La última encuesta publicada por el Centro de Estudios de Opinión, sobre una muestra de 2.000 entrevistas telefónicas, arroja unos resultados notablemente reveladores. El 54,7% afirman que votarían a favor de la independencia. El 22,1% lo harían en contra. Un 15,7% de los encuestados se abstendrían. El 4,9% no sabe o no contesta. Trasladando estos resultados a la celebración de un referéndum, el Si a la independencia cosecharía alrededor del 65% sobre el total de votos emitidos.
Las fuerzas políticas catalanas con representación parlamentaria, en cumplimiento de una resolución aprobada en el pleno, se hallan negociando tres cuestiones fundamentales sobre el ejercicio del derecho de los ciudadanos a decidir el futuro de Catalunya. 1) El procedimiento legal para asumir la competencia de convocar la consulta (bien a través del Parlament, o de los grupos parlamentarios con representación en las Cortes), ahora en poder exclusivo de las instituciones españolas . 2) El contenido de la pregunta sometida a votación popular. 3) La fecha de celebración del referéndum.
Ante este incierto y tenso panorama, afloran toda suerte de miedos, miserias, cinismos e hipocresías. Determinados grupos políticos están utilizando los procedimientos legales como excusa para dilatar las negociaciones y en consecuencia el proceso de forma indefinida. Algunos abogan por formular una pregunta ambigua, cuya respuesta sea discutible o cuanto menos reinterpretable. Otros proponen que no se pregunte directamente por la independencia, sino por estado propio, o soberano, o federal; incluso pretenden formular más de una pregunta como si se tratara de una simple encuesta... El miedo escénico se está apoderando de aquellos que en realidad nunca han querido asumir seriamente el clamor expresado, en la calle y en las urnas, con tanta claridad y contundencia por la gran mayoría de ciudadanos. Los pusilánimes pretenden hacer valer su posición minoritaria como si se tratara de ejercer el derecho a veto frente las demandas de las mayorías, en aras del consenso, de la unidad de acción y de un impostado posibilismo. Los cínicos utilizan eufemismos como si se tratara de sólidos argumentos para intentar frenar las aspiraciones independentistas y reconducir los anhelos mayoritarios hacia posiciones obsoletas, caducas, del tipo estado autonómico, federal o confederal. Por cierto, rotundamente fracasado el primero y los dos últimos imposibles de asumir por España. Los hay que proponen modificar la Constitución (¿?) para acomodar a Catalunya (déjà vu) dentro del Estado español y sometida a él. El colmo de la desfachatez corre a cargo de los que piden un nuevo sistema de financiación como panacea ante la deriva soberanista (¡a buenas horas mangas verdes!); así como impulsar una regeneración política y ética (necesaria en cualquier caso) de partidos e instituciones; o afirman desinhibidamente que nada puede cambiar, "porqué estamos en crisis". En definitiva, utilizan la posible pregunta y respuestas como mera coartada para que los cambios sean mínimos o no lleguen a consumarse. O se sirven de vulgares subterfugios, con la vana esperanza de evitar el pre-anunciado encontronazo traumático entre España y Catalunya. Es decir, entre Constitución y legitimidad democrática.
No resulta extraño que ante este guirigay parlamentario, la Asamblea Nacional Catalana, capaz de movilizar a millones de personas y principal impulsora de los dos últimos Once de septiembre, se permita pedir a los partidos que apoyan la celebración de la consulta, que aceleren las conversaciones y los pactos entre ellos, convoquen el referéndum antes de seis meses y aprueben una pregunta clara, concisa y directa. La ANC propone que se pregunte: "¿Quiere que Catalunya sea un estado independiente?".
