El presidente de la Comisión Europea, José Manuel Durao Barroso, se ha sumado a la campaña a favor del NO iniciada por David Cameron sobre el referéndum de autodeterminación de Escocia, a celebrar el 18 de septiembre de 2014. Opina que "seguir en la UE será extremadamente difícil, si no imposible", en caso de que Escocia alcance la independencia, ya que es muy improbable lograr el respaldo unánime de sus 28 estados miembros. Esgrime el veto ¿de España? como el que blande una espada vengadora para cercenar las ilusiones y anhelos de escoceses y catalanes. Debo confesar que las opiniones de Durao no resultan extemporáneas puesto que se ciñe estrictamente y defiende diligentemente la voluntad y deseos de los estados concernidos directamente en procesos secesionistas. Es decir, el Reino Unido y el Reino de España.
Creo que en la Comisión Europea no son conscientes del devastador efecto que causan este tipo de declaraciones sobre las convicciones europeistas que todavía alberga la opinión pública, y que tan a menudo hacen los máximos representantes de la UE que inciden negativa e inexorablemente en la historia y el prestigio de esa misma Unión. Por lo que se refiere a Catalunya, la consideración que nos merecen estas manifestaciones es que carecen de la mesura y credibilidad pertinentes. Además, ahora estos mensajes incrementan exponencialmente la valoración popular de ser auténticos disparates; y provocan también un acentuado aumento del euroescepticismo entre los anonadados ciudadanos que sufren tales invectivas. Ante este proceder, cabe formular algunas preguntas: Cuando se produjo la reunificación alemana, la Comisión o los estados miembros de la Unión, ¿se opusieron a la absorción de la RFA sobre la RDA?. ¿Negaron el derecho a reconstituir una Alemania unida?. ¿Propusieron el destierro de los alemanes orientales más allá de las fronteras de la Unión?. ¿De verdad expulsarán a 7,5 millones de catalanes, porque España se obstine en vengar su honor mancillado y se niegue aceptar la "creciente bolsa de dinero menguante" disponible?. ¿Acaso los catalanes tenemos que renunciar a nuestros anhelos de libertad, justicia y supervivencia como nación, porque la Unión no quiere complicaciones políticas?. ¿No creen que la inestabilidad económica ya está firmemente instalada en la UE, precisamente a causa de decisiones equivocadas adoptadas por la troika?. ¿No sirve de nada que desde 1986 los catalanes hayamos cumplido puntual y escrupulosamente nuestros deberes para con la Unión y haber adquirido y ejercido plenos derechos como ciudadanos europeos?. ¿No se tiene en cuenta que Catalunya es contribuyente neto a las arcas comunitarias, mientras que España es receptor nato de recursos europeos?. Además, ¿ignoran que la Unión Europea ya no es percibida, especialmente desde la ribera norte del Mediterráneo, como garantía de prosperidad, ni de desarrollo económico o justicia social?. La duda más grave que ahora nos planteamos es, ¿la UE ya no es un club de países promotores y defensores del estado de bienestar europeo?. ¿Ya no respeta los principios democráticos que se hallaban incorporados en sus genes políticos desde los orígenes fundacionales de la antigua CECA, después Mercado Común, posteriormente CEE y en nuestro tiempo UE?.
El señor Durao Barroso y sus comisarios afirman que sus grotescas declaraciones no pretenden interferir sobre los procesos soberanistas que se desarrollan en Escocia o Catalunya, pero lo cierto es que sí lo hacen. Y de una forma bastante chapucera. Para muchos catalanes, las frecuentes meteduras de pata y el dedo en ojo ajeno que continuamente ocasiona la UE, causan una notable irritación y hartazgo entre la ciudadanía. Máxime cuando la Unión, como se ha dicho, ya no resulta una ganga, sino más bien una onerosa carga que soportar. Para los catalanes, casi al mismo nivel y pesadez que la España popular. No resulta extraño que cada día que pasa las filas de ciudadanos que se manifiestan contra la UE y el euro se incrementen. La Unión solo tiene como incondicionales a su favor a grandes industriales, banqueros, especuladores, los terratenientes agraciados con los subsidios agrícolas y altos funcionarios, ya sean estatales o europeos. Tanto da que el número de entusiastas unionistas europeos privilegiados sean una ínfima fracción respecto el número total de ciudadanos de los distintos países que configuran la UE. Pero somos precisamente los ciudadanos de a pie los que soportamos los recortes en educación, sanidad, subsidios de desempleo, dependencia y pensiones, además de sufrir precariedad e indefensión laboral, devaluación salarial y paro desenfrenado. El resultado de esta ignominiosa realidad es transitar a toda velocidad desde la resignación y sumisión ciudadanas hasta la incontenible impaciencia, hastío e indignación... En el caso de Catalunya, sabemos que la culpa es en gran medida del gobierno de Madrit, pero no ignoramos que es precisamente Bruselas la que aprieta las tuercas a los frágiles gobiernos del sur de Europa, imponiendo la hoja de ruta marcada por lobbys, el BCE, la troika y Merkel, en defensa del Euro, la prima riesgo, la gran economía, las altas finanzas (especialmente las germanas) y el pago de los intereses de la deuda pública española la cual, por cierto, no cesa de aumentar aceleradamente, día a día. En consecuencia, no resulta descabellado suponer que muchos ciudadanos podamos tener como objetivo para un futuro ilusionante y pletórico de esperanza, lograr la independencia aunque solo sea para desembarazarnos de un artilugio sumamente antipático y oneroso, que se halla en manos de burócratas y tecnócratas miopes, sordos y lenguaraces como es el caso de la actual Comisión Europea... Recordemos que fuera de la Unión sigue existiendo esperanza, alegría, salud y vida, como demuestran Suiza o Noruega, por ejemplo; y quién sabe si en un futuro no muy lejano se unirán también Escocia, Catalunya y Flandes. Lo único que logrará la absurda política anti-independentista que mantiene la Unión Europea del complaciente y amortizado Durao Barroso, será hacer que los ciudadanos prefieran salir de la UE antes que permanecer dentro de ella, donde cada vez hace más frío, más humedad y huele más rancio.
