Según la última encuesta del Centro de Estudios de Opinión de la Generalitat de Catalunya, si ahora se celebrara un referéndum sobre la independencia, el resultado del mismo sería: 55,6% a favor, 23,4% en contra, un 15,3% se abstendría y un 3,8% no sabe/no contesta. Es decir, prescindiendo de la abstención, el 65,64% votarían SI, el 27,63% votarían NO y el 6,02% no se pronuncian. La misma encuesta otorga a ERC 38/39 escaños, CiU 35/37, PSC 16, PP e ICV igualarían a 13/14, C's 12 y la CUP 6.
Pueden entenderse las reacciones que estos resultados han causado en las distintas formaciones políticas. El soberanismo sale notablemente fortalecido, mientras que los unionistas sufren un duro revés. Por todo ello, los españolistas -populares y Ciudadanos- se muestran pasmados, incrédulos y desconcertados. Los autonomistas, bien los inútilmente federalistas -PSC-, bien los confederalistas ficticios -UDC-, unen al aturdimiento que sufren, la ira causada por la impotencia que sienten. En principio, los populares prosiguen con sus absorbentes negocios de familia, ya sean los Gürtel/Bárcenas, las insultantes leyes de Wert/FAES, las cuitas de Sánchez-Camacho/Método 3 y los fiscales de confianza, o la amenazante e impúdica recentralización autonómica anunciada por la vicepresidenta Soraya Saenz de Santamaría, también conocida por SSS. Por su parte Ciudadanos, en una exhibición de ingenio dialéctico pretencioso se permite comparar el proceso puesto en marcha e impulsado por la mayoría de catalanes, con El Proceso, de Franz Kafka. "Porqué solo este kafkiano proceso ha merecido el esfuerzo de este gabinete (de CiU) para la sedición", proclamó el iracundo portavoz parlamentario Jordi Cañas, aparatosamente furioso y ofendido. En cuanto al PSC, tanto Pere Navarro como sus fieles escuderos españolistas permanecen impasibles, impávidos e inamovibles por la decisión adoptada de no participar en la constitución del Pacto Nacional por el Derecho a Decidir, quedando al margen del mismo junto a PP y Ciudadanos. Incluso el ahora diputado Celestino Corbacho invita amablemente a los militantes independentistas del PSC a abandonar el partido: "Si algún compañero o compañera algún día llega a la conclusión que le ha tocado los aires de la independencia, seguramente habrá de pensar que será más fácil que él cambie que no que cambie el PSC", farfulló enrevesadamente el otrora ministro de Trabajo (y de Paro Desatado) del gobierno Zapatero. Por su parte, ICV continua instalada en el confortable limbo de la indefinición. Ora apoya el derecho a decidir de los catalanes, ora critica el proceder de CiU y ERC sobre la independencia, para concluir pidiendo que la consulta contemple múltiples posibles preguntas sobre las más variopintas cuestiones sociales. Parece que no desean una pregunta directa, clara e inequívoca que requiera una respuesta afirmativa o negativa, sin más. En definitiva, están cómodamente situados en una ambigüedad absolutamente inoperante y no comprometedora.
Sin embargo es Josep Antoni Duran i Lleida el taimado, quien nos muestra la auténtica cara (oculta) del unionismo españolista. Haciendo gala de su proverbial incontinencia verbal, ha estallado. En un alarde de nerviosismo histérico, de pusilanimidad y de santa ira política, este personaje más propio de la curia romana que del escenario soberanista catalán, ha reaccionado airadamente, cargando contra ERC, CDC, TV3, RAC-1 y algunos correligionarios de UDC que no comulgan con las decisiones tomadas por el líder. Militantes democristianos independentistas, que por cierto cada vez son más numerosos. "ERC no tienen ni puta idea de lo que es la responsabilidad de Gobierno". Acusó a "TV3, RAC-1, CDC y algunos de UDC de allanar el terreno a ERC". E insinuó que "la consulta terminará en nada". Desafiante, proclamó "nos encontraremos de aquí a cuatro años y veremos en que ha quedado este proceso de transición nacional. Y quien ha engañado a quien". Tal es el proceder de este falso cristiano confederalista de comportamiento farisaico. ¿Cooperante con aquellos con los que ha suscrito pactos?. ¿Victima de los que se limitan a informar las barrabasadas que comete contra sus socios?. ¿Sincero con el soberanismo?. ¿Leal con el derecho a decidir?.... ¡No!. ¡Nunca!.¡Jamás!.... Nos hallamos ante un inveterado hipócrita, temeroso que la libertad de Catalunya comporte para él, perdida de status social e influencia política.
