Las próximas elecciones al Parlamento de Catalunya serán inequívocamente plebiscitarias. El 27 de septiembre todos, absolutamente todos los que vayamos a votar lo haremos en función de nuestras convicciones a favor o contra la independencia. El carácter de referéndum vendrá dado precisamente por esta voluntad ciudadana, pero también por la actitud de aquellos que niegan que ello sea así. Su oposición refuerza esta condición de plebiscito..... Recordemos que en la historia del Estado no resulta nada extraño que unas elecciones -por ejemplo, municipales- se conviertan en un plebiscito. Ya ocurrió el año 31 del siglo pasado, cuando se abrieron los colegios electorales siendo una monarquía y se cerraron republicanos. Pues ahora lo mismo: iremos a votar siendo una comunidad autónoma del Estado español y muy probablemente acabaremos la jornada disparados hacia la independencia de la nación catalana....
Podremos escoger entre las diferentes formaciones políticas que defiendan opciones tan dispares como son continuar siendo una entre diecisiete comunidades autónomas o un estado libre e independiente. Nos ofrecerán el centralismo actual -la recentralización siglo XXI-, el federalismo a la madrileña de Miquel Iceta, o la utopía confederal de Duran y Herrera, con distintas graduaciones, simetrías, asimetrías o singularidades, reconocidas o no. ¡Todo vale para engatusarnos!. Prometerán modificar más o menos la Constitución, en función de los deseos partidistas o de la opinión de los líderes que lo propongan... ¡o no!, al margen de la voluntad popular.... ¡naturalmente!. A pesar de todo, la auténtica lucha se entablará entre dependencia o independencia. Entre seguir atados a España por siempre jamás o desatarnos de un Estado enfermo de corrupción, genéticamente centralista e históricamente soberbio, como resulta ser el español de Mariano Rajoy, Pedro Sánchez, Pablo Iglesias o Albert Rivera. La elección será entre liberarnos de unas instituciones onerosas, anticuadas, corrompidas, hostiles a la diferencia -¡a Catalunya!-, monolingües, autoritarias y débiles en los principios democráticos, o escoger unas estructuras nuevas y modernas, ligeras de burocracia, cercanas a los ciudadanos y plenamente democráticas. Habremos de elegir entre la resignación, el fatalismo y la imposición avasalladora, o la ilusión, la esperanza y la prosperidad que podríamos conseguir con la independencia.
Al fin y al cabo, ya sabemos lo que nos espera caso de ganar la opción unionista. Ser maltratados como si fuéramos una tribu de indios -¡pieles rojas de las Grandes Llanuras!-, desposeída de respeto, discriminada por cuestiones de identidad, de lengua y cultura diferentes, fiscalmente ahogada y expoliada -¡en nombre de una falsa solidaridad!- y asediados por una justicia notablemente injusta, como siempre ha pasado a cualquier otra colonia que históricamente haya sido sojuzgada bajo la bota de un imperio. En definitiva, con los indígenas aplastados con constituciones, leyes, jueces, policías, burócratas y políticos ajenos al territorio y sus gentes, entrenados para dominar, imponer, desoír, y avasallar como suelen hacer todas las metrópolis con sus posesiones más preciadas. Todo ello después de seducirnos con argumentos repletos de mentiras, manipulaciones, miedos e insultos para que nos resignemos al mandato de Castilla.... Como diría un sioux, un apache o un cheyenne, "el hombre blanco no habla con la verdad", lo qué para un catalán equivale a que Madrit siempre nos ha engañado.
Pero si gana la independencia, todo puede ser diferente. Se acabarán las mentiras y los insultos indiscriminados. Sabemos que nada resultará fácil, pero a la vez todo podrá ser posible. Solo dependerá de las decisiones adoptadas por nosotros, tomadas libremente, según nuestros propios intereses y de acuerdo con nuestra personalidad nacional. Podremos construir unas instituciones verdaderamente democráticas, modernas, nuevas y eficientes. Podremos aprobar nuestras leyes, impartir más y mejor Justicia -¡auténtica!- y nombrar jueces libres de servidumbres políticas y de clase. Nuestras empresas tendrán el apoyo adecuado de la administración para continuar expandiéndose y comerciando por todo el Mundo, sin más restricciones que las propias capacidades. Podremos hacer leyes justas y equilibradas para proteger a los trabajadores de los abusos de los malos empresarios, a los desfavorecidos por la sociedad y a los más débiles, ya sean ancianos o niños. Tendremos recursos suficientes para mejorar las pensiones, la dependencia, para protección del desempleado, para combatir la pobreza, para invertir en sanidad, educación y cultura de acuerdo con nuestras verdaderas posibilidades económicas y riqueza generada. Aprobaremos las inversiones necesarias en infraestructuras de acuerdo con criterios económicos por encima de los electorales.... ¡Repito!. ¡Nada será fácil pero todo podrá ser posible!.
La dependencia ya sabemos que significa: más de lo mismo. Por contra, la independencia significa ilusión, esperanza y una intensa búsqueda de la inalcanzable felicidad. Yo quiero estar más cerca de la verdadera felicidad, siempre huidiza, que no del fatalismo que impera con el actual Estado....!. Las desgracias, contra más lejos, ¡mejor!.