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dijous, 9 de febrer del 2012

"CATALUNYA, IGUAL QUE ROMA, NO PAGA TRAIDORES".

El pasado fin de semana se ha celebrado el Congreso del PSOE durante el cual se ha procedido a la elección de nuevo secretario general. La pugna se estableció entre juventud  y veteranía, marqueting y experiencia, vacío y contenido. Ha ganado la veteranía, la experiencia y el contenido que representa Alfredo Pérez Rubalcada. Carmen/Carme Chacón ha sido derrotada por tan solo 22 votos. Ha perdido, a pesar de haber difuminado su catalanidad, dilapidando el capital que el PSC había depositado en ella para que alcanzara el objetivo. La victoria de  la señora Chacón hubiera significado para el socialismo catalán un aparente balón de oxigeno, tan necesario después de las sonoras derrotas sufridas en el reciente ciclo electoral que acaba de finalizar. No ha sido posible y negros nubarrones se ciernen sobre la formación catalana, huérfana  de poder político en todos los ámbitos de la sociedad.

El PSC ha tocado fondo. Ni la tenue apariencia de independencia respecto del PSOE, ni la falsa libertad de decisión de sus dirigentes, ni la inexistente defensa de los intereses catalanes entre sus prioridades, han impedido que esta formación política pueda encarar el próximo futuro con (incierta) esperanza. La pretensión de alcanzar renovada notoriedad sirviéndose del socialismo español, ha resultado un absoluto fiasco. Los nuevos dirigentes políticos que estrenaban el mandato alcanzado en el reciente Congreso del PSC, han mostrado el auténtico alcance, influencia y fortaleza de la formación catalana en el PSOE. Es inexistente.

El Partido de los Socialistas de Catalunya ha perdido todo lo bueno que ha representado para la sociedad catalana durante el periodo comprendido desde la muerte del dictador hasta el presente. La consolidación de la imperfecta democracia española ha puesto en evidencia los múltiples defectos fundacionales que arrastraba desde el nacimiento. Básicamente, el PSC es producto de la fusión de dos corrientes antagónicas; la corriente catalanista, fundamentalmente heredera de Josep Pallach y sólidamente federalista, frente el sector originario de la Federación Catalana del PSOE, de raíces desacomplejadamente hispano-jacobinas; que a la postre ha acabado fagocitando al partido catalán. La vocación pretendidamente aglutinadora de ambas almas, en principio se reveló como positiva. Aparentemente sumó catalanismo y españolismo, evitando la confrontación entre los votantes de izquierdas catalanes. El éxito electoral que cosechó esta fórmula permitió que las divergencias permanecieran escondidas, aunque latentes. El tiempo ha demostrado que es imposible alcanzar la fusión de catalanismo y españolismo, de la misma forma que ocurre entre agua y aceite. Al contrario, se estimuló el españolismo, potenciando la visión de la condición foránea de los inmigrantes, como elemento unificador de Catalunya y España en lo que se llegó a presentar como andalucismo, dado el carácter mayoritario de los inmigrantes de aquella región integrados en la federación catalana del PSOE. Es cierto que se evitó que el lerrouxismo resurgiera y prosperara entre la inmigración española asentada en Catalunya, pero el precio pagado fue mantener vivo un falso y prolongado sentimiento de expatriado, al tiempo que una nueva oleada de ciudadanos extranjeros llegaba a Catalunya. Esta nueva inmigración ha ocupado el espacio de la antigua inmigración interna. Los ciudadanos catalanes de origen andaluz, extremeño, gallego, murciano..., han acabado percatándose que los inmigrantes son otros y no ellos. Los ciudadanos de otros orígenes del Estado que votan socialista son conscientes ahora que sus intereses y los del resto de catalanes por fín coinciden; en definitiva, han abandonado la condición de inmigrantes, para pasar a sentirse catalanes de pleno derecho. Esta nueva situación ha sido la que los dirigentes de la formación, que en su día fueron etiquetados como capitanes y que poseen el control del aparato del partido (que dirigen y manipulan a su antojo), no han sabido o querido reconocer. El socialismo catalán ha permanecido anclado en las erróneas premisas del siglo pasado. Gauche Divine e inmigración andaluza, catalanistas y españolistas, progresistas y obreristas. Se olvidaron de considerar a sus militantes y simpatizantes como simples ciudadanos, catalanes y de izquierdas. Prefirieron impulsar los sentimientos extra-catalanes, contraponiéndolos al catalanismo, que consideran como un signo identitario puramente nacionalista; es por ello que prefieren diferenciar sistemáticamente entre catalanismo y soberanismo, que es lo mismo que contraponer, por ejemplo, cristianismo a catolicismo, o socialismo a izquierdismo.

Renunciar a la defensa de los intereses de los ciudadanos de Catalunya; carecer de voz y voto diferente en el Congreso de Diputados; contraponer catalanismo a soberanismo; someterse al dictado del PSOE; y subordinar el filocatalanismo que practica, a un utópico -por imposible- federalismo español inexistente, han sido las causas del desastre socialista en Catalunya. Aquellos votantes otrora socialistas que anteponen españolismo a catalanismo, ya votan a los populares. Los que están defraudados por el jacobinismo centralista que practican los socialistas españoles, transitan hacia ICV, ERC, e incluso Convergència. ¿Qué votante progresista volverá a ver al PSC como la formación que mejor interpreta y defiende los valores e intereses de la izquierda autóctona?. La subordinación al PSOE, partido este que ha olvidado lo que significa socialismo, que no defiende los intereses obreristas, que reniega de las políticas económicas socialdemócratas, entrañable amigo de banqueros, sumiso a los mercados y al liberalismo económico y que, como colofón, ha optado por acentuar su españolismo profundamente nacionalista, arrastra al PSC a la indigencia política. Falto de líderes, menguado de principios, esclavo del PSOE, ¿qué porvenir espera al socialismo catalán?. Evidente; los que llegaron a confiarle entusiásticamente su voto en el pasado, buscarán cobijo en otras formaciones del espectro político catalán que no traicionen los principios, que no defrauden ilusiones y que no renuncien a la defensa de los legítimos intereses de los ciudadanos, aunque estos sean antagónicos a los mercados o a los nacionalistas españoles. Los catalanes no pagan a los traidores.

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