Los distintos grupos parlamentarios no acaban de ser conscientes que están jugueteando con una exigencia política que no dirigen ni les pertenece. No entienden que el 80% de la población catalana que se manifiesta a favor de celebrar un referéndum de autodeterminación, y los más de dos millones de ciudadanos movilizados para conseguir la independencia de Catalunya, no sentimos miedo escénico ni aceptamos el cinismo, el sectarismo o la cobardía como pautas de actuación, tan impúdicamente mostradas por los principales partidos que participan en el proceso soberanista. ¿Realmente creen que su egoísmo partidista prevalecerá sobre la voluntad de la mayoría?. ¿El veto de las minorías pusilánimes e hipócritas debe imponerse al resto de actores, en aras del consenso y la unanimidad?. ¿Acaso se quiere evitar el choque de trenes cuando este ya se ha producido?. Si así fuera, el trauma causado entre Catalunya y España no desaparecería, se incrementaría. El daño ya está hecho. Las opciones están decantadas. Las decisiones a tomar no pueden depender ni de minorías inamovibles, ni de procedimientos y textos legales restrictivos, cuya aplicación nos ha abocado precisamente a la crítica situación que actualmente sufrimos. Crisis no solo de naturaleza política. También en materia económica y social.
El trabajo de las formaciones políticas, en las presentes circunstancias, no puede ser otro que acompañar a los ciudadanos en la consecución de nuestras legítimas reivindicaciones. Deben procurar que recibamos toda aquella información veraz que necesitamos para decidir con acierto sobre las dos únicas alternativas que en realidad existen: Continuar sometidos a los intereses y designios políticos de España, o por el contrario, optar por la independencia de Catalunya. Sumisión o libertad, esta es la cuestión. Sin absurdos eufemismos ni renuncias. Caso de no entenderlo así, se arriesgan a perder el favor, fidelidad y empatia de la mayoría de sus respectivos votantes. Este desdén alcanzará a todos los partidos. A los que quieren la independencia y a los que no. A los osados y a los cobardes. A los sinceros y a los hipócritas. Tanto catalanistas como españolistas. Absolutamente todos serán postergados por los ciudadanos... Porque sus hipótesis y planteamientos, por el momento, son erróneos y perniciosos. Y en consecuencia, perjudican a la gente.
Los 11 de septiembre de los últimos años, entre 1,5 y 2 millones de catalanes salimos a la calle exigiendo la independencia de Catalunya. Cuanto antes se consiga, mejor. No más allá del 2014. No pedimos ni un estado propio, ni uno federal. Queremos votar Si o No a una sencilla pregunta, similar a la planteada por la ANC: "¿Quiere que Catalunya sea un estado independiente?". Si la pregunta que consensúan no contempla implícita y explícitamente la independencia, errarán; si dilatan la convocatoria más allá del 2014, zozobrarán; y si someten la celebración del referéndum a la buena voluntad y disposición del Gobierno de España (lo que garantizaría la no convocatoria del mismo), se hundirán y serán sobrepasados y pisoteados por la gran mayoría de catalanes que, incansables, proseguiremos nuestra marcha. No iniciamos el difícil camino hacia el derecho a decidir, a favor (la mayoría) o en contra (la minoría) de la independencia de Catalunya, para que cuatro achantados petimetres desperdicien nuestros esfuerzos e ilusiones. En circunstancias parecidas de tiempos no tan lejanos, los ciudadanos salían a las calles para obtener justicia, libertad, verdad y lealtad de sus dirigentes. Se originaban revueltas y disturbios difíciles de controlar. ¿Acaso desean que estalle la revolución en Catalunya?.... ¡Por Dios bendito!. ¡Hagan Política, en mayúsculas!. ¡Olviden sus intereses y miserias partidistas!. ¡Aparten del proceso soberanista las envidias electoralistas!. ¡Respeten a las minorías, pero no a costa de la voluntad de las mayorías!. Y si son incapaces de brindar a sus votantes (recuerden: 80% de la población a favor del derecho de autodeterminación) aquello que les demandan, ¡váyanse a su casa y no provoquen más frustración y cabreo a la mayoría de la población!. Aquellos que deseamos la independencia votaremos afirmativamente. Y a día de hoy, ganaríamos. Si desgraciadamente ganaran los votos negativos, se plantearían para los pírricos vencedores nuevas oportunidades para seguir mareando la perdiz inútilmente durante unos cuantos lustros más, con los recalcitrantes conservadores y los falsos progresistas españoles, previsiblemente con tan magros resultados como los cosechados hasta el presente... Pero tanto los favorables al Si como los del No acataremos la voluntad de la mayoría ganadora. Al fin y al cabo, creemos en los principios democráticos y en la legitimidad de nuestra causa soberanista, puesto que votar (a favor o en contra) es ejercer también la soberanía. Esto no nos lo quitará nadie. Está por encima de constituciones, jueces, formaciones políticas y gobiernos. Y por encima de políticos medrosos.
