera de los distintos gobiernos españoles y a la corrupción que corroe a partidos políticos, instituciones y empresas que se han apoderado de esta España, ahora casposa y cutre, en manos de hidalgos altaneros y zoquetes empeñados en profundizar el hoyo en el que han metido a los desvalidos ciudadanos españoles.

Así pues, para los catalanes la independencia representa ilusión y esperanza. Para los españolistas, ira y frustración. La cercanía del 11 de septiembre ha desatado toda la furia, agresividad y mala leche que son capaces de generar, entre otros, los neofascistas hispanos; también los descarados franquistas siemprevivos y omnipresentes; y los trasnochados nacional-católicos renacidos. Este poti-poti de patrióticas asociaciones han redoblado su particular ofensiva en pos de la unidad de un Estado hegemónicamente castellano y de imperturbable inmovilismo constitucional. Los que podríamos considerar como típicos fascistas han procedido a precintar el monumento a Lluis Companys, presidente de la Generalitat de Catalunya arrestado en París por la gestapo en 1940, entregado a la justicia franquista y fusilado por soldados de la dictadura. Pues bien, estos dignos herederos de los asesinos de Companys han cubierto el monumento con plástico negro y han proclamado que "se trata de un acto más de la campaña de rechazo y oposición a la deriva separatista del gobierno catalán de CiU, sus socios de ERC y sus aliados del independentismo radical de extrema izquierda". Estos valientes y leales españoles son especialistas en ultrajar y mancillar monumentos y símbolos catalanes en un desesperado intento de combatir el soberanismo y reforzar los lazos de unión con España.... A la vista están los resultados obtenidos en su particular -y fracasada- contienda. Cruzada iniciada, por cierto, el 18 de julio de 1936.

Otros fieles, incansables y taimados españoles, próximos ideológicamente al franquismo de toda la vida, han organizado para el 28 de septiembre una fiesta en la cual se procederá a "una gran quema de trapos separatistas". El lema de tan enternecedora verbena, a celebrar en Madrid, es "Juntos por España". El motivo del aquelarre, además de fomentar el necesario anticatalanismo sustentador del más añejo y puro patrioterismo españolista, no es otro que recaudar fondos para asistir el 12 de octubre a una magna manifestación en Barcelona para proclamar la unidad de España en tan señalado día de la Hispanidad y la Raza, según los cánones ideológicos pergeñados por la dictadura franquista. El manifiesto conjunto firmado por las más variopintas y estrambóticas organizaciones ultra-nacionalistas que existen, asegura que es "la hora de la revolución nacional". "Abandonemos todos la actitud pasiva, apática y nihilista para responder como se merece a los constantes agravios y vejaciones a que está sometida nuestra nación por parte de sus enemigos, con la vergonzosa indiferencia, cuando no colaboración, de la clase dirigente, responsable última de la pérdida de la conciencia nacional y del orgullo de pertenencia a nuestro pueblo". Así es como los franquistas, falangistas, movimientos católico y democrático nacionales, todos ellos nacionalistas españoles de pro, pretenden seducir y reconquistar a los catalanes y a Catalunya. Teniendo la misma consideración con los catalanes que tuvieron sus gloriosos antepasados con moros, judíos, indios americanos, rojos y separatistas.

El Día de la Raza es una fecha icónica para los nacionalismo hispano. Ya intentaron el pasado año, al rebufo de la manifestación independentista, concentrar a millares de unionistas en la plaza Catalunya de Barcelona, como respuesta a la multitud congregada días antes tras las banderas esteladas. Apenas reunieron seis mil personas, contando incluso a los voluntarios desplazados desde diversas ciudades españolas. Cierto es que Maria de los Llanos de Luna -la virreina- multiplicó por diez el número real de participantes, enseñando al mundo mundial una peculiar forma de recontar asistentes a las manifestaciones espontáneas como aquella. Para el presente curso los convocantes de la próxima concentración, tan hispana y racial como el año pasado, anuncian significativos cambios organizativos con objeto de no hacer nuevamente el ridículo. Según se puede leer en La Razón, uno de los panfletos oficiosos del nacionalismo español, "saldrán autocares desde ciudades como Madrid, Valencia, Sevilla, Santiago de Compostela, Pamplona y Santander". La convocatoria corre a cargo, además de PP y Ciudadanos, de entidades como Convivencia Cívica, Foro Abril, Cruz de San Andrés, Liga Tradicionalista, Acción Cultural Miguel de Cervantes, Foro España Hoy y la Asociación Católica Quiero Vivir. Entidades aliadas del unionismo radical de extrema derecha, en la nomenclatura utilizada por los fascistas del Movimiento Social Republicano Español que, recordemos, son los autores del escarnio al monumento de Luis Companys; y al de Rafael de Casanova; y al Pi de les Tres Branques... Auténticos angelitos unionistas reunidos al calor de la quema de banderas esteladas.

Esta es la curiosa forma que tienen los nacional-españolistas de defender la hispanidad en Catalunya. Quemando banderas independentistas en Madrid, desplazando en autobuses a miles de patriotas desde España a Catalunya e invocando una revolución nacional para fortalecer la conciencia de pertenencia al pueblo español. Y de paso, dispuestos a celebrar en Tarragona el 13 de octubre la beatificación de 522 mártires de la Iglesia católica, víctimas de la persecución marxista durante la Guerra Civil. Es una pena que no beatifiquen, también, a los miles de mártires que sucumbieron a manos de los verdugos franquistas durante la larga y oscura posguerra, que sufrieron millones de personas cuyo único delito fué haber perdido una guerra desencadenada por un dictador hiper-nacionalista y sanguinario. Y además, católico, apostólico y romano.

Comparar nacionalismo español con nacionalismo catalán no solo es un grave error. Es un auténtico disparate. Es como comparar exclusión con integración. O unicidad con pluralismo. Mientras que el catalanismo es tolerante, festivo, respetuoso y generador de ilusión y esperanza, el nacional-españolismo es agresivo, arrogante, intolerante y causante de frustraciones y desalientos. El catalanismo no tiene voluntad de imponerse sobre nada ni nadie, mientras que el españolismo porfía por desplazar o sustituir sentimientos que le resultan ajenos y por tanto, prescindibles. La disposición impositiva del nacional-españolismo es su auténtica razón de ser, de existir. A cualquier precio. De cualquier manera. Incluso trasladando a millares de voluntarios hacia tierras a reconquistar para que parezcan ser muchos más de los que en realidad son. Por esta razón siempre resulta un fiasco. Un eterno fracaso. Un monumental ridículo. Este nacional-españolismo, cutre y decimonónico, solo pretende vencer por la fuerza, pues es imposible que convenza con razones y argumentos a personas sensatas.

Como Catalunya y la mayoría de catalanes no solemos comulgar con ruedas de molino, ni aceptamos imposiciones de nadie y al igual que otros pueblos del Planeta nos creemos invencibles, buscamos en la plena emancipación de nuestra nación, la esperanza e ilusión que nos ha hurtado la hispanidad y la raza  (clases) dominantes de esta España vetusta (a pesar de los buenos y cándidos españoles), desde el 11 de septiembre de 1714. Trescientos años después, recuperaremos la anhelada libertad. La independencia. En paz y con democracia.

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