La hipocresía es común a todas las formas de unionismo españolista. Tanto el reflexivo, como el cínico o el agresivo convergen en el fingimiento de sentimientos, cualidades e ideas, contrarios a los que verdaderamente se experimentan. Esta es la definición de hipocresía. Esta es la realidad en que se mueve el soberanismo catalán. Los unionistas dicen ser demócratas pero niegan el referéndum como instrumento para dirimir los desencuentros políticos existentes entre España y Catalunya. Defienden que el Gobierno de la Generalitat debe dedicar todos sus esfuerzos en resolver la crisis económica, al tiempo que ahogan sus finanzas y boicotean -utilizando el Tribunal Constitucional- las decisiones fiscales que adopta para incrementar los ingresos; y niegan a Catalunya las inversiones necesarias que propiciarían la recuperación económica. Menosprecian las cuestiones identitarias de Catalunya pero exigen judicialmente que, por ejemplo, la rojigualda ondee preferentemente en todas las dependencias municipales, ¿incluso en los vertederos de los pueblos y ciudades catalanes?. Advierten que la sociedad catalana se dividirá y enfrentará a causa de la independencia, a la vez que fomentan esta división y confrontación, utilizando la lengua castellana, o las pensiones, el paro, la sanidad y la educación como armas para lograrlo. Fanfarronean con respetar el estado de derecho, pero utilizan los tribunales para sojuzgar a Catalunya e imponer la lengua castellana o violentar las decisiones parlamentarias, mutilar y modificar estatutos previamente refrendados, desvirtuar, inmiscuirse y recuperar competencias traspasadas o centrifugar hacia las autonomías el déficit acumulado por la administración central, mientras siguen malgastando en Alta Velocidad, submarinos que no emergen o candidaturas olímpicas absolutamente inconvenientes por superfluas.
Una nueva vuelta de tuerca es la ejercida por un grupo de abogados del Estado, algunos miembros del Tribunal Supremo, catedráticos universitarios y técnicos superiores del Estado. La contribución que hacen sobre el unionismo recibe el título de Recuperar España. Una propuesta desde la Constitución. Se trata de un estudio para reformar la Constitución. Lo más destacado que aporta es la petición al Estado para que no "descarte un conflicto bélico contra Catalunya antes de cinco años". Se trata de la solución bélica. Es decir, el unionismo bélico. Propio de principios del siglo XIX, fielmente representado en la obra del genial Goya. Por ejemplo, en Los fusilamientos del 3 de mayo (1814), o Duelo a garrotazos (1819-1823), ambos en el Museo del Prado.
Uno de los más preclaros párrafos de este peculiar documento reformista, reza así: "Si el derecho a la vida independiente y autónoma se lo concedemos a quien "quiere y puede", estamos consagrando la fuerza como elemento de legitimación de la vida social. Habremos vuelto a la selva. Al admitir las distintas pretensiones secesionistas que se pueden formular en una sociedad, se abren miles de conflictos de consecuencias trágicas; y, por ende, también es racional actuar en consecuencia para evitarlo".
Esta es la culminación de lo que el unionismo español entiende como Estado de Derecho. La legitimación de la violencia en aras de la unidad de España. Como pretendía ETA en un pasado no tan lejano. Utilizar la fuerza bruta para conseguir un objetivo que se supone superior. En el caso de ETA, la independencia del País Vasco. En el caso de estos probos ciudadanos españoles, preservar la sagrada unidad de la patria, aun a costa de eliminar a pacíficos ciudadanos, desarmados y amantes de la democracia, que lo único que pretenden es ser dueños de su propio destino mediante el democrático ejercicio del derecho a decidir sobre su futuro.
Coincido plenamente -ahora sí- con Jordi Cañas. Esta España, los unionistas, están convirtiendo un proceso absolutamente pacífico, cargado de legitimidad y esperanza y condicionado totalmente por principios inequívocamente democráticos, en algo auténticamente kafkiano: "Una mañana cualquiera, un buen ciudadano se despierta con la extraña visita de unos hombres que le comunican que está detenido y sometido por el momento a libertad vigilada. Le dicen que se ha iniciado un proceso contra él y le advierten que los cargos se los comunicarán posteriormente". Así empieza la pesadilla descrita en El proceso. Esta es la seductora oferta del unionismo a los catalanes: miedo, mentiras, chantajes, amenazas, agresiones y violencia. Por supuesto, todo bajo cobertura perfectamente constitucional. Y como final, o te rindes, o te matan.