Así pues, ante este panorama, lo que antes era percibido como garantía de justicia, solidaridad, desarrollo económico y social, estado de bienestar y libertad, ahora es visto como arbitrariedad, atropello, retroceso social, marasmo económico, estado de precariedad, imposición y excesiva dependencia de poderosos intereses espurios. No resulta extraño que el populismo anti-europeista se extienda como una mancha de aceite en Francia, Italia, Dinamarca, Holanda o el Reino Unido. Pero en el caso de Catalunya no es precisamente el populismo lo que avanza, sino que los ciudadanos nos vemos absurdamente impelidos a escoger entre la independencia de nuestra nación o continuar dentro la Unión. Y nosotros lo tenemos muy claro. Queremos la libertad. La justicia. Preferimos la esperanza e ilusión de crear un nuevo estado. Queremos la independencia. Ya sea dentro o fuera de la Unión Europea.... Imagínese el lector qué sucedería con la estabilidad del euro y la integridad política de la propia Unión si los ciudadanos de por lo menos dos nuevos estados libres y soberanos rechazaran formar parte de ella, a causa de la ligereza oratoria de los comisarios europeos y de las estúpidas y suicidas políticas económicas que tan alegremente imponen.
Por todo ello, cabría informar al señor Durao Barroso y sus amigos que en boca cerrada no entran moscas. Y más, cuando lo que articulan sus labios no son más que perogrulladas. Favorables y del agrado de España y Reino Unido, pero auténticas tonterías. Y como dice el refrán, de tonterías las justas. Y más si provienen de mandatarios europeos.
Creo que en la Comisión Europea no son conscientes del devastador efecto que causan este tipo de declaraciones sobre las convicciones europeistas que todavía alberga la opinión pública, y que tan a menudo hacen los máximos representantes de la UE que inciden negativa e inexorablemente en la historia y el prestigio de esa misma Unión. Por lo que se refiere a Catalunya, la consideración que nos merecen estas manifestaciones es que carecen de la mesura y credibilidad pertinentes. Además, ahora estos mensajes incrementan exponencialmente la valoración popular de ser auténticos disparates; y provocan también un acentuado aumento del euroescepticismo entre los anonadados ciudadanos que sufren tales invectivas. Ante este proceder, cabe formular algunas preguntas: Cuando se produjo la reunificación alemana, la Comisión o los estados miembros de la Unión, ¿se opusieron a la absorción de la RFA sobre la RDA?. ¿Negaron el derecho a reconstituir una Alemania unida?. ¿Propusieron el destierro de los alemanes orientales más allá de las fronteras de la Unión?. ¿De verdad expulsarán a 7,5 millones de catalanes, porque España se obstine en vengar su honor mancillado y se niegue aceptar la "creciente bolsa de dinero menguante" disponible?. ¿Acaso los catalanes tenemos que renunciar a nuestros anhelos de libertad, justicia y supervivencia como nación, porque la Unión no quiere complicaciones políticas?. ¿No creen que la inestabilidad económica ya está firmemente instalada en la UE, precisamente a causa de decisiones equivocadas adoptadas por la troika?. ¿No sirve de nada que desde 1986 los catalanes hayamos cumplido puntual y escrupulosamente nuestros deberes para con la Unión y haber adquirido y ejercido plenos derechos como ciudadanos europeos?. ¿No se tiene en cuenta que Catalunya es contribuyente neto a las arcas comunitarias, mientras que España es receptor nato de recursos europeos?. Además, ¿ignoran que la Unión Europea ya no es percibida, especialmente desde la ribera norte del Mediterráneo, como garantía de prosperidad, ni de desarrollo económico o justicia social?. La duda más grave que ahora nos planteamos es, ¿la UE ya no es un club de países promotores y defensores del estado de bienestar europeo?. ¿Ya no respeta los principios democráticos que se hallaban incorporados en sus genes políticos desde los orígenes fundacionales de la antigua CECA, después Mercado Común, posteriormente CEE y en nuestro tiempo UE?.