Las fuerzas políticas catalanas con representación parlamentaria, en cumplimiento de una resolución aprobada en el pleno, se hallan negociando tres cuestiones fundamentales sobre el ejercicio del derecho de los ciudadanos a decidir el futuro de Catalunya. 1) El procedimiento legal para asumir la competencia de convocar la consulta (bien a través del Parlament, o de los grupos parlamentarios con representación en las Cortes), ahora en poder exclusivo de las instituciones españolas . 2) El contenido de la pregunta sometida a votación popular. 3) La fecha de celebración del referéndum.
Ante este incierto y tenso panorama, afloran toda suerte de miedos, miserias, cinismos e hipocresías. Determinados grupos políticos están utilizando los procedimientos legales como excusa para dilatar las negociaciones y en consecuencia el proceso de forma indefinida. Algunos abogan por formular una pregunta ambigua, cuya respuesta sea discutible o cuanto menos reinterpretable. Otros proponen que no se pregunte directamente por la independencia, sino por estado propio, o soberano, o federal; incluso pretenden formular más de una pregunta como si se tratara de una simple encuesta... El miedo escénico se está apoderando de aquellos que en realidad nunca han querido asumir seriamente el clamor expresado, en la calle y en las urnas, con tanta claridad y contundencia por la gran mayoría de ciudadanos. Los pusilánimes pretenden hacer valer su posición minoritaria como si se tratara de ejercer el derecho a veto frente las demandas de las mayorías, en aras del consenso, de la unidad de acción y de un impostado posibilismo. Los cínicos utilizan eufemismos como si se tratara de sólidos argumentos para intentar frenar las aspiraciones independentistas y reconducir los anhelos mayoritarios hacia posiciones obsoletas, caducas, del tipo estado autonómico, federal o confederal. Por cierto, rotundamente fracasado el primero y los dos últimos imposibles de asumir por España. Los hay que proponen modificar la Constitución (¿?) para acomodar a Catalunya (déjà vu) dentro del Estado español y sometida a él. El colmo de la desfachatez corre a cargo de los que piden un nuevo sistema de financiación como panacea ante la deriva soberanista (¡a buenas horas mangas verdes!); así como impulsar una regeneración política y ética (necesaria en cualquier caso) de partidos e instituciones; o afirman desinhibidamente que nada puede cambiar, "porqué estamos en crisis". En definitiva, utilizan la posible pregunta y respuestas como mera coartada para que los cambios sean mínimos o no lleguen a consumarse. O se sirven de vulgares subterfugios, con la vana esperanza de evitar el pre-anunciado encontronazo traumático entre España y Catalunya. Es decir, entre Constitución y legitimidad democrática.
No resulta extraño que ante este guirigay parlamentario, la Asamblea Nacional Catalana, capaz de movilizar a millones de personas y principal impulsora de los dos últimos Once de septiembre, se permita pedir a los partidos que apoyan la celebración de la consulta, que aceleren las conversaciones y los pactos entre ellos, convoquen el referéndum antes de seis meses y aprueben una pregunta clara, concisa y directa. La ANC propone que se pregunte: "¿Quiere que Catalunya sea un estado independiente?".
Los distintos grupos parlamentarios no acaban de ser conscientes que están jugueteando con una exigencia política que no dirigen ni les pertenece. No entienden que el 80% de la población catalana que se manifiesta a favor de celebrar un referéndum de autodeterminación, y los más de dos millones de ciudadanos movilizados para conseguir la independencia de Catalunya, no sentimos miedo escénico ni aceptamos el cinismo, el sectarismo o la cobardía como pautas de actuación, tan impúdicamente mostradas por los principales partidos que participan en el proceso soberanista. ¿Realmente creen que su egoísmo partidista prevalecerá sobre la voluntad de la mayoría?. ¿El veto de las minorías pusilánimes e hipócritas debe imponerse al resto de actores, en aras del consenso y la unanimidad?. ¿Acaso se quiere evitar el choque de trenes cuando este ya se ha producido?. Si así fuera, el trauma causado entre Catalunya y España no desaparecería, se incrementaría. El daño ya está hecho. Las opciones están decantadas. Las decisiones a tomar no pueden depender ni de minorías inamovibles, ni de procedimientos y textos legales restrictivos, cuya aplicación nos ha abocado precisamente a la crítica situación que actualmente sufrimos. Crisis no solo de naturaleza política. También en materia económica y social.