La mayoría de personajes que gobiernan -en el más amplio sentido del término gobernar- este infortunado Estado, suman a su innata hidalguía (típicamente castellana), unas características que les definen con gran precisión: el cinismo, la soberbia, la hipocresía.... ¡Dios nos guarde de todos ellos!.
Pueden entenderse las reacciones que estos resultados han causado en las distintas formaciones políticas. El soberanismo sale notablemente fortalecido, mientras que los unionistas sufren un duro revés. Por todo ello, los españolistas -populares y Ciudadanos- se muestran pasmados, incrédulos y desconcertados. Los autonomistas, bien los inútilmente federalistas -PSC-, bien los confederalistas ficticios -UDC-, unen al aturdimiento que sufren, la ira causada por la impotencia que sienten. En principio, los populares prosiguen con sus absorbentes negocios de familia, ya sean los Gürtel/Bárcenas, las insultantes leyes de Wert/FAES, las cuitas de Sánchez-Camacho/Método 3 y los fiscales de confianza, o la amenazante e impúdica recentralización autonómica anunciada por la vicepresidenta Soraya Saenz de Santamaría, también conocida por SSS. Por su parte Ciudadanos, en una exhibición de ingenio dialéctico pretencioso se permite comparar el proceso puesto en marcha e impulsado por la mayoría de catalanes, con El Proceso, de Franz Kafka. "Porqué solo este kafkiano proceso ha merecido el esfuerzo de este gabinete (de CiU) para la sedición", proclamó el iracundo portavoz parlamentario Jordi Cañas, aparatosamente furioso y ofendido. En cuanto al PSC, tanto Pere Navarro como sus fieles escuderos españolistas permanecen impasibles, impávidos e inamovibles por la decisión adoptada de no participar en la constitución del Pacto Nacional por el Derecho a Decidir, quedando al margen del mismo junto a PP y Ciudadanos. Incluso el ahora diputado Celestino Corbacho invita amablemente a los militantes independentistas del PSC a abandonar el partido: "Si algún compañero o compañera algún día llega a la conclusión que le ha tocado los aires de la independencia, seguramente habrá de pensar que será más fácil que él cambie que no que cambie el PSC", farfulló enrevesadamente el otrora ministro de Trabajo (y de Paro Desatado) del gobierno Zapatero. Por su parte, ICV continua instalada en el confortable limbo de la indefinición. Ora apoya el derecho a decidir de los catalanes, ora critica el proceder de CiU y ERC sobre la independencia, para concluir pidiendo que la consulta contemple múltiples posibles preguntas sobre las más variopintas cuestiones sociales. Parece que no desean una pregunta directa, clara e inequívoca que requiera una respuesta afirmativa o negativa, sin más. En definitiva, están cómodamente situados en una ambigüedad absolutamente inoperante y no comprometedora.
Sin embargo es Josep Antoni Duran i Lleida el taimado, quien nos muestra la auténtica cara (oculta) del unionismo españolista. Haciendo gala de su proverbial incontinencia verbal, ha estallado. En un alarde de nerviosismo histérico, de pusilanimidad y de santa ira política, este personaje más propio de la curia romana que del escenario soberanista catalán, ha reaccionado airadamente, cargando contra ERC, CDC, TV3, RAC-1 y algunos correligionarios de UDC que no comulgan con las decisiones tomadas por el líder. Militantes democristianos independentistas, que por cierto cada vez son más numerosos. "ERC no tienen ni puta idea de lo que es la responsabilidad de Gobierno". Acusó a "TV3, RAC-1, CDC y algunos de UDC de allanar el terreno a ERC". E insinuó que "la consulta terminará en nada". Desafiante, proclamó "nos encontraremos de aquí a cuatro años y veremos en que ha quedado este proceso de transición nacional. Y quien ha engañado a quien". Tal es el proceder de este falso cristiano confederalista de comportamiento farisaico. ¿Cooperante con aquellos con los que ha suscrito pactos?. ¿Victima de los que se limitan a informar las barrabasadas que comete contra sus socios?. ¿Sincero con el soberanismo?. ¿Leal con el derecho a decidir?.... ¡No!. ¡Nunca!.¡Jamás!.... Nos hallamos ante un inveterado hipócrita, temeroso que la libertad de Catalunya comporte para él, perdida de status social e influencia política.
