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dijous, 7 de març del 2013

LA UE Y LA INDEPENDENCIA.

Es conocida la vocación europeista de la sociedad catalana. Se remonta cuando el Estado español, constreñido por la dictadura franquista, carecía de esperanzas e ilusiones con las cuales afrontar el futuro, la prosperidad y el bienestar social de la ciudadanía. El franquismo era enemigo de la democracia y la libertad y en consecuencia, enemigo de los ciudadanos. En la Catalunya de la posguerra, la burguesía -también la vasca- es decir el capitalismo, se alió con la dictadura y con los miserables intereses del falangismo y del Opus Dei gobernantes en Madrid, para acelerar su propia recuperación económica y el desarrollo -durante los años 50 y 60 del pasado siglo- con los cuales arrastrar al resto del Estado desde el duro, desdichado y gris subdesarrollo que padecía, hacia la luz que empezaba a iluminar el continente europeo. Migraciones internas, turismo, exportación de mano de obra barata hacia el exterior y la creación de empresas públicas -de origen privado, requisadas o expropiadas a los vencidos-, monopolios, sectores estratégicos y  planes de desarrollo, permitieron sentar las bases para que España iniciara el despegue económico. Autopistas de peaje y seiscientos son testimonios fehacientes de aquellos días. Pero el capitalismo dominante pronto se percató que el futuro -el negocio- pasaba necesariamente por el Mercado Común, embrión de la actual Unión Europea. El resto de la historia es conocido. Una vergonzante transición, una pretenciosa y lábil Constitución y una tenue pátina de democracia fueron las apariencias necesarias y suficientes que favorecieron la integración de España en la Comunidad Económica Europea. Misión cumplida.

Esta es la apresurada síntesis histórica que explica la situación en la que nos encontramos en la actualidad. Desde la perspectiva catalana, el éxito alcanzado por la burguesía resulta evidente. La motivación de los que actualmente podemos calificar como destacados miembros del foro Puente Aéreo -o Santa Alianza- esto es, alcanzar la europeización de la economía del Estado, así como condicionar la legislación social y laboral, financiera y política, sin escrúpulos ni principios, ha sido suficiente para llegar a la presente coyuntura: la crisis total del sistema. De aquellos polvos vienen estos lodos; cuando algo empieza sin atisbo de ética, con la nariz tapada y mirada huidiza fijada en el suelo, acaba mal. 

En efecto, el capitalismo siempre ha procurado adaptar la realidad social a sus intereses económicos. Nunca aceptará que la plusvalía -los beneficios- se supedite a los intereses ciudadanos. Al contrario, el interés general debe estar condicionado y sometido al particular -al suyo-. En consecuencia la UE, que siempre ha sido una comunidad eminentemente empresarial y burocrática, es el marco perfecto para cobijar a neoliberales, especuladores, altos financieros, lobbystas y otras gentes con pocos miramientos y muchos intereses obscuros, movidos todos ellos por la codicia y ruindad. Hoy en día prevalecen los intereses de la gran banca (fundamentalmente alemana) por encima de los recursos dedicados a educación, sanidad, pensiones y servicios sociales que afectan a decenas de millones de ciudadanos griegos, irlandeses, portugueses, españoles e italianos, sometidos a insoportables e injustos recortes en el estado de bienestar. El objetivo: salvaguardar la devolución de los créditos prestados y estimulados por las propias entidades financieras, cuyos directivos además de ineptos y mezquinos, son inhumanos. Esta vorágine de recalcitrante austeridad se está propalando hacia Francia y la mismísima Alemania, país por cierto con un gran número de nuevos esclavos siglo XXI víctimas de los minijobs. La UE fomenta entre sus estados miembros limitar los derechos laborales, eliminar el poder sindical y cercenar el estado de bienestar (lo llama reformas estructurales), en beneficio de las finanzas, las privatizaciones de servicios públicos y la desregulación y liberalización salvaje (la cacareada globalización) de la actividad económica privada. Los máximos beneficiarios -en realidad, los únicos- son los que antes se conocían como burgueses, capitalistas o especuladores; ahora se hacen llamar grandes empresarios o financieros. Nada nuevo bajo el sol. Avaricia, violencia y rapiña, como en tiempos de piratas, bucaneros, corsarios, filibusteros, saqueadores, conquistadores.... Todos ellos arbitrarios y reaccionarios neocons.

