He llegado a la conclusión de que hay dos formas de ser y de entender el independentismo.
Hasta ahora podíamos considerar que los independentistas lo eran de nacimiento o sobrevenidos. Los primeros son aquellos que siempre lo han sido, sin matices ni subterfugios. Lo son porque se han dado cuenta de que una nación sin estado -dependiente de un estado-nación como el español- no tiene futuro y además quieren hurtarle el carácter y su historia. La nación colonizadora hace todo lo que está a su alcance, ya sea legal, alegal, ilegal o incluso inmoral, para aniquilar la identidad, la lengua, la cultura y la historia de los pueblos colonizados. Incluso lo hace en las finanzas y la economía -las riquezas, en definitiva- de las colonias, expoliando todo tipo de recursos físicos y humanos hasta agotarlos. El reino de España es un buen ejemplo. Lo ha hecho en Sudamérica, en Cuba o en Filipinas en el pasado. Hasta que su imperio, en que jamás se ponía el Sol, desapareció entre las brumas de la historia. Aunque pretenciosamente sigue considerándose imperial hoy, concretamente con Cataluña y el resto de los Paises Catalanes. Y en cierta medida con el País Vasco y Galicia, no nos olvidemos. Somos las últimas colonias de un imperio fracasado y en vías de desaparición, aunque se resista a ello.
¡Pues bien! Muchos catalanes nos hemos dado cuenta que dentro de este estado sólo hay vacuidad y tinieblas. Para nosotros, España no ofrece ni esperanza, ni prosperidad, ni reconocimiento y por tanto ningún futuro. España no quiere ciudadanos, quiere súbditos sumisos. Y la nación catalana no tiene cabida. Ni dentro de su estado ni dentro de su caduca constitución. A menos que dejemos de ser como somos, dejándonos aniquilar como catalanes para ser debidamente asimilados como españoles castellanizados. Los independentistas tenemos muy claro lo que queremos y cuáles son nuestras prioridades. Queremos la independencia porque es la única alternativa para la supervivencia de Cataluña como nación. Y queremos un estado que nos cobije y no nos aplaste como pueblo libre. En definitiva, queremos la plena y total soberanía, como tiene cualquier otro estado independiente de este atribulado y convulso Mundo.
Hay otra clase de independentistas. Aquellos que lo son sobrevenidos desde el autonomismo y que ahora se han percatado que la España de las autonomías ha sido una vergonzosa estafa y un fracaso absoluto, por lo que se han apuntado al independentismo como única salida exitosa de este reino en perpetua construcción y nunca consolidado, constituido como estado -en quiebra-, que goza de unas instituciones, ya sean privadas o públicas, altas o bajas, da igual, pero absolutamente corrompidas y decadentes. Por fin han abierto los ojos y han llegado a la conclusión que España es irreformable y que la única salida de este desaguisado es la independencia.
La diferencia entre ambos independentismos la encontramos en si lo son prioritaria o instrumentalmente. Aquellos que tenemos la independencia como prioridad no renunciamos a gestionar el día a día sobre todo lo que graciosamente nos permita la autoridad central, para satisfacer en la medida de nuestras magras competencias las necesidades de los catalanes, aunque condicionamos todas nuestras decisiones a conseguirla -incluso unilateralmente si es necesario-, sabedores que será solo la plena soberanía la que nos permitirá gestionar todos los recursos que generamos como nación, en interés y al servicio de la gente del país. En cambio, los independentistas instrumentales quieren gestionar los recursos que el Estado nos delega bajo riguroso control español, para avanzar paso a paso hacia un hipotético pacto inalcanzable que nos permita auto determinarnos, sin prisas. Es decir, la característica principal que adorna a aquellos que son independentistas de salón es la pusilanimidad. Es el miedo a que el amo se acabe cabreado y nos castigue. Es el vergonzante sometimiento a los colonos. Son aquellos conformistas que dicen quién dia pasa año empuja.
El independentismo no debe hacer diferencia entre derechas o izquierdas, entre burgueses o trabajadores. Entre independentistas de nacimiento o conversos. Entre catalanes de uno u otro partido. La independencia la haremos los independentistas de verdad y no los catalanes pusilánimes, miedosos, sumisos, conformistas, hipócritas o cínicos.
Por tanto, exigimos a nuestros líderes políticos que no quieran engañarnos, ni imponernos caminos excesivamente empinados e infranqueables. Que no den excusas de mal pagador, como puede ser ensanchar la base social, apelar a grandes mayorías y consensos, buscar la hegemonía partidista o esperar a que el Estado nos permita ejercer la autodeterminación puesto que nunca lo hará. Si no priorizan la independencia que dejen de llamarse independentistas y acepten su condición de autonomistas.....
Nosotros, la gente, los catalanes, tenemos muy clara nuestra prioridad. Solo falta que los líderes de los partidos también la asuman sin excusas. Si no lo hacen, que se aparten de una puñetera vez y dejen que la hagamos los ciudadanos de a pie y los líderes nuevos que los sustituyan. Al fin y al cabo es lo que históricamente han hecho los ciudadanos de todos los países que se han librado de sus metrópolis.
Debemos tener en cuenta que los independentistas somos imprescindibles para conseguir la independencia, pero los políticos sumisos, ¡no!
Por tanto, los políticos pusilánimes, son absolutamente prescindibles..... ¡Porque ya están amortizados!.