El trabajo de las formaciones políticas, en las presentes circunstancias, no puede ser otro que acompañar a los ciudadanos en la consecución de nuestras legítimas reivindicaciones. Deben procurar que recibamos toda aquella información veraz que necesitamos para decidir con acierto sobre las dos únicas alternativas que en realidad existen: Continuar sometidos a los intereses y designios políticos de España, o por el contrario, optar por la independencia de Catalunya. Sumisión o libertad, esta es la cuestión. Sin absurdos eufemismos ni renuncias. Caso de no entenderlo así, se arriesgan a perder el favor, fidelidad y empatia de la mayoría de sus respectivos votantes. Este desdén alcanzará a todos los partidos. A los que quieren la independencia y a los que no. A los osados y a los cobardes. A los sinceros y a los hipócritas. Tanto catalanistas como españolistas. Absolutamente todos serán postergados por los ciudadanos... Porque sus hipótesis y planteamientos, por el momento, son erróneos y perniciosos. Y en consecuencia, perjudican a la gente.
Los 11 de septiembre de los últimos años, entre 1,5 y 2 millones de catalanes salimos a la calle exigiendo la independencia de Catalunya. Cuanto antes se consiga, mejor. No más allá del 2014. No pedimos ni un estado propio, ni uno federal. Queremos votar Si o No a una sencilla pregunta, similar a la planteada por la ANC: "¿Quiere que Catalunya sea un estado independiente?". Si la pregunta que consensúan no contempla implícita y explícitamente la independencia, errarán; si dilatan la convocatoria más allá del 2014, zozobrarán; y si someten la celebración del referéndum a la buena voluntad y disposición del Gobierno de España (lo que garantizaría la no convocatoria del mismo), se hundirán y serán sobrepasados y pisoteados por la gran mayoría de catalanes que, incansables, proseguiremos nuestra marcha. No iniciamos el difícil camino hacia el derecho a decidir, a favor (la mayoría) o en contra (la minoría) de la independencia de Catalunya, para que cuatro achantados petimetres desperdicien nuestros esfuerzos e ilusiones. En circunstancias parecidas de tiempos no tan lejanos, los ciudadanos salían a las calles para obtener justicia, libertad, verdad y lealtad de sus dirigentes. Se originaban revueltas y disturbios difíciles de controlar. ¿Acaso desean que estalle la revolución en Catalunya?.... ¡Por Dios bendito!. ¡Hagan Política, en mayúsculas!. ¡Olviden sus intereses y miserias partidistas!. ¡Aparten del proceso soberanista las envidias electoralistas!. ¡Respeten a las minorías, pero no a costa de la voluntad de las mayorías!. Y si son incapaces de brindar a sus votantes (recuerden: 80% de la población a favor del derecho de autodeterminación) aquello que les demandan, ¡váyanse a su casa y no provoquen más frustración y cabreo a la mayoría de la población!. Aquellos que deseamos la independencia votaremos afirmativamente. Y a día de hoy, ganaríamos. Si desgraciadamente ganaran los votos negativos, se plantearían para los pírricos vencedores nuevas oportunidades para seguir mareando la perdiz inútilmente durante unos cuantos lustros más, con los recalcitrantes conservadores y los falsos progresistas españoles, previsiblemente con tan magros resultados como los cosechados hasta el presente... Pero tanto los favorables al Si como los del No acataremos la voluntad de la mayoría ganadora. Al fin y al cabo, creemos en los principios democráticos y en la legitimidad de nuestra causa soberanista, puesto que votar (a favor o en contra) es ejercer también la soberanía. Esto no nos lo quitará nadie. Está por encima de constituciones, jueces, formaciones políticas y gobiernos. Y por encima de políticos medrosos.