Resulta comprensible que los ciudadanos europeos en general estemos empezando a cuestionarnos que nos ofrece a cambio la Unión Europea. Cuando el paro, la precariedad laboral y la devaluación salarial se convierten en la gran panacea para superar la crisis, mientras se transforma deuda privada en pública, cuando se prioriza el pago de intereses usureros y se recorta el estado de bienestar para transferir los recursos ahorrados hacia las entidades financieras, lo que antes eran meras cañas ahora se tornan afiladas lanzas. Mientras Bruselas, el BCE y Merkel nos conducen a la miseria, una creciente indignación y escepticismo se apodera de millones de ciudadanos europeos. Entre los cuales se cuentan los catalanes.

Catalunya sufre una doble embestida. De una parte, la que proviene de España. Conocida es mi opinión que el Estado español está cometiendo contra los catalanes incontables tropelías y vergonzosas y continuas felonías, más propias de trileros que de gobernantes demócratas, cabales y justos. En ámbito político, financiero, económico, social y judicial. De otra parte, las suicidas políticas patrocinadas por la Comisión Europea, de clara inspiración merkeliana y bajo el tutelaje del Banco Central Europeo, en defensa del Deutsche €uro y de los intereses germanos por encima de todo. Políticas plenamente asumidas y bendecidas por Mariano Rajoy e impuestas por la aplastante mayoría absolutista del partido popular. Esta doble decepción catalana se ve agravada por la mezquina actitud que desde la UE, en defensa del statu quo vigente entre socios y cediendo a las presiones de España, manifiesta sobre la próxima e inevitable independencia de Catalunya. Las vacilantes advertencias europeas y las descarnadas amenazas españolas acerca de la secesión catalana -cuyas únicas intenciones son hacernos desistir de las ansias de libertad  y contumacia política que albergamos-, en las circunstancias descritas no pueden resultar más erróneas y patéticas. Porque, ¿qué impone la UE a los ciudadanos catalanes?. ¡Paro!. ¡Recortes sociales!. ¡Precariedad laboral!. ¡Miseria de las familias!. ¡Ruina de pequeños y medianos empresarios!. ¡Inseguridad y desprotección social!. ¡Aumento de impuestos!..... ¡Exacto!. ¡Lo mismo que ofrece el Estado español!. La Unión Europea no está en condiciones de exigir ni amenazar. La UE no es, a día de hoy, garantía de nada para buena parte de los atribulados ciudadanos del continente. Ni siquiera es garante de democracia, ni de justicia social. Recordemos la intromisión de la Unión en las elecciones de Grecia e Italia, prescidiendo de la voluntad de los ciudadanos griegos e italianos. La Unión defiende exclusivamente los intereses de los poderosos, ya sean lobbys o multinacionales.... ¡La UE está resultando una gran, penosa y pesada molestia para la ciudadanía en general!. Doblemente para Catalunya. ¡La estabilidad del D€ es su única y gran excusa!. Pero, ¿y los ciudadanos?.

Para mucho catalanes la UE está siendo percibida de forma similar a España. Un pesado y prescindible fardo que dificulta la prosperidad, justicia, libertad y la eterna búsqueda de la felicidad de la nación catalana. O la UE cambia radicalmente tanto el integrismo económico, como las mezquinas consideraciones políticas acerca Catalunya -no solo sobre Catalunya-, o el invento europeo se descompondrá irremediablemente. Lo más triste es que por el momento nada parece indicar que tal cambio pueda llegar. Por tanto, acabará pasando lo mismo que en España: la gran hecatombe. He ahí el porqué de las ansias de Catalunya por alcanzar la independencia de España..... ¿Y de la Unión Europea?. ¿Porqué no?.


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