Ya desde el inicio de la precampaña electoral se vislumbra en todos los partidos que concurren a las próximas elecciones al Parlament la existencia de un candidato a batir. Lo es para los partidos españolistas pero también para algunos que se consideran independentistas. Incluso se le señala como el principal enemigo político de España a ojos de periodistas, jueces, fiscales, servicios secretos, policía nacional y guardia civil, todos ellos al servicio del régimen vigente de España. Por cierto, estado neofranquista de piedra picada. El candidato al que me refiero es, obviamente, el presidente Puigdemont.
Carles Puigdemont, según la imagen confeccionada por los medios españolistas, es el demonio con cola al que hay que ahuyentar del escenario político del estado. La judicatura le considera como el capo de un peligroso grupo terrorista -tsunami- y malversador -de dinero inexistente?- porque ha puesto en riesgo la sagrada unidad de la patria y porque cuestiona la legitimidad de un sistema judicial reconocidamente sórdido. Las fuerzas de seguridad españolas no paran de imputarle graves hechos delictivos en base a suposiciones e inventos que de ridículos e inverosímiles que resultan hacen reír y llorar a la vez. Los partidos españoles le consideran un peligroso estorbo que impide conseguir las aspiraciones unitaristas y el deseado sometimiento político-administrativo de la nación catalana, para que no podamos alcanzar lo que la mayoría de ciudadanos queremos: la independencia de Catalunya. En cuanto a las formaciones independentistas se afanan por evitar que Carles Puigdemont aglutine tras su liderazgo una mayoría de votos que le permitan arrebatar la presidencia de la Generalitat y volver a Catalunya en olor de multitudes.
Al parecer, todos los adversarios del presidente Puigdemont se han puesto de acuerdo para colocarlo en el centro del escenario ocupando el puesto de protagonista absoluto de este drama que serán las elecciones al Parlament. Dado que, sin duda, para Catalunya significarán la reafirmación del independentismo mayoritario o la confirmación de esa parálisis autonomista que en estos momentos estamos soportando.
Mesiánico, botifler, dictador, partidista, fugado, vendedor de humo, malversador... Estas son algunas de las florecillas que le dedican todos aquellos que le consideran como el enemigo político a liquidar.
Pero Carles Puigdemont es solo un exiliado político como tantos en Catalunya, perseguido por una judicatura que practica desinhibidamente la lawfare con notable soltura. Es un político al que las patrióticas fuerzas de seguridad del estado le quieren atribuir el liderazgo de un supuesto grupo terrorista que sólo existe en los cerebros enfebrecidos de unos policías capaces de mentir y manipular unos hechos esencialmente políticos, ocurridos durante el proceso protagonizado por el independentismo catalán, que consideran ha sido y es una traición a su España pretendidamente inmemorial. Delirios todos ellos apoyados por fiscales afinadores y jueces sin ética ni escrúpulos, capaces de sustentar las infumables tonterías de unos instructores fieles al franquismo sociológico, todavía hoy existente en España tras cincuenta años transcurridos desde la muerte del dictador.
Pero lo más chocante no es el rencor, el odio o la hostilidad que el españolismo de todo tipo siente y proyecta hacia Carles Puigdemont. Lo que verdaderamente sorprende es la animadversión que algunos políticos independentistas manifiestan hacia él. Le reprochan que se hubiera exiliado a Waterloo, que pida unidad a todo el independentismo o que reivindique una confrontación inteligente con España. Le acusan de aprovecharse de la non nata ley de amnistía en beneficio propio y de la expulsión del ejecutivo catalán decretada de facto por Aragonés con la excusa de deslealtad atribuida a JUNTS hacia el gobierno republicano. Le hacen reproches de todo tipo con la sesgada intención de impedir que reanude la presidencia de la Generalitat, negándole el derecho a recuperar aquello que el artículo 155 le arrebató de forma tan injusta como antidemocrática y por lo tanto ilegítimamente, pronto se cumplirán siete años.
¡No se saldrán con la suya!. Ni los que quieren aniquilarlo por ser poco independentista, ni los que quieren hacerlo por ser demasiado independentista. No sé si va a ganar las próximas elecciones al Parlament. Si creo que la están haciendo gratuitamente la campaña electoral para que pueda conseguirlo. Cuando basas la acometida contra el adversario político en mentiras, exageraciones, insultos y ataques personales sin fundamento, es muy probable que provoques el resultado contrario al que inicialmente deseas.
Por tanto, yo votaré independencia más allá de insultos, falacias y difamaciones.
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