Jorge Fernández Díaz, actual ministro del Interior de España, resulta un personaje verdaderamente singular. Nacido en Valladolid y criado en Barcelona, forma parte de una rancia familia española aparentemente muy enraizada en Catalunya. La familia Fernández Díaz se ha distinguido desde siempre por los firmes vínculos profesionales mantenidos con los aparatos del Estado, en calidad de funcionarios públicos. Su hermano Alberto es el actual líder popular en el ayuntamiento de Barcelona, y preservador oficial de las esencias patrias -y pétreas- españolas en el cap i casal de Catalunya. Son precisamente estas condiciones de miembros destacados, del Partido Popular de ahora y de la herencia recibida de parte del Movimiento Nacional de antes, las que definen meridianamente sus pensamientos y lealtades públicas y privadas, a todas horas y por siempre jamás: ley -castellana-, orden -autoridad-, y la España eterna. Nos hallamos ante la típica familia patrióticamente castellana, tradicionalista y profundamente nacionalista -aún que como pasa con todos los españolistas, no lo reconocen-, en comisión de servicios, destinados por la superioridad a tener cuidado de la periferia del Estado -¡que se consiga el efecto sin que se note el cuidado!-, llamada a preservar las raíces y esencias de la hispanidad a través de los siglos y por encima de todo.
Jorge Fernández confesó ya hace años que sintió la llamada del Señor. Por esta razón ingresó como numerario en el Opus Dei. Aquel renacimiento en la fé marca su existencia espiritual de ahora, y guía desde entonces sus actos y exhortaciones hasta límites insospechados. No duda lo más mínimo en condenar vehementemente los matrimonios gais hasta el punto de ofender a los desviados, a la vez que cultiva una sólida y entrañable amistad con el cardenal, y confesor, Rouco Varela, siniestro personaje perpetuamente malcarado, de verbo severo y alma poco caritativa. También se permite condecorar a la Virgen del Amor con la más alta medalla que existe -de oro, por supuesto- al mérito policial. O invoca fervorosamente a Santa Teresa de Ávila para que interceda por España en estos tiempos tan recios. Jorge Fernández Díaz no se oculta ni avergüenza en absoluto de sus principios y creencias. Es por esta razón que se muestra con tanta transparencia y claridad ante los ciudadanos de todo el Estado; y más allá.
Ante el crecimiento del soberanismo en Catalunya, el ministro del Interior nos ha dedicado a nosotros, los pecadores independentistas, algunos sermones -sin duda inspirados por el cardenal Rouco- trufados de abominaciones y condenas, que solo demuestran los miedos y debilidades que padece su atormentado espíritu. "Una Catalunya independiente sería pasto del terrorismo y el crimen organizado fácilmente". ¡Alabado sea El Señor!. ¡Por siempre sea alabado". Tanto Jorge Fernández como otros líderes populares no cesan de advertirnos de las desgracias que nos esperan fuera de España. Hoy son las 10 plagas bíblicas que nos caerán encima, como si Catalunya fuera el Egipto de los faraones, y mañana cuarenta años de travesía por el desierto, como si los catalanes fuéramos el pueblo judío camino de la Tierra Prometida. Incluso reconoce que su propia familia está dividida y enfrentada como consecuencia del proceso soberanista -aún que traspasa al resto de familias catalanas este supuesto enfrentamiento familiar que solo el mismo padece-. Por no mencionar los deseos de García Margallo, ministro 2.0 mucho más moderno y laico, de enviarnos a vagar por el inhóspito espacio sideral; o desterrados a la Isla de Robinson Crusoe, como quiere Mariano Rajoy, el prosaico impasible. Ni Fernández Díaz, ni García Margallo, ni el mismísimo Rajoy Brey son capaces de decirnos, empero, qué nos pasará si continuamos dentro de este Estado, que de tanto que nos ama nos quiere vencidos, inmóviles, mudos y muertos.
¿Es con personajes como Fernández Díaz con quienes hemos de negociar un presunto nuevo encaje político dentro de España?. ¿Se puede confiar en un iluminado rehén de un arrebatamiento teresiano, como el que padece el ministro del Interior?. ¿Quizás sea con gente como García Margallo con los que debemos hablar?. ¿Hemos de fiarnos de unos servidores públicos que utilizan la policía y la diplomacia para hacer la guerra -sucia o limpia, tanto dá- contra Catalunya?. ¿Es tal vez con alguien como Mariano Rajoy con quien hemos de llegar a pactar, a esperar lealtad y obtener justicia?. Todos aquellos que proponen la tercera vía, el diálogo incondicional con Madrit, o que ofrecen añadir disposiciones adicionales en la Constitución española, y un nuevo pacto fiscal, y competencias exclusivas blindadas para la Generalitat en cultura, educación, infraestructuras, etc...., ¿se han preguntado si es precisamente esto lo que queremos ahora la mayoría de ciudadanos catalanes?. ¿Se han preguntado si nos creemos su inconsistente palabra?. Creo que no se lo han preguntado. Y la respuesta es no. ¡Rotundamente, no!. Me temo que pretenden cocinarnos un nuevo-viejo encaje forzoso de Catalunya dentro de España, de acuerdo con los intereses económicos y los deseos políticos de los de siempre, prescindiendo de los anhelos y exigencias de los ciudadanos catalanes. ¡Pero la inmensa mayoría del pueblo catalán queremos votar para decidir el futuro de nuestra nación, en paz y libertad!. No nos hemos manifestado multitudinariamente por las calles de las ciudades ni ocupado festivamente las carreteras del Principado, de norte a sur, para mendigar más autonomía, más respeto o más dinero. Los cuales, por cierto, siempre han sido propiedad de los ciudadanos catalanes, aunque expropiados por Madrit.
Pués bien. En otros tiempos y otros países -y también en la actualidad- estas mezquindades de las autoridades dieron como resultado disturbios, revoluciones e incluso guerras. Y las seculares autoridades inamovibles fueron borradas de la realidad y de la historia de los nuevos países resultantes y exitosos. Ganó la Libertad y la Independencia. Como históricamente siempre a ocurrido y seguirá ocurriendo. Por consiguiente, debemos preguntarnos: ¿es esto lo que buscan?. ¿Quieren provocarnos?. ¿Quieren tal vez que en lugar de salir a la calle con alegría, festivamente y renovadas esperanzas, nos manifestemos con odio, enojo y violencia?.
Señor Fernández Díaz y compadres: no jueguen con los sentimientos de la gente. ¡Es pecado!. Y para hombres como ustedes, supuestamente honestos, temerosos de Dios, cabales y juiciosos no les debería costar mucho aparentar una brizna de decencia, si la tuviesen. No se crean que son ustedes los que dominan la situación, por que no es verdad. Los catalanes queremos votar a favor o en contra de la independencia y no a favor de la tercera vía. Esta solo tendría razón de existir si la independencia saliera derrotada después de la consulta, no antes. Entonces, hablaríamos.
No es nada descabellado pensar, empero, que con el comportamiento que tiene el unionismo españolista sobre el proceso emprendido por Catalunya, la independencia se aproxima aceleradamente. La incompetencia de los unionistas es nuestra fortaleza. Sus miedos se convierten en nuestra valentía. Su agresiva beligerancia se torna en nuestro pacifismo activo. Sus amenazas de violencia son para nosotros esperanzas de libertad. Y su unionismo forzado, tramposo, feo e insoportable es lo que nos dará la plena soberanía. La futura independencia de Catalunya nos llena de optimismo.... Definitivamente, ni los ministros uno tras otro, ni el Gobierno español en pleno y, por descontado, ni siquiera el Partido Popular en masa, están poseídos por un arrebatamiento teresiano. Más bien se trata de alucinaciones delirantes producidas por fiebres intermitentes. Las cuales, por lo visto, son muy contagiosas y trasversales.
¡Por amor de Dios, no fastidien!. ¡Y no hagan más el ridículo!. ¡Ya son demasiado viejos!.
Jorge Fernández confesó ya hace años que sintió la llamada del Señor. Por esta razón ingresó como numerario en el Opus Dei. Aquel renacimiento en la fé marca su existencia espiritual de ahora, y guía desde entonces sus actos y exhortaciones hasta límites insospechados. No duda lo más mínimo en condenar vehementemente los matrimonios gais hasta el punto de ofender a los desviados, a la vez que cultiva una sólida y entrañable amistad con el cardenal, y confesor, Rouco Varela, siniestro personaje perpetuamente malcarado, de verbo severo y alma poco caritativa. También se permite condecorar a la Virgen del Amor con la más alta medalla que existe -de oro, por supuesto- al mérito policial. O invoca fervorosamente a Santa Teresa de Ávila para que interceda por España en estos tiempos tan recios. Jorge Fernández Díaz no se oculta ni avergüenza en absoluto de sus principios y creencias. Es por esta razón que se muestra con tanta transparencia y claridad ante los ciudadanos de todo el Estado; y más allá.
Ante el crecimiento del soberanismo en Catalunya, el ministro del Interior nos ha dedicado a nosotros, los pecadores independentistas, algunos sermones -sin duda inspirados por el cardenal Rouco- trufados de abominaciones y condenas, que solo demuestran los miedos y debilidades que padece su atormentado espíritu. "Una Catalunya independiente sería pasto del terrorismo y el crimen organizado fácilmente". ¡Alabado sea El Señor!. ¡Por siempre sea alabado". Tanto Jorge Fernández como otros líderes populares no cesan de advertirnos de las desgracias que nos esperan fuera de España. Hoy son las 10 plagas bíblicas que nos caerán encima, como si Catalunya fuera el Egipto de los faraones, y mañana cuarenta años de travesía por el desierto, como si los catalanes fuéramos el pueblo judío camino de la Tierra Prometida. Incluso reconoce que su propia familia está dividida y enfrentada como consecuencia del proceso soberanista -aún que traspasa al resto de familias catalanas este supuesto enfrentamiento familiar que solo el mismo padece-. Por no mencionar los deseos de García Margallo, ministro 2.0 mucho más moderno y laico, de enviarnos a vagar por el inhóspito espacio sideral; o desterrados a la Isla de Robinson Crusoe, como quiere Mariano Rajoy, el prosaico impasible. Ni Fernández Díaz, ni García Margallo, ni el mismísimo Rajoy Brey son capaces de decirnos, empero, qué nos pasará si continuamos dentro de este Estado, que de tanto que nos ama nos quiere vencidos, inmóviles, mudos y muertos.
¿Es con personajes como Fernández Díaz con quienes hemos de negociar un presunto nuevo encaje político dentro de España?. ¿Se puede confiar en un iluminado rehén de un arrebatamiento teresiano, como el que padece el ministro del Interior?. ¿Quizás sea con gente como García Margallo con los que debemos hablar?. ¿Hemos de fiarnos de unos servidores públicos que utilizan la policía y la diplomacia para hacer la guerra -sucia o limpia, tanto dá- contra Catalunya?. ¿Es tal vez con alguien como Mariano Rajoy con quien hemos de llegar a pactar, a esperar lealtad y obtener justicia?. Todos aquellos que proponen la tercera vía, el diálogo incondicional con Madrit, o que ofrecen añadir disposiciones adicionales en la Constitución española, y un nuevo pacto fiscal, y competencias exclusivas blindadas para la Generalitat en cultura, educación, infraestructuras, etc...., ¿se han preguntado si es precisamente esto lo que queremos ahora la mayoría de ciudadanos catalanes?. ¿Se han preguntado si nos creemos su inconsistente palabra?. Creo que no se lo han preguntado. Y la respuesta es no. ¡Rotundamente, no!. Me temo que pretenden cocinarnos un nuevo-viejo encaje forzoso de Catalunya dentro de España, de acuerdo con los intereses económicos y los deseos políticos de los de siempre, prescindiendo de los anhelos y exigencias de los ciudadanos catalanes. ¡Pero la inmensa mayoría del pueblo catalán queremos votar para decidir el futuro de nuestra nación, en paz y libertad!. No nos hemos manifestado multitudinariamente por las calles de las ciudades ni ocupado festivamente las carreteras del Principado, de norte a sur, para mendigar más autonomía, más respeto o más dinero. Los cuales, por cierto, siempre han sido propiedad de los ciudadanos catalanes, aunque expropiados por Madrit.
Pués bien. En otros tiempos y otros países -y también en la actualidad- estas mezquindades de las autoridades dieron como resultado disturbios, revoluciones e incluso guerras. Y las seculares autoridades inamovibles fueron borradas de la realidad y de la historia de los nuevos países resultantes y exitosos. Ganó la Libertad y la Independencia. Como históricamente siempre a ocurrido y seguirá ocurriendo. Por consiguiente, debemos preguntarnos: ¿es esto lo que buscan?. ¿Quieren provocarnos?. ¿Quieren tal vez que en lugar de salir a la calle con alegría, festivamente y renovadas esperanzas, nos manifestemos con odio, enojo y violencia?.
Señor Fernández Díaz y compadres: no jueguen con los sentimientos de la gente. ¡Es pecado!. Y para hombres como ustedes, supuestamente honestos, temerosos de Dios, cabales y juiciosos no les debería costar mucho aparentar una brizna de decencia, si la tuviesen. No se crean que son ustedes los que dominan la situación, por que no es verdad. Los catalanes queremos votar a favor o en contra de la independencia y no a favor de la tercera vía. Esta solo tendría razón de existir si la independencia saliera derrotada después de la consulta, no antes. Entonces, hablaríamos.
No es nada descabellado pensar, empero, que con el comportamiento que tiene el unionismo españolista sobre el proceso emprendido por Catalunya, la independencia se aproxima aceleradamente. La incompetencia de los unionistas es nuestra fortaleza. Sus miedos se convierten en nuestra valentía. Su agresiva beligerancia se torna en nuestro pacifismo activo. Sus amenazas de violencia son para nosotros esperanzas de libertad. Y su unionismo forzado, tramposo, feo e insoportable es lo que nos dará la plena soberanía. La futura independencia de Catalunya nos llena de optimismo.... Definitivamente, ni los ministros uno tras otro, ni el Gobierno español en pleno y, por descontado, ni siquiera el Partido Popular en masa, están poseídos por un arrebatamiento teresiano. Más bien se trata de alucinaciones delirantes producidas por fiebres intermitentes. Las cuales, por lo visto, son muy contagiosas y trasversales.
¡Por amor de Dios, no fastidien!. ¡Y no hagan más el ridículo!. ¡Ya son demasiado viejos!.