La hipocresía es común a todas las formas de unionismo españolista. Tanto el reflexivo, como el cínico o el agresivo convergen en el fingimiento de sentimientos, cualidades e ideas, contrarios a los que verdaderamente se experimentan. Esta es la definición de hipocresía. Esta es la realidad en que se mueve el soberanismo catalán. Los unionistas dicen ser demócratas pero niegan el referéndum como instrumento para dirimir los desencuentros políticos existentes entre España y Catalunya. Defienden que el Gobierno de la Generalitat debe dedicar todos sus esfuerzos en resolver la crisis económica, al tiempo que ahogan sus finanzas y boicotean -utilizando el Tribunal Constitucional- las decisiones fiscales que adopta para incrementar los ingresos; y niegan a Catalunya las inversiones necesarias que propiciarían la recuperación económica. Menosprecian las cuestiones identitarias de Catalunya pero exigen judicialmente que, por ejemplo, la rojigualda ondee preferentemente en todas las dependencias municipales, ¿incluso en los vertederos de los pueblos y ciudades catalanes?. Advierten que la sociedad catalana se dividirá y enfrentará a causa de la independencia, a la vez que fomentan esta división y confrontación, utilizando la lengua castellana, o las pensiones, el paro, la sanidad y la educación como armas para lograrlo. Fanfarronean con respetar el estado de derecho, pero utilizan los tribunales para sojuzgar a Catalunya e imponer la lengua castellana o violentar las decisiones parlamentarias, mutilar y modificar estatutos previamente refrendados, desvirtuar, inmiscuirse y recuperar competencias traspasadas o centrifugar hacia las autonomías el déficit acumulado por la administración central, mientras siguen malgastando en Alta Velocidad, submarinos que no emergen o candidaturas olímpicas absolutamente inconvenientes por superfluas.
Una nueva vuelta de tuerca es la ejercida por un grupo de abogados del Estado, algunos miembros del Tribunal Supremo, catedráticos universitarios y técnicos superiores del Estado. La contribución que hacen sobre el unionismo recibe el título de Recuperar España. Una propuesta desde la Constitución. Se trata de un estudio para reformar la Constitución. Lo más destacado que aporta es la petición al Estado para que no "descarte un conflicto bélico contra Catalunya antes de cinco años". Se trata de la solución bélica. Es decir, el unionismo bélico. Propio de principios del siglo XIX, fielmente representado en la obra del genial Goya. Por ejemplo, en Los fusilamientos del 3 de mayo (1814), o Duelo a garrotazos (1819-1823), ambos en el Museo del Prado.
Uno de los más preclaros párrafos de este peculiar documento reformista, reza así: "Si el derecho a la vida independiente y autónoma se lo concedemos a quien "quiere y puede", estamos consagrando la fuerza como elemento de legitimación de la vida social. Habremos vuelto a la selva. Al admitir las distintas pretensiones secesionistas que se pueden formular en una sociedad, se abren miles de conflictos de consecuencias trágicas; y, por ende, también es racional actuar en consecuencia para evitarlo".
Esta es la culminación de lo que el unionismo español entiende como Estado de Derecho. La legitimación de la violencia en aras de la unidad de España. Como pretendía ETA en un pasado no tan lejano. Utilizar la fuerza bruta para conseguir un objetivo que se supone superior. En el caso de ETA, la independencia del País Vasco. En el caso de estos probos ciudadanos españoles, preservar la sagrada unidad de la patria, aun a costa de eliminar a pacíficos ciudadanos, desarmados y amantes de la democracia, que lo único que pretenden es ser dueños de su propio destino mediante el democrático ejercicio del derecho a decidir sobre su futuro.
Coincido plenamente -ahora sí- con Jordi Cañas. Esta España, los unionistas, están convirtiendo un proceso absolutamente pacífico, cargado de legitimidad y esperanza y condicionado totalmente por principios inequívocamente democráticos, en algo auténticamente kafkiano: "Una mañana cualquiera, un buen ciudadano se despierta con la extraña visita de unos hombres que le comunican que está detenido y sometido por el momento a libertad vigilada. Le dicen que se ha iniciado un proceso contra él y le advierten que los cargos se los comunicarán posteriormente". Así empieza la pesadilla descrita en El proceso. Esta es la seductora oferta del unionismo a los catalanes: miedo, mentiras, chantajes, amenazas, agresiones y violencia. Por supuesto, todo bajo cobertura perfectamente constitucional. Y como final, o te rindes, o te matan.
La mayoría de personajes que gobiernan -en el más amplio sentido del término gobernar- este infortunado Estado, suman a su innata hidalguía (típicamente castellana), unas características que les definen con gran precisión: el cinismo, la soberbia, la hipocresía.... ¡Dios nos guarde de todos ellos!.