El señor Durao Barroso y sus comisarios afirman que sus grotescas declaraciones no pretenden interferir sobre los procesos soberanistas que se desarrollan en Escocia o Catalunya, pero lo cierto es que sí lo hacen. Y de una forma bastante chapucera. Para muchos catalanes, las frecuentes meteduras de pata y el dedo en ojo ajeno que continuamente ocasiona la UE, causan una notable irritación y hartazgo entre la ciudadanía. Máxime cuando la Unión, como se ha dicho, ya no resulta una ganga, sino más bien una onerosa carga que soportar. Para los catalanes, casi al mismo nivel y pesadez que la España popular. No resulta extraño que cada día que pasa las filas de ciudadanos que se manifiestan contra la UE y el euro se incrementen. La Unión solo tiene como incondicionales a su favor a grandes industriales, banqueros, especuladores, los terratenientes agraciados con los subsidios agrícolas y altos funcionarios, ya sean estatales o europeos. Tanto da que el número de entusiastas unionistas europeos privilegiados sean una ínfima fracción respecto el número total de ciudadanos de los distintos países que configuran la UE. Pero somos precisamente los ciudadanos de a pie los que soportamos los recortes en educación, sanidad, subsidios de desempleo, dependencia y pensiones, además de sufrir precariedad e indefensión laboral, devaluación salarial y paro desenfrenado. El resultado de esta ignominiosa realidad es transitar a toda velocidad desde la resignación y sumisión ciudadanas hasta la incontenible impaciencia, hastío e indignación... En el caso de Catalunya, sabemos que la culpa es en gran medida del gobierno de Madrit, pero no ignoramos que es precisamente Bruselas la que aprieta las tuercas a los frágiles gobiernos del sur de Europa, imponiendo la hoja de ruta marcada por lobbys, el BCE, la troika y Merkel, en defensa del Euro, la prima riesgo, la gran economía, las altas finanzas (especialmente las germanas) y el pago de los intereses de la deuda pública española la cual, por cierto, no cesa de aumentar aceleradamente, día a día. En consecuencia, no resulta descabellado suponer que muchos ciudadanos podamos tener como objetivo para un futuro ilusionante y pletórico de esperanza, lograr la independencia aunque solo sea para desembarazarnos de un artilugio sumamente antipático y oneroso, que se halla en manos de burócratas y tecnócratas miopes, sordos y lenguaraces como es el caso de la actual Comisión Europea... Recordemos que fuera de la Unión sigue existiendo esperanza, alegría, salud y vida, como demuestran Suiza o Noruega, por ejemplo; y quién sabe si en un futuro no muy lejano se unirán también Escocia, Catalunya y Flandes. Lo único que logrará la absurda política anti-independentista que mantiene la Unión Europea del complaciente y amortizado Durao Barroso, será hacer que los ciudadanos prefieran salir de la UE antes que permanecer dentro de ella, donde cada vez hace más frío, más humedad y huele más rancio.
Así pues, ante este panorama, lo que antes era percibido como garantía de justicia, solidaridad, desarrollo económico y social, estado de bienestar y libertad, ahora es visto como arbitrariedad, atropello, retroceso social, marasmo económico, estado de precariedad, imposición y excesiva dependencia de poderosos intereses espurios. No resulta extraño que el populismo anti-europeista se extienda como una mancha de aceite en Francia, Italia, Dinamarca, Holanda o el Reino Unido. Pero en el caso de Catalunya no es precisamente el populismo lo que avanza, sino que los ciudadanos nos vemos absurdamente impelidos a escoger entre la independencia de nuestra nación o continuar dentro la Unión. Y nosotros lo tenemos muy claro. Queremos la libertad. La justicia. Preferimos la esperanza e ilusión de crear un nuevo estado. Queremos la independencia. Ya sea dentro o fuera de la Unión Europea.... Imagínese el lector qué sucedería con la estabilidad del euro y la integridad política de la propia Unión si los ciudadanos de por lo menos dos nuevos estados libres y soberanos rechazaran formar parte de ella, a causa de la ligereza oratoria de los comisarios europeos y de las estúpidas y suicidas políticas económicas que tan alegremente imponen.
Por todo ello, cabría informar al señor Durao Barroso y sus amigos que en boca cerrada no entran moscas. Y más, cuando lo que articulan sus labios no son más que perogrulladas. Favorables y del agrado de España y Reino Unido, pero auténticas tonterías. Y como dice el refrán, de tonterías las justas. Y más si provienen de mandatarios